Incapaz de dar salida a las más de veinte toneladas de grano que se acumulan en sus puertos -la Marina rusa sigue bloqueando el Mar Negro y las costas siguen minadas para evitar ataques-, Ucrania se enfrenta estos días a un nuevo contratiempo. Según informa la cadena CNN, los ataques rusos a tierras de cultivo se han multiplicado en lo que llevamos de verano, provocando que las estimaciones de recolección de grano, aceite y otros bienes de primera necesidad bajen hasta un 60% de lo cosechado el año pasado.

Las consecuencias de estos problemas para el llamado "granero de Europa" van más allá de sus fronteras y podrían derivar en una verdadera catástrofe a nivel mundial. Por supuesto, el país de Zelenski bordearía el colapso económico, pues la exportación de trigo, harina y maíz representa un importante porcentaje de su PIB anual… pero buena parte del planeta se vería directamente ante una situación de vida o muerte. Europa puede acceder a esos bienes por carretera o ferrocarril, pero ¿qué hacemos con África o Asia, que tanto dependen de la agricultura ucraniana?

La ONU ya advirtió en junio de que la situación en el Mar Negro podía abocar al mundo a la peor hambruna en cien años y recientemente el propio Josep Borrell, en nombre de la Unión Europea, se lamentaba de que Putin estuviera utilizando el hambre como un arma de guerra. Desgraciadamente, no tiene pinta de que al Kremlin le importe lo más mínimo. Más bien, el hambre se ha convertido en una de sus grandes bazas geopolíticas.

Vista de un campo de cultivo en una carretera en las inmediaciones de Kiev. EFE

La obsesión de Putin es devolver a Rusia el estatus internacional que le correspondió a la Unión Soviética durante setenta años. Eso se puede hacer militarmente -de momento, sin demasiado éxito- o políticamente. El plan para ello es ahogar el estómago de buena parte de África y Asia… y a la vez repetirles a esos países que la culpa de todo es de la OTAN por prolongar la guerra e impedir las justas y milenarias aspiraciones de Rusia. Después, tocaría venderles el trigo propio a un precio asequible.

La razón para pelear por el sur

Desde luego, parece un plan maquiavélico, pero hablamos de Putin, el "mago del polonio", así que nos podemos esperar cualquier cosa. El objetivo es sabotear las cosechas del próximo otoño e impedir que lo poco que se pueda rescatar salga de Ucrania. Turquía ha intentado mediar en el conflicto, consciente de los problemas que eso le puede causar -no solo en términos de consumo propio sino como país casi fronterizo con la Unión Europea y por lo tanto receptor de inmigración-, pero ni siquiera la privilegiada relación de Erdogán con Putin ha servido de algo.

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Las soluciones parecen complicadas. Desde el punto de vista diplomático, habría que ceder en las sanciones para que Rusia ceda en su bloqueo. Parece un quid pro quo en toda regla. Incapaz de rendir Ucrania, Putin pretende rendir Europa desde el punto de vista comercial. Por eso es tan importante el tímido avance que el ejército ucraniano está consiguiendo en el sur del país. Ahí no solo está buena parte de los terrenos más fértiles del país -por ejemplo, la provincia de Zaporiyia, controlada casi en su totalidad por Rusia- sino el acceso a puertos como Jersón, Melitopol o la propia Mariúpol, ya casi a tiro de HIMARS.

Recuperar el sur es ahora mismo la prioridad absoluta de Zelenski, casi por encima de mantener lo que queda de la región de Donetsk. Sabe, por la experiencia de 2014 y por los ocho años posteriores de guerra, que avanzar en el este es costosísimo, aunque Rusia haya concentrado ahí hasta el 50% de la infantería desplegada en Ucrania. En Kiev, confían en que Sloviansk, Kramatorsk, Siversk, Barvinkove o Artemivsk resistan casi por inercia. De ahí que sus misiles aterricen masivamente en el sur y no, por ejemplo, en Izium, eje de operaciones de Rusia en su ofensiva sobre el Donbás.

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El corte del gas y los problemas energéticos para Europa

En cualquier caso, el hambre no es el único factor vital que Putin quiere utilizar a modo de chantaje. En Francia están convencidos de que Rusia va a cortar el gas a Europa, temor que comparten en Alemania, país completamente dependiente del gas barato ruso y tradicional locomotora económica del continente. Si Putin da la orden, perderá muchos millones de dólares por el camino… pero obligará a Europa Central a pasar mucho frío y a buscar otras fuentes de energía, lo que supone, a su vez, un problema añadido a sus frágiles economías.

Si a eso le sumamos la imagen que se tiene en Rusia de Occidente como una tierra de hombres cobardes, decadentes, incapaces del más mínimo sufrimiento y obsesionados con la comodidad, no es de extrañar que Putin piense que seremos fáciles de convencer a la hora de cambiar nuestro compromiso con Ucrania. De hecho, la decisión de la Unión Europea de obligar a Lituania a permitir el paso de mercancías a Kaliningrado es una muy mala señal en ese sentido.

Proyectil no detonado en un campo de trigo de Mikolaiv, en Ucrania.

Rusia sabe que, si provoca una hambruna en África y en Asia, aunque luego se ofrezca a mitigarla, las fronteras europeas se llenarán de inmigrantes buscando la supervivencia. A eso habría que sumar una subida de precio de productos básicos de alimentación -elevando aún más la inflación- y la obligación de buscar fuentes alternativas de energía si no queremos pasar un frío considerable en otoño y en invierno. Es, además, un problema que nos afecta a todos. No sirve de nada refugiarse en que España apenas le compra gas a Rusia o que tiene suficientes reservas si Alemania arrastra al resto de la Unión Europea a una recesión.

¿Cuál será la respuesta de Europa ante este reto? Algunos países ya están implantando medidas de ahorro energético -no el nuestro, donde ni siquiera existe ese debate-, pero hay que tener en cuenta que el gas, como el trigo, es solo una parte de un plan geopolítico demasiado complejo para desactivarlo en los pocos meses que nos quedan hasta otoño. En ese sentido, el tiempo corre a favor de Rusia. Mientras pueda seguir bloqueando el Mar Negro y restringiendo el gas, Occidente tendrá problemas serios. Una opción es aumentar la ayuda militar a Ucrania, pero aquí, como casi siempre, parece que Estados Unidos es el único país que se toma la cuestión bélica en serio.

Las otras dos opciones restantes son rendirse, levantar las sanciones y mirar hacia otro lado, lo que sería un desastre a medio y largo plazo… o confiar en que seremos capaces de aguantar la crisis mejor que la propia Rusia. En otras palabras, esperar una implosión parecida a la de la Unión Soviética producto de las propias limitaciones en el comercio, las severas sanciones… y el descomunal gasto militar en la guerra de Ucrania. Europa solo puede ganar teniendo más paciencia que Moscú, pero para eso debe de concienciarse de que vienen meses de hambre, de violencia en las fronteras y de frío, mucho frío. Ese es el precio de la libertad ahora mismo. Putin no cree que vayamos a pagarlo, pero tal vez le demos otra sorpresa.