Toda generación sueña con independizarse al terminar la universidad y poder completar una vida adulta. No obstante, la actual ve ese deseo truncado por la situación actual que vive España y que se posiciona como el primer problema de sus ciudadanos, según acaba de publicar el CIS.
Comprar una vivienda, ese símbolo de estabilidad y madurez que alcanzaron nuestros padres, se ha convertido en una quimera para quienes superan la treintena. Pero lo más duro es que ni siquiera vivir solos es una opción realista para miles de jóvenes en España.
La imagen se repitió hace unos días en un reportaje a pie de calle de Antena 3 que se ha vuelto viral. Ante la cámara, una joven respondía sin titubeos a una pregunta aparentemente sencilla: ¿Cómo se ve de aquí a cinco años?
"Yo soy abogada, tengo 32 años y vivo de alquiler. Comparto piso con dos personas más. Pensar en el futuro es algo que no me planteo porque, si lo hago, me da ansiedad", decía ante la cámara una de los tantos jóvenes que sufren este problema en nuestro país.
Su respuesta se ha convertido en el reflejo de lo que sienten miles de jóvenes españoles que han superado los 30. Una mezcla de resignación y ansiedad que marca el día a día de una generación obligada a vivir al día, sin posibilidad de planificar el mañana.
El problema de la vivienda
Más allá de los testimonios, las estadísticas confirman que la situación es crítica. Según el último informe del Consejo de la Juventud, la edad media de emancipación en España ya supera los 30 años, frente a los 26 de media en Europa.
El motivo principal es el precio de la vivienda. Comprar una casa en una gran ciudad exige dedicar más del 60% del salario a la hipoteca, muy por encima del 30% que recomiendan los organismos internacionales.
Si hablamos de alquiler, la realidad no es mejor. En Madrid o Barcelona, una habitación en un piso compartido puede superar los 500 euros mensuales. A eso se suman facturas, transporte y alimentación, lo que convierte la independencia en un lujo reservado a una minoría.
Precios disparados
La brecha entre sueldos y vivienda explica gran parte del problema. Los salarios medios apenas han crecido en la última década, mientras que el coste de alquilar o comprar se ha disparado.
Un ejemplo: un joven con estudios superiores puede ganar alrededor de 1.500 euros netos al mes. Pero en ciudades como Madrid o Barcelona, el alquiler de un estudio ronda los 1.000 euros. La ecuación es imposible.
De ahí que compartir piso, una solución que antes se veía como una etapa transitoria de los 20, se haya convertido en el estándar de vida incluso pasados los 30.
Proyectos aplazados
No poder emanciparse o comprar una vivienda no solo afecta al bolsillo. También tiene un impacto directo en la salud mental y en las decisiones vitales.
La abogada que habló en televisión lo resumió con crudeza: "Es algo que no me planteo porque si no me da ansiedad". Esa ansiedad, aseguran psicólogos consultados, es fruto de la incertidumbre permanente: no poder planificar, no poder ahorrar y sentir que el futuro está bloqueado.
Este bloqueo también afecta a proyectos personales como retrasar la maternidad, renunciar a tener hijos o posponer relaciones de pareja estables. La vivienda se convierte, así, en el primer obstáculo para construir una vida adulta plena.
Vivir al día
Aunque el debate político sobre la vivienda lleva años en primera línea, los jóvenes aseguran que las medidas no llegan o no son suficientes. La ley de vivienda, aprobada en 2023, limitó el precio del alquiler en zonas tensionadas, pero los efectos aún son limitados.
Programas de ayudas al alquiler y avales para hipotecas han sido anunciados por el Gobierno, pero la burocracia y la falta de plazas disponibles hacen que muchos jóvenes ni siquiera puedan acceder a ellos.
Mientras tanto, el mercado sigue marcando las reglas y los jóvenes continúan atrapados en la precariedad habitacional.
