El pasado 19 de septiembre, Claudia se encontraba en La Palma recogiendo muestras de CO2 y H2S para controlar la actividad del volcán de Cumbre Vieja. Como investigadora del Instituto Volcanológico de Canarias (INVOLCAN), llevaba en la isla varios días con algunos compañeros porque la actividad sísmica, junto con otros factores, alertaba de que podía entrar en erupción. No sabían cuándo, pero había que vigilarlo. Junto con su compañera Lía, registraba la zona de Puerto Nao hacia Las Manchas. Estaba lloviendo y no había mucha cobertura, por lo que no se podían comunicar con su equipo para informar de su actividad, ni tampoco conocer las últimas novedades del volcán. 

Como vieron que no había mucha emisión de gases, decidieron ir hacia el oeste de la isla para buscar por allí y hablar con sus compañeros. Era cerca de las dos y media de la tarde y desde una pista forestal que cruza desde Fuencaliente y hasta Bazo, llamaron por radio. Quedaron con el resto del equipo en un punto común situado en El Paso y, tres minutos después de colgar, su compañera volvió a llamarla. "Qué raro que me llame otra vez, ¿qué pasó?", se preguntó Claudia. Al cogerlo, solo escuchó gritos: "¡Ha entrado en erupción! ¡Que ha erupcionado, corre!". Había ocurrido. El volcán de Cumbre Vieja había erupcionado por fin, tal y como llevaban esperando desde hacía años.

"Fueron solo tres minutos caóticos, pero muy intensos. Yo le decía a mi compañera: respira, dime dónde es. Me respondió que en Tacande y ya cuando salí de la pista forestal en la que estaba miré a la izquierda y pude verlo. Nos reunimos a pocos metros del volcán, un kilómetro como muchísimo, y empezamos con toda la monitorización, cámaras térmicas para ver la temperatura, recoger ceniza para tener las muestras de petrología que nos darían más información sobre el tipo de lava, el tipo de erupción... Y bueno, en ese momento no éramos conscientes de la catástrofe en la que se iba a convertir", relata a MagasIN.

Claudia Rodríguez en Tenerife con el volcán del Teide de fondo después de la campaña geoquímica que hacen cada año en las diferentes dorsales de la isla.

Claudia Rodríguez (La Palma, 1995) estaba del todo formada para afrontar esta situación. Estudió Ciencias Ambientales en la Universidad Autónoma de Madrid y el Grado de Seguridad y Control de Riesgos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Más tarde, realizó un máster en Protección Civil y Gestión de Emergencias en Tenerife, hizo sus prácticas y colaboró durante un año redactando planes de emergencia municipales en la Universidad de La Laguna. En 2018 entró en INVOLCAN como investigadora, centrada en la rama de la Geoquímica y la gestión de riesgo volcánico. "Nada más empezar me fui a Filipinas para estudiar la gestión de riesgos volcánicos allí. También he estado por Azores, en la isla de Terceira y aquí en las Islas Canarias, todo ello con temas de monitorización volcánica, principalmente". 

Ya había visto actividad volcánica antes, pero esta es la primera vez que vive la erupción de un volcán que, además, le pilla muy de cerca, en su tierra. "He visto otros volcanes activos como puede ser el del Teide, que presenta fumarolas, pero en erupción es la primera vez que veo uno. Mi abuelo, por ejemplo, esta es la tercera erupción que vive. Vivió la del volcán San Juan en 1949, la del Teneguía hace 50 años y esta. Además, se acuerda de todo, te cuenta por dónde fue cada colada, qué daños produjo... Todo".

La destrucción del volcán

Para Claudia, el volcán de Cumbre Vieja es "un libro abierto" del que aprender, pero al mismo tiempo le ha mostrado una cara mucho más oscura que no le enseñaron en clase. "Estamos aplicando la teoría en una emergencia real. Dos carreras, un máster, el doctorado que estoy haciendo... Pero sinceramente, no se está preparado para esto, te vas haciendo fuerte día a día"

Atiende a este periódico desde Tenerife, después de volar por la noche de La Palma, y en su primer día libre desde hace más de dos semanas. Sin embargo, asegura, lo más duro está siendo ver toda la destrucción provocada por el volcán. Ya no es leerlo en un libro o escuchar las historias de su abuelo, es ver en primera fila el implacable avance de la lava, que lo arrasa todo a su paso. "No estoy agotada por la parte física ni laboral, aunque es verdad que está siendo muy dura: estamos trabajando de lunes a lunes, ya no sé ni qué día es y es que ni miro el reloj porque no tiene sentido. Pero lo más difícil es ver a todas esas personas que están perdiendo sus viviendas o su medio de vida".

Muestreo de aguas y gases en el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente para la monitorización geoquímica de la isla de La Palma.

En estas más de dos semanas de erupción volcánica, que casi parecen meses, la lava ha destruido casi un millar de edificaciones y ha provocado daños en más de cien. La superficie cubierta por el magma en la isla es de cerca de 40 hectáreas y hay más de 30 kilómetros de carreteras afectados. Además, la legislación actual no permite volver a construir sobre las coladas de lava porque directamente pasan a ser espacio natural protegido. "Esas personas nunca podrán volver a construir ahí y claro, es todavía más duro si cabe", lamenta Claudia. 

"Hay momentos en los que yendo a muestrear hemos pasado por la zona cero donde había personas siendo evacuadas. Me he detenido a ayudar a la gente a sacar sus pertenencias con descontrol, la colada acercándose muy rápido, corriendo a la casa y tirando las cosas fuera. He visto casas derrumbándose en directo, casas a las que les he puesto cara porque he ayudado a esas personas a sacar esas últimas pertenecias, sus animales, lo básico de verdad. Tienes que estar allí para vivirlo. Nada frena a la lava, es como una apisonadora. Si con algo me quedo es que este es un riesgo natural, pero al mismo tiempo es una catástrofe humana".

"Ha habido personas que han tenido ataques de ansiedad y otras que han intentado mantener la cabeza fría para salvar lo que pudiesen de sus cosas materiales y luego se han derrumbado cuando han tenido que despedirse de su casa. Claro, cuando lo empecé a ver estaba muy mal. Después de atender a esas personas quería irme a un lado y llorar. Intentas estar fuerte delante de ellas porque necesitan a alguien que no esté mal, que esté segura, pero también somos humanos y por detrás obviamente lo pasamos mal. Empatizo muchísimo, me pongo en su piel y no es nada fácil.

La ayuda

Por suerte, la mayoría de su familia vive en el este de la isla, por lo que no les ha afectado la erupción, pero se identifica con esas personas que lo han perdido todo. Ella misma creció en un entorno rural, que le hizo vincularse mucho con la naturaleza. Sus abuelos se dedicaban a las plataneras y la ganadería, y su padre a la extinción de incendios. "Creo que cuando descubres este mundo rural te gusta o lo odias. A mí siempre me ha gustado y por eso me decanté por estudiar ciencias. Desde pequeñita me gustaba el medioambiente, regañaba a los que no reciclaban o tiraban cosas al suelo. Y por ejemplo, ver a mi padre, mi referente, dedicarse a ayudar a gente y exponerse al riesgo para proteger a la población, creo que me hizo querer ayudar".

Claudia en una campaña geoquímica de gases y aguas para el fortalecimiento de la vigilancia volcánica del volcán Taal (Filipinas).

Lo más importante para Claudia es que siente que ha cumplido ese objetivo de poder ayudar, aunque haya sido duro. "Creo que al menos he podido contribuir a ayudar de una manera a la isla que me vio crecer. En ese sentido sí que me siento un poco más reconfortada en el sentido de que estoy haciendo todo y más por intentar ayudar a mi gente".

La labor de INVOLCAN

Y no solo ha contribuido con esa ayuda directa, de tú a tú, sobre todo ha sido con su labor científica. Gracias al trabajo de los profesionales de INVOLCAN y otros organismos, se ha podido evacuar rápido y ahora se vigila que los gases y el agua no sean tóxicos para proteger a la población. "El volcán ya nos venía avisando desde 2017, cuando hubo una crisis sísmica que se quedó en eso, una crisis. Una semana antes de entrar en erupción empezó una crisis sísmica brutal y en cuestión de dos días decidimos trasladar a un equipo la isla de La Palma para estar en una continua monitorización del volcán". 

A partir de ahí, cuenta, todo fue muy rápido. Los terremotos empezaron a localizarse a menos profundidad y la deformación del terreno se fue incrementando, al igual que la emisión de gases. Estos tres parámetros claves en la vigilancia volcánica (geofísica, geodesia y geoquímica) "se correlacionaron entre sí y tuvimos más indicios para decir que podía entrar en erupción. Ahí fue cuando se reunió el Comité Científico del PEVOLCA y decidieron activar el semáforo amarillo". 

Ese semáforo amarillo implicaba el inicio de un desalojo voluntario y la evacuación de las personas con movilidad reducida en la zona indicada por los científicos. "No teníamos el punto exacto, pero sí habíamos determinado un radio de dos kilómetros y eso ya ayuda muchísimo porque delimita la zona que va a estar afectada". 

Claudia Rodríguez durante una entrevista para los medios de comunicación explicando qué sucede cuando la lava llega al océano.

Con un fenómeno geológico tan imprevisible como es la erupción de un volcán, el trabajo de los científicos para intentar prever qué pasará es clave. El de Cumbre Vieja concretamente, da cuenta de cómo puede cambiar la situación en cuestión de horas. Por ejemplo, cuando tuvo unas horas de calma en las que parecía haber dejado de emitir lava. También parecía que la lava no llegaría al mar, pero finalmente hemos visto que sí y se ha comenzado a formar una fajana que ya supera las 27 hectáreas. "Cada día vemos algo diferente, el volcán es completamente cambiante. El cono se ha formado muy rápido y la cantidad de material expulsado es impresionante. Ha superado todo lo que expulsó el del Teneguía en 1971 y en muchísimo menos tiempo".

"Todo ese material que se ha ido formando es muy frágil porque algo que se crea muy rápido, muy rápido se cae. Por eso ha habido deslizamientos y partes del cono se han caído, lo que provoca que vayan saliendo nuevas bocas y canales por los que fluye la lava. Al final, afecta a más viviendas porque son nuevas coladas que amplían el ancho de la zona afectada. Ese es uno de los principales hándicaps que yo estoy viendo", explica la investigadora de INVOLCAN.

Por eso, aunque todos queramos saber cuándo terminará, es muy difícil de saber. No obstante, Claudia considera que, en base a los datos actuales, aún tendremos que esperar. "Creo que hay magma para rato porque sigue muy activo. Habrá momentos en los que a lo mejor se vuelva a 'dormir', pero pienso que le queda rato". Hasta entonces, decenas de científicos se mantendrán al pie del cañón para gestionar esta crisis y, como dice ella, que "ganemos en resiliencia". "Es fundamental que la población esté más informada para que gane en resiliencia, que al final es lo que necesitamos ahora. Es lo único que nos va a salvar para salir adelante".

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