Pakistán y los talibanes acordaron este miércoles un alto el fuego de 48 horas después de protagonizar los enfrentamientos armados más letales desde que los fundamentalistas recuperaron el poder en Afganistán en agosto de 2021.
"Durante este periodo, ambas partes harán esfuerzos sinceros, mediante un diálogo constructivo, para encontrar una solución positiva a este problema complejo pero resoluble", recoge el comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores paquistaní.
El portavoz del autodenominado Emirato Islámico de Afganistán, Zabihullah Mujahid, declaró sin embargo que el acuerdo había sido el resultado de "la solicitud e insistencia de la parte paquistaní".
La fragilidad de la tregua que las partes ya intentaron alcanzar el pasado fin de semana quedó al descubierto la madrugada del miércoles, cuando volvieron a reactivarse los combates a uno y otro lado de la frontera.
Los integristas afganos denunciaron la muerte de una docena de civiles tras una serie de ataques aéreos paquistaníes en el distrito limítrofe de Spin Boldak, un importante corredor estratégico en la región de Baluchistán. Según su versión, otras cien personas resultaron heridas en el mismo incidente.
Islamabad, que calificó las acusaciones de los talibanes como "mentiras descaradas y escandalosas", aseguró que la ofensiva respondía a un ataque previo de los talibanes afganos en cuatro puntos distintos de la frontera. Las Fuerzas Armadas paquistaníes también atribuyeron a los fundamentalistas la muerte de cuatro civiles en la ciudad de Chaman.
Otro incidente paralelo, registrado en la región paquistaní de Orakzai, se saldó con la muerte de seis soldados paquistaníes y otros nueve militantes afganos, según la agencia Reuters.
La escalada continuó a primera hora de la mañana, cuando el Ejército paquistaní confirmó haber llevado a cabo varios "ataques de precisión" en la provincia de Kandahar, desde donde el líder supremo talibán, Haibatulá Ajundzadá, dirige los designios del país.
"Como resultado de estos ataques, el Batallón Número 4 de los talibanes afganos y la Brigada Fronteriza Número 6 quedaron completamente destruidos. Decenas de operativos extranjeros y afganos murieron", informaron los uniformados paquistaníes a través de un comunicado.
Los choques fronterizos comenzaron el pasado fin de semana, coincidiendo con la primera visita oficial a India del ministro de Exteriores talibán, Amir Khan Muttaqi, en la que su homólogo indio, Subrahmanyam Jaishankar, acordó reabrir su Embajada en Kabul.
No fue casual. India es la némesis regional de Pakistán. Las dos potencias nucleares fueron a la guerra el pasado mes de mayo a causa, precisamente, de otro atentado terrorista en la Cachemira india que el primer ministro Narendra Modi atribuyó a un grupo yihadista vinculado con los servicios de seguridad paquistaníes.
El mismo día que Muttaqi aterrizó en Nueva Delhi, los talibanes acusaron a Pakistán de haber lanzado un ataque "sin precedentes, violento y reprobable" en Kabul y la provincia fronteriza de Paktiká. Las autoridades paquistaníes no asumieron la autoría, pero el teniente general Ahmed Sharif Chaudhry dejó caer que tenían pruebas de que el vecino Afganistán estaba "siendo utilizado como base de operaciones para ejecutar actos terroristas en Pakistán".
En ese cruce de ataques, Pakistán aseguró haber matado a más de 200 talibanes y militantes, una cifra muy superior a las nueve bajas que los talibanes reconocieron. Mujahid, por su parte, declaró que los suyos habían matado a 58 soldados paquistaníes, más del doble de los 23 que Pakistán reconoció.
Las tensiones entre estos dos vecinos sorprenden porque el Gobierno de Pakistán ha sido históricamente uno de los principales soportes de los talibanes. La paciencia de Islamabad se agotó, sin embargo, por el escaso control que las autoridades fundamentalistas afganas ejercen sobre Tehrik-e-Talibán Pakistán (TTP) y el Estado Islámico del Gran Jorasán (ISKP), dos grupos yihadistas que, cada vez con más frecuencia, perpetran atentados en su territorio.
"Pakistán ha sido testigo de un aumento del terrorismo, principalmente en las regiones tribales y fronterizas, lo que costó la vida tanto de ciudadanos como de miembros de las fuerzas de seguridad, incluidos oficiales del Ejército", subraya en conversación con este periódico Syed Fraz Hussain Naqvi, analista del Instituto de Estudios Regionales de Islamabad.
Naqvi denuncia que, "a pesar de haber pedido repetidamente al lado afgano que controlara a los grupos terroristas, incluidos el TTP y el ISKP, los talibanes afganos no han logrado hacerlo hasta ahora por la afinidad ideológica que les une".
"En la sociedad paquistaní, un ataque de Afganistán se percibe como una traición, especialmente considerando que Pakistán ha acogido a más de cuatro millones de refugiados afganos durante más de cuatro décadas", lamenta el analista. "Los principales afectados serían aquellos afganos que viven ilegalmente en Pakistán y están involucrados en actividades delictivas".
Los talibanes rechazan de plano esta acusación, pero no es el único motivo que encona a las autoridades paquistaníes. "Por otro lado —prosigue Naqvi—, Afganistán se está acercando a la India y emitiendo declaraciones duras contra Pakistán. Dada la presencia de larga data de la India en Afganistán, Pakistán teme que el territorio afgano pueda ser utilizado contra él a instancias de la India".
