El diccionario de la RAE describe diplomacia como el conjunto de procedimientos que regula las relaciones entre los Estados. En otra acepción, enumera que la sagacidad, la habilidad y el disimulo deberían guiar estas relaciones. A simple vista, cuesta encontrar cualquiera de estas últimas virtudes en la política exterior de Donald Trump. El presidente que irrumpió en la Casa Blanca entonando machaconamente el ‘America First’ cumple un año al frente de Estados Unidos acostumbrando al mundo al sobresalto.

Su retórica ha puesto en alerta a todo el planeta. Sus acciones en política exterior no son previsibles y su comportamiento no transmite confianza”, resume Carlota García Encina. Esta investigadora del Real Instituto Elcano especializada en la política exterior y de defensa de EEUU recuerda que Trump llegó al Despacho Oval prometiendo centrarse en el ámbito doméstico y que al margen de sus declaraciones espontáneas y sin filtro sobre aliados y rivales, las acciones efectivas de Washington en materia exterior son “hasta ahora” escasas y con “consecuencias puntuales”.

Reconocer Jersualén como capital de Israel es, además de un hito del primer año de su mandato, un buen paradigma de cómo funciona Trump como presidente y líder máximo -por el cargo que ocupa- de la primera potencia de Occidente. La reciente decisión era una de las promesas electorales que sí ha cumplido y aunque el traslado de la embajada tardará años en materializarse y puede que nunca se consume, este giro radical rompe con la neutralidad y fulmina décadas de consenso de la comunidad internacional sobre Oriente Próximo.

Tras el esperado sobresalto inicial, la amenaza de una nueva explosión de violencia sigue de fondo, pero la zona parece haber vuelto a su habitual inestabilidad. “De momento son sólo palabras”, matiza García Encina sobre los planes de Trump ante el conflicto entre Israel y Palestina: “Ha dejado consecuencias puntuales, de momento”. Para esta experta en geopolítica la duda no es si la política exterior de Trump es temeraria o no: “La pregunta es si hay alguna estrategia detrás o no”.

Retórica incendiaria

Aún dejando a un lado los feroces retratos publicados sobre el atropellado proceder de Trump como comandante en jefe, cuesta negar que el presidente estadounidense improvisa y se deja llevar por sus instintos. Ahí está su cuenta de Twitter, donde acostumbra a bramar lo que opina de todo (o contra todo).

El tono beligerante o directamente la ofensa es lo habitual en él. Con Kim Jong-un, por ejemplo, ha encontrado un enemigo perfecto, a la altura de su personaje burlón y amenazante. Le ha llamado “gordo”, “enano”, “hombre cohete” y ha presumido con que su botón nuclear es “mucho más grande y poderoso” que el del dictador norcoreano. Sin embargo, en plena escalada de tensión y tras numerosos juegos de guerra, las dos coreas se han sentado recientemente a negociar en un tímido pero histórico acercamiento, propiciado quizás por el temor a que el tono bélico pase a mayores.

La lista de agravios al exterior es interminable. En pleno debate migratorio, ha calificado como “países de mierda” a Haití y El Salvador; colgó el teléfono de forma desairada al primer ministro australiano en su primera conversación; ha convertido al vecino México en un saco de boxeo al que chulea y chantajea a cuenta del prometido muro; cargó contra el alcalde de Londres cuando éste gestionaba las secuelas de una masacre terrorista del ISIS y hasta retuiteó unos mensajes de una ultraderechista británica sobre los musulmanes empeorando los roces con el Reino Unido, un aliado natural de EEUU.

Más allá de este atracón de barbaridades retransmitido en directo y digno de un circo de tres pistas, la diplomacia de Trump ha enseñado al mundo a soportarle. Los supervivientes de su equipo en el Ala Oeste tienen ya un máster en apagar toda clase de fuegos. “Cada vez que se produce una de sus declaraciones incendiarias, el mundo toma aire y espera una rectificación o una matización de la Casa Blanca”, apunta García Encina.

Mattis y Tillerson flanquean a Trump en una reunión en la Casa Blanca Reuters

Ahí están el secretario de Estado Rex Tillerson o James Mattis, responsable de Defensa, cuya labor principal día a sí y día también es corregir, contradecir o edulcorar las declaraciones del incontrolable Trump. Al margen de la barrera de contención de la Casa Blanca, “Estados Unidos es un país que funciona, con mecanismos, como el Congreso y el Senado, que nadie puede saltarse. Trump va por libre pero no puede hacer todo lo que le dé la gana”, argumenta esta experta en relaciones internacionales.

Derribando el legado de Obama

Como cualquier presidente muchas de sus promesas electorales se quedaran en eso: en promesas. Véase el frustrado ‘travel ban’ o veto migratorio, paralizado en varias ocasiones por la Justicia o sus pensamientos en voz alta sobre el ‘waterboarding’ -la técnica de ahogamiento simulado para sospechosos de terrorismo que Obama prohibió a la CIA en 2009- : “Me gusta mucho. No creo que sea suficientemente duro”, deslizó en un mitin de campaña.

De un atril frente a un grupo de fieles al escritorio de la Casa Blanca hay un trecho. Pero la política exterior no se libra de una de las mayores obsesiones de Trump: intentar enterrar cualquier vestigio que recuerde el paso de Barack Obama por la presidencia. El magnate republicano ha congelado el deshielo con Cuba obrado por su antecesor y en un nuevo gesto de distanciamiento con Europa y otros aliados sigue empeñado en suspender el acuerdo nuclear iraní de 2015.

Si de algo ha servido este nuevo ‘desorden’ mundial que práctica Trump es, por ejemplo, para despertar a la Unión Europea. “Por primera vez se van a poner las pilas en materia de Defensa, aprovechando que no pueden contar con EEUU como antes”, analiza Carlota García Encina.

Además, la ‘era Trump’ ha conseguido alejar a Estados Unidos del puesto privilegiado que ostenta en el liderazgo mundial. Los analistas coinciden en que el presidente está descuidando un trono que tiene muchos pretendientes (China, Francia…). Aunque es pronto para saber hasta cuándo, Donald Trump tiene fecha de caducidad pero su particular diplomacia le sobrevivirá y la marca de EEUU como garante del orden mundial se resentirá tras su presidencia.

Trump en una imagen de archivo Reuters

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