A lo largo de su vida, Lady Hester Stanhope incurrió en todo tipo de extravagancias que no encajaban en el modelo de señorita aristócrata del siglo XIX: fue una aventurera excéntrica que vagó en solitario por los desiertos de Oriente Medio, vistió ropas de hombre, montó a caballo como ellos y no con las dos piernas hacia el lomo izquierdo del animal, escandalizando al personal, fumó pipa con jeques y tiranos árabes y lideró la primera misión arqueológica en Tierra Santa. Su historia es de película, de novela, de serie de Netflix... Apasionante.

Nacida en 1776 en el seno de una familia de la socialité inglesa —su abuelo materno había amasado una gran fortuna tras descubrir un enorme diamante en la India—, Hester fue la hija mayor de Lord Mahon, tercer conde de Stanhope. Su madre falleció cuando ella contaba con cuatro años, mientras se recuperaba del parto de su hermana pequeña, y creció entre una figura paterna conservadora y tiránica que pasaba la mayor parte del tiempo en el laboratorio y una madrastra que apenas se dejaba ver.

Rebelde e independiente, tuvo que irse a vivir una temporada con una de sus abuelas por los roces con su padre. Cuando esta murió, se mudó con 27 años a la casa de su tío, William Pitt, quien había sido y volvería ser primer ministro de Reino Unido, primero el castillo de Walmer, en Kent, y luego el mítico número 10 de Downing Street. El premier británico fallecería en 1806 sin descendencia, pero asegurándose que su sobrina favorita recibiera una pensión anual de 1.200 libras —un pastizal para la época—.

Sus aventuras empezaron en 1810 después de un amor frustrado. Alta, brillante y testaruda, zarpó de Inglaterra en dirección al Mediterráneo acompañada de su médico, Charles Meryon. Su barco y todas sus pertenencias se fueron a pique cuando se acercaban a Alejandría, en Egipto, siendo remolcados hasta la isla de Rodas sin poder salvar prácticamente nada. Allí, Lady Hester decidió comenzar a vestirse con atuendos masculinos, utilizando las túnicas que llevaban los hombres del Imperio otomano. Un estilo que ya nunca abandonaría

Aprendió turco y árabe, visitó harenes y viajó y fue recibida en los principales centros palaciegos de Egipto, Malta, Grecia, Turquía o Siria. Al llegar a Damasco, una ciudad entonces peligrosa para las mujeres, entró al mediodía cabalgando a lomos de su caballo con el pelo al aire, sin un velo que le cubriese la cabeza, desafiando las tradiciones. "La multitud que la observó debió de quedar inerte por el shock", escribiría más tarde uno de sus biógrafos.

"Reina del Desierto"

Rechazando los consejos de los diplomáticos y sus amigos, Lady Hester decidió entonces cabalgar por el peligroso desierto sirio. Ella estaba empeñada en cumplir un deseo: alcanzar las ruinas de la ciudad de Palmira, epicentro del antiguo reino de Zenobia, la monarca se rebeló contra el omnipotente poder de la Antigua Roma y trató de forjar en el siglo III un imperio independiente.

La aventurera sorprendió tanto a los beduinos como a los árabes por su valentía y sus habilidades para montar a caballo. Fue conducida en medio de una ceremonia triunfal a través de la ciudad en ruinas, con una corona de flores sobre su cabeza, y luego coronada por los locales como su melika, su reina. Así lo describía la propia protagonista en una carta enviada a Inglaterra:

"Sin bromas: me han nombrado Reina del Desierto bajo el arco de triunfo de Palmira (...) Si me apeteciese, podría ahora ir a La Meca sola; no tengo nada a lo que temer. Pronto tendré tantos nombres como Apolo. Soy el sol, la estrella, la perla, el león, la luz del cielo (...) Estoy bastante fascinada por estas personas; y toda Siria está asombrada por mi coraje y mi éxito. Haber pasado un mes con unos miles de árabes beduinos no es algo común". Ese fue el gran hito de su biografía.

En 1815, a punto de cumplir los 40 años y tras haberse sobrepuesto de una enfermedad que casi acaba con su vida, Lady Hester decidió organizar una expedición arqueológica en la ciudad de Ascalón (hoy Israel) para intentar desenterrar un tesoro de monedas de oro que supuestamente había sido escondido en la zona durante la Edad Media. Tan solo halló una gran estatua de mármol que terminaría rompiendo en mil pedazos y arrojándolos al mar, pero su empresa fue pionera de la arqueología en Tierra Santa.

Hasta ese momento, los sultanes otomanos nunca habían dado permiso a una excavación dirigida por extranjeros en su territorio, pero las habilidades y el desparpajo de Stanhope lo lograron. Meryon, su doctor, mantuvo un registro diario de las excavaciones, en el que detalló las dificultades para llegar a Ascalón, el establecimiento del campamento o la contratación de hombres para trabajar y examinar el sitio. La aventurera jugó el papel más importante en todos estos pasos, supervisando cualquier mínima decisión.

Más tarde se estableció en Joun, el sitio de un antiguo monasterio en lo alto de las montañas libanesas. A pesar de estar para entonces desesperadamente endeudada —el Gobierno británico había cancelado su pensión anual—, logró construir una suerte de fortaleza, adornada con un magnífico jardín, donde pasaría los últimos años de su vida. Cuando le preguntaron si no preferiría volver a casa y vivir sus días con relativa comodidad, su respuesta fue despectiva e insistió en que no tenía intención de volver a "tejer o coser como una inglesa". Murió mientras dormía en 1839, a los 63 años.

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