Algunos libros llegan a nuestra vida cuando estamos preparadas para recibirlos, aunque parezca que seamos nosotras quienes los elegimos a ellos. Unas lecturas nos conducen a otras, como una brújula invisible que guía a nuestra inspiración. No podría decir cuántas veces me ha sucedido algo así, pero tengo claro cuál fue el libro que me llevó a comenzar a escribir la novela Amapolas en octubre. Desconozco si hay unas pautas establecidas, un decálogo inevitable que haya que respetar a la hora de escribir. Si lo hay, yo lo he obviado por desconocimiento o por desinterés. Mis historias son mías y, mejor o peor, las cuento como a mí me parece que deben de ser contadas.

Sé que mi memoria no me falla cuando digo que todo sucedió así:

Aterricé en el aeropuerto de Madrid-Barajas durante la lectura de la última página del libro que empecé a leer al despegar de Berlín. Y mientras el avión rodaba por la pista estuve pensando en lo bien que me habría venido leer aquella historia unos años antes. Desembarqué con la prisa del que llega tarde a una cita, pero nadie me esperaba. Algo me decía que tenía que sentarme a escribir cuanto antes, que no había tiempo que perder. Como si de un flechazo literario se tratara, me sentí conquistada por una nueva historia, aunque nada supiera de ella todavía.

Conduje hacia mi casa con la vista distraída y la velocidad contenida mientras comencé a escribir mentalmente -no solo escribo en los folios-, y las palabras se ordenaban con tal fluidez que ni siquiera el estruendo de los rodillos del túnel de lavado me hicieron perder la concentración. Por fin me había topado con la novela que tanto tiempo llevaba buscándome. Y todo gracias a El malentendido de Irène Némirovsky, el libro que leí durante aquel vuelo y que despertó en mí una nueva historia. No escribiré nada acerca de aquella novela, pero tampoco terminaré este párrafo sin recomendar su lectura.  

Laura Riñón Sirera, autora de 'Amapolas en octubre'.

Siempre he creído que, seamos o no lectoras, tenemos una cronología literaria que nos define. Los libros escritos por otros se convierten en el espejo del yo que fuimos un día e incluso cuentan la historia que creíamos solo nuestra. Y así fue como, durante los días siguientes a aquella revelación, empecé a trabajar en la vida de Carolina, el nombre con el que bauticé a la protagonista de La novela, su título provisional. No sabía entonces nada acerca de Carolina, no conocía a su familia ni lo que había hecho antes de cumplir los cuarenta, edad que ella tenía cuando nos conocimos. Mujercitas debía ser el libro con el que comenzara su cronología literaria -algo debía tener en común con ella- y a partir de ahí, comencé a divagar por el universo de la desconocida que tantos insomnios empezaba a regalarme.

"Seamos o no lectoras, tenemos una cronología literaria que nos define"

Su familia tomaba forma a medida que los títulos de las obras empezaban a desvelarse, su padre resultó ser inglés y la historia de amor que su madre y él vivieron debía parecer sacada de una novela de Jane Austen. La vida de Carolina Smith iba a ser la que yo quisiera y los libros escogidos definirían las etapas más relevantes de su historia. Pero alguien como ella necesitaba de un cómplice, una persona que viviera en una realidad con menos intensidad o dramatismo, y Guillermo, su hermano mellizo, vio la luz en las primeras páginas.

Los escenarios debían ser lo más literarios posible. Paul, el padre, era un respetado profesor de literatura y el amigo íntimo de Richard Booth, creador de uno de los lugares más mágicos que existen, la villa literaria de Hay-on-Wye. Su esposa Bárbara, madre de Carolina y Guillermo, trabajaba como traductora literaria y distaba mucho de considerarse una madre común. Trabajaba en la Biblioteca Nacional de Madrid cuando conoció a Paul, se enamoraron y no me quedó más remedio que elegir Persuasión para terminar de contar el comienzo de su historia.

Más adelante llegaría Martina, su única nieta y la responsable de que a su abuela todos la conozcamos como Barbuela. La familia estaba completa. Solo necesitaba los secundarios que apuntalaran a mi protagonista, pero antes de eso, como yo siempre quise tener una librería, quise regalarle a Carolina mi sueño y le puse de nombre La librería de Jo, porque como dice la propia protagonista: “Jo ya era Jo mucho antes de que yo eligiera su nombre”. Y con Jo llegó Lana. Y llegó de la manera más sensacional que podría haber irrumpido en la vida de su jefa y protectora. Sería un personaje enigmático y alegre, una jovencita resuelta que hiciera que los días a los que Carolina iba a enfrentarse fueran más llevaderos. Pero Lana también debía tener un pasado. Y no tardé mucho en descubrir su secreto.

En la vida y en la ficción, los secundarios siempre me han cautivado. Sin ellos ninguna realidad podría haber sucedido como sucedió. Para bien y para mal. Carolina Smith era una mujer frágil y dispersa, una adicta al pensamiento intenso, por lo que necesitaba tener a alguien con una sensibilidad parecida a la suya que se tomara la vida con la certeza de estar constantemente en el último día de su propia existencia. Y apareció Andrea, un personaje inspirado en el recuerdo de Sylvia Plath. Andrea tendría un alma paradójica y sorprendente, y sería una mujer atormentada, llena de talento y de entusiasmo.

Carolina y ella se conocieron mientras estudiaban en un internado inglés y jamás se separaron. Creo que la llegada de Andrea fue lo que hizo que la historia empezara a escribirse sola, incluso viajé a Londres, paseé -o merodeé- por la calle en la que Sylvia se despidió de la vida. Recreé aquel frío día de febrero y reconozco que siento algo de orgullo cuando un lector me confiesa que conoció a Sylvia Plath por mi novela. Es lo mínimo que puedo hacer después de tomar prestado el título de su poema, Amapolas en octubre.

"Escribir Amapolas en octubre ha sido hasta la fecha una de las cosas más emocionantes que he hecho"

Pero todavía no había conseguido dar con la respuesta más importante: ¿Qué podía hacer para posicionar las novelas en la cronología de Carolina sin que pareciera forzado? Era imprescindible crear un conflicto entre madre e hija y que el lenguaje de la literatura fuera el único que ambas mujeres compartieran. Reescribí el comienzo, senté a Bárbara en la habitación de un hospital, la despojé de su fortaleza y del poder que ejercía sobre su hija y continué con la cronología literaria de esta.

La historia de amor que eligiera debía relacionarse con El malentendido, y gracias a ella Carolina estaría obligada a madurar después de sobrevivir a una relación parecida a la que se retrata en la novela de Némirovsky. Después llegó el momento en el que por fin tomó conciencia de todo lo sucedido antes de sumergirse en una pena inconsolable, y apareció Nada de Carmen Laforet. ¿Y Virginia? Ella tenía que estar. ¿Qué obra encajaría mejor? Me embarqué en la lectura de lo escrito hasta el momento y decidí que La señora Dalloway era imprescindible. Carolina se había convertido en Clarissa Dalloway en algún momento, pero también Barbuela, y Andrea e incluso Lana. Todas ellas, de una u otra manera, fueron la señora Dalloway.

Escribir Amapolas en octubre ha sido hasta la fecha una de las cosas más emocionantes que he hecho. Por aquel entonces yo viajaba mucho, y los lugares por los que mis personajes paseaban eran los mismos por los que yo me perdía en busca de la inspiración; Londres, Boston e incluso Venecia. Me recreé con algunas situaciones como con el encuentro entre Hemingway y el abuelo de Carolina o cuando entré a hurtadillas en la habitación secreta de Paul y Bárbara. La ficción superó a la realidad.

Amapolas en octubre me encontró para que escribiera una novela acerca del poder curativo de las palabras y por eso elegí uno de los mejores comienzos que podría tener una historia como esta:

“Mamá ideó un método para que olvidáramos las cosas feas que nos ocurrieran, y para que a su vez siempre recordáramos la lección aprendida. Rescataba la cita de un libro o el diálogo que considerara apropiado para la ocasión, y con su perfecta caligrafía lo escribía en uno de los azulejos blancos de la cocina de casa. Así, al leerlas cada vez que pasáramos por delante, recordaríamos la razón de lo escrito, y entenderíamos que por mucho que algo doliera, siempre había alguien que en algún momento se había sentido igual que nosotros”.

Así como sucede con los libros que nos eligen, algunas escritoras pasamos el tiempo observando y esperando hasta ese instante mágico en el que aparece la historia. Nuestra historia.