El 25 de abril de 1999, un grupo de unos diez mil practicantes del movimiento Falun Gong decidieron hacer una sentada pacífica junto a la Ciudad Imperial de Beijing, cerca de las instalaciones del ministerio de Justicia chino. Qué era exactamente Falun Gong no estaba claro, pero el Partido Comunista determinó de inmediato que era peligroso. Aunque el término 'secta' —que viene directamente de la propaganda estatal— se haya universalizado, lo cierto es que, en principio, no es más que un movimiento semi-religioso, semi-filosófico cuya máxima representación externa no es el rezo sino una serie de movimientos muy similares a los del tai-chi.

La manifestación era la más grande en la capital china desde los sucesos de julio de 1989 en la plaza de Tiananmén y, desde luego, el gobierno de Jiang Zemin no estaba dispuesto a tolerar un desafío de ese tipo. El movimiento, presentado en sociedad a principios de la década de los noventa, contaba ya con millones de practicantes, muchos de ellos en altas esferas del propio Partido Comunista. Había que cortar por lo sano con lo que podía ser un intento de deslegitimar la autoridad absoluta del Estado, acabar con la vía hacia una espiritualidad difusa que acabara con décadas de aconfesionalidad militante.

A corto plazo, la primera medida fue disolver la reunión a palos y detener a la mayoría de los ahí presentes. A medio-largo plazo hacía falta algo más: la localización, detención, traslado a campos de concentración y “vaporización”, si era preciso, de decenas de miles de potenciales disidentes. Dicha tarea requería de un grupo armado que trabajara a la sombra, que no dejara demasiadas huellas de cara a la opinión pública occidental y que estuviera formado por hombres sin piedad, obedientes, dispuestos a todo tipo de excesos. En palabras de Ian Johnson, periodista estadounidense galardonado con el Pulitzer en 2001 por su cobertura de la persecución: “Ninguna atrocidad era suficiente para acabar con Falun Gong”.

Sun Lijun y la infame “Oficina 610”

Dicho grupo fue constituido el 10 de junio, es decir, apenas seis semanas después de la sentada de Beijing y recibió el nombre de 'Oficina 610'. Controlado de manera directa por altos funcionarios del Partido Comunista Chino, uno de sus componentes más activos fue Sun Lijun. Sun, de treinta años, apenas llevaba dos afiliado al partido y tenía la necesidad de hacer méritos. Al 610 se le empezó a conocer pronto como 'la Gestapo' por sus métodos similares a los de la policía secreta de Hitler durante la Alemania nazi: nadie sabe con exactitud cuánta gente desapareció durante esos tres primeros años de persecución. Algunos hablan de cinco mil, otros de cincuenta mil, otros de varios millones. Tampoco está claro cuántos fueron enviados a “centros de rehabilitación” ni cuántos lograron salir.

Sun Lijun fue creciendo en su estatus político conforme Falun Gong iba desapareciendo de las calles. Condenados sus miembros a una resistencia pasiva, el movimiento buscaba en occidente la ayuda que no podía conseguir en su país: el 5 de octubre de 2012, un miembro del movimiento le entregó una carta en Washington al presidente Barack Obama. El gesto llegó a las portadas de los periódicos, pero quedó ahí. Ni las protestas de Amnistía Internacional ni las investigaciones periodísticas sirvieron para nada: tras varias misiones paralelas, Sun Lijun llegaba en 2015 a la vicedirección del 610 bajo el mando directo de Fu Zhenghua. Tres años después, sería nombrado viceministro de Seguridad Pública, uno de los cargos más importantes dentro del Partido Comunista Chino en términos de represión.

Algunos hablan de cinco mil, otros de cincuenta mil, otros de varios millones de desaparecidos en los primeros años de persecusión

A Sun Lijun le cambió la vida el coronavirus, como a todos nosotros. No deja de ser curioso que le enviaran inmediatamente a Wuhan tras el estallido de la epidemia. Su papel ahí sigue siendo un misterio. No se sabe muy bien qué pintaba un encargado de las fuerzas de seguridad en la gestión de un asunto sanitario. Más extraño aún fue que Lijun, alto funcionario con un pasado vinculado a los servicios secretos, con una mentalidad despiadada y un conocimiento estrecho de lo sucedido en el laboratorio de Wuhan durante los primeros días de la crisis, fuera detenido por su propia policía el 19 de abril de 2020.

“La banda de Beijing” 

La historia del purgador purgado es un clásico en todos los regímenes autoritarios. Sun Lijun no es el temible Beria de la época estalinista de la URSS, pero el caso es similar. Haces desaparecer a miles de personas con puño de acero y el puño de acero acaba cayendo sobre ti. Las acusaciones, de las que está siendo juzgado justamente estos días, hablan de un doble delito: por un lado, “abandonar su puesto durante la pandemia” y, por otro, “esconder material clasificado para su propio interés”, todo dentro de un contexto de “extrema ambición política”, según el informe del comité disciplinario del Partido Comunista Chino.

Al parecer, Sun Lijun podría haber intentado crear un propio núcleo de confianza policial en torno a su persona. Si un montón de religiosos sentados son un problema, un matón sin escrúpulos puede serlo mucho más. Desde dentro de la investigación se habla de “métodos gangsteriles” para conseguir información y, por lo tanto, poder. Lijun ha sido expulsado del Partido Comunista y ha caído en desgracia. Ante él, puede tener decenas de años en la cárcel o penas aún más graves, dependiendo de lo que se descubra. De entrada, se habla de millones de yuanes en cuentas de Australia, donde su mujer y su hija de diecinueve años viven desde hace tiempo.

Poco antes de la detención de Sun Lijun, había caído Meng Hongwei, el jefe de la Interpol en China. A ambos se les consideró los líderes de la llamada “Banda de Beijing”, con vínculos quizá demasiado estrechos con el expresidente Jiang Zemin, quien no deja de ser un poderoso rival político de Xi Jinping. ¿Puede que el descontrol de la epidemia hubiera colocado internamente al actual presidente en una situación comprometida políticamente y hubiera decidido dar un puñetazo sobre la mesa? Fuentes de Taiwán y de Hong Kong apuntan a ello. En cualquier caso, eso no explica la más reciente detención de uno de los hombres más poderosos de la seguridad china en los últimos años y jefe de Sun en el 610: ni más ni menos que el ya mencionado Fu Zhenghua.

Meng Hongwei, exjefe de la Interpol china. Reuters

La última víctima 

Tras su paso por la 'Gestapo', donde siguió activamente con la persecución de los escasos núcleos de resistencia de Falun Gong, Fu Zhenghua ascendió a ministro de Justicia. Entre sus méritos, estaba, cómo no, otra purga: había encabezado la investigación que llevó a la cárcel en 2013 al exjefe de seguridad del estado Zhou Yongkang, uno de los más prominentes miembros del Partido Comunista Chino… hasta su jubilación prematura justo un año antes de su detención. Zhou Yongkang, por supuesto, también había sido director de la Oficina 610, en su caso, de 2007 a 2012; encargado, por tanto, de las contundentes acciones previas a los Juegos Olímpicos de 2008.

Las acusaciones contra Fu Zhenghua son tan ambiguas como las que sufrieron Yongkang o Lijun: “Graves violaciones de la disciplina del Partido Comunista Chino”. No puede ser casualidad que tres miembros tan destacados de la 610 vayan a acabar en la cárcel en apenas dos años. Todo apunta a que las acusaciones están cruzadas entre sí y a su vez contra el presidente Xi. De hecho, Fu Zhenghua fue ministro de Justicia, sí, pero justo hasta el 29 de abril de 2020, cuando decidió jubilarse, como se había jubilado Yongkang en su momento. Exactamente diez días después de la detención de Sun Lijun.

¿Tiene esto que ver con un posible alejamiento de Xi Jinping de la persecución a Falun Gong? ¿Una manera de señalar a los responsables y de alguna manera lavarse las manos ante cualquier investigación posterior? Desde hace años, se habla de millones de miembros del movimiento religioso-filosófico cuyos órganos habrían sido utilizados en una red ilegal de trasplantes. ¿Estamos viendo el desmantelamiento de esa red o es todo parte de una imaginación agitada? El problema con China es que es imposible saber a ciencia cierta quién purga a quién y por qué. Si han tardado diecisiete meses en formalizar la acusación contra Lijun y empezar su juicio, ¿cuánto tardarán con Zhenghua y qué se averiguará en el camino?

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