La editorial Renacimiento publicará, el próximo lunes 22 de noviembre, Clara Campoamor, de viva voz. Una obra escrita por Juan Aguilera Satre e Isabel Lizarraga Vizcarra que recopila 70 entrevistas realizadas por periodistas entre 1925 y 1936 a la ilustre abogada y política de la II República. De esta manera, se ofrece una imagen cercana de Clara Campoamor, una feminista radical y trascendental personaje de la historia de España que dio el derecho al voto a las mujeres; que comparte en estas conversaciones su visión serena y reflexiva de la realidad. MagasIN ofrece un adelanto centrado en su opinión sobre los hombres. Una entrevista que realizó en 1932 para Mundo Gráfico y que escribió Clemente Cruzado.

—¿Que cómo veo yo a los hombres?

Y sin darme tiempo a que acabe la pregunta, ella la coge en el aire, como una onda, y la devuelve transformada:

—Pues como una dictadura maravillosamente organizada en provecho propio, como todas las dictaduras; que, apoderándose primero del poder por la razón de la fuerza, después se ha consagrado y autorizado a sí misma, ungiéndose con todos los poderes, declarándose beneficiosa para la Humanidad, única capaz para dirigirla. Moral, buena y benéfica, sin admitir ante la ley el examen y crítica de sus actos, y enjugando el rubor, que ni el más osado puede evitar, al sentirse excesivo en la suma de atribuciones captadas, con la afirmación (tan gratuita como la base legítima de su poder) de que su gobierno y dirección realiza la felicidad de la masa dominada: la mujer. Y después de esto, que desde el alborear de la Historia ha suprimido el diálogo lógico, legal, constituyente, entre dictadores y dominados, ya sabe usted; toda la gama de dictaduras, fuertes materialmente con el poder que usurparon, débiles moralmente porque su fuerza solo puede captar e imponerse a la materia: el espíritu de los dominados los burla íntimamente, los desdeña en la ética y, sometido, acata, pero no sabe obedecer. Menudean las leyes opresoras, crece la extensión del lucro que obtienen sus confeccionadores y nos asola la muchedumbre de notas oficiosas en que el dictador se proclama a sí propio inteligente, bueno y salvador de la raza, y a nosotros (sic) el reírnos de esas notas, generalmente chabacanas y necias, y preparar silenciosamente, en el silencio que ellos califican de alevoso, olvidando que la censura masculina impide que sea legal (con lo que dejaría enseguida de ser alevoso) la zancadilla que venga dando de narices en el hogar o en la costumbre, con el desorbitado poder que en sí propio nace, se nutre y muere.

—¿Quién guía el mundo?

—En todo lo que merma a la mujer, el hombre; en todo lo que merma al hombre, la mujer. Porque los problemas que agobian al mundo son los bisexuales, y el hombre, rechazando el concurso social y legal de fémina, no los resuelve sino a medias, y bastante mal; y la mujer, apartada de la conciencia de las responsabilidades civiles, olvida el ideal humano y se encierra en el provecho práctico del círculo pequeño de los suyos, materializando al hombre, devolviéndole sutilmente el apagamiento en que él la ha envuelto.

—¿Qué fin persigue la mujer actual?

—La que gallardamente ve, acusa y repugna su dictadura, derrocarle, para ser, elevándose a la actividad responsable, tanto como él, armonizando la dirección del mundo, en beneficio de este; la que aún halaga el anhelo dictatorial, constituyendo su opinión, continuar el rebajamiento del hombre, disminuyendo y contrariando su ideal hasta igualarlo con el de ella. Todas democráticas e igualitarias: unas buscando el nivel superior; otras, el inferior.

—¿Cuál debe ser el mayor orgullo de una mujer?

—Sentirse la compañera, la mitad del hombre, en todas, absolutamente en todas las vibraciones del ser humano. No al uso del hombre, que, en general, tan solo persigue el acorde de las infradiafragmáticas… Y no leamos a los médicos modernos, ni preguntemos a los abogados, que tienen también su opinión clínica en cuanto al caso…

—¿Qué clase de hombres son los preferidos por la mujer?

—Supongo y contesto en cuanto a los preferidos por mí, porque en esto la gama subjetiva va desde «el hombre ha de oler a tabaco y a pólvora», hasta las enajenadas por los «pollos fruta». Y bien: el hombre que no se crea hijo monstruo de un solo sexo, el dominador, sino que recuerda la participación que el doble principio armónico de los sexos tuvo en su generación, es decir, que tiene sustancia y mente transmitida también por mujer.

—¿Necesita el hombre más de la mujer, o la mujer del hombre?

—En armonía, necesitan por igual uno del otro; en amor, es el perfecto do ut des; en guerra e individualmente, si son inteligentes, prescinden con cierto trabajo uno del otro, y frente a la Humanidad, a la raza. ¿Dónde está el campeón que puede por sí solo procrear un hijo, ni aun con la colaboración de todo un sexo? Esa fortuna no ocurre legalmente sino a las mujeres, porque ya sabe usted que en España, país de prohibición de investigar la paternidad, hay muchos hijos que solo lo son de mujer… Pero eso es una ridícula y sangrienta locura de la ley hecha por los hombres. Es la única paternidad clara, que ellos han querido que se les atribuya.

—¿Cómo ha de ser el hombre?

—Liberal, liberal, liberal, en todo.

—¿Cuál es la cualidad más sobresaliente en el hombre?

—Ya se lo he dicho: el espíritu dictatorial.

—¿Quién de los dos tiene más capacidad intelectual?

—Por definición masculina, el hombre; ahora si usted quiere mi opinión, como mujer, le diré la de Taine: «Me tengo en poco si me considero; en mucho, si me comparo».

—¿Qué es lo que más prefiere una mujer?

—Que la comprendan y que la consideren al igual del hombre, y cuando ama, que la amen.

—¿Cómo es el amor de hoy y cómo será el de mañana?

—Para la mujer, el amor de hoy se llama todavía, si es noble, sacrificio; si es torpe, explotación. El de mañana se llamará simplemente amor. ¿Y qué definición necesita esta palabra?

—¿A qué edad está la mujer en mejores condiciones para conocer al hombre?

—Puedo decirle, si obsesionada por la desconfianza, que el día de su muerte; si por la vanidad, que cuando va acercándose a lo que llamó el Dante il mezzo di cammin di nostra vita; si por el juicio leal, en cuanto se le acerca.

* * *

Luego que la reacción femenina haya derrocado esa dictadura varonil (¿…?) de que me habla la señorita Campoamor, las mujeres, ¿qué postura elegirán? El porvenir del hombre lo presumo mucho más halagüeño –¡ya lo creo!– que hoy. Por mil motivos diversos. Pero, ¿y ellas?

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