Un vestido de encaje sobre unos pantalones holgados en plena mañana. Un abrigo de pelo sintético que se luce con print de cuadros y zapatillas. Una falda de tul que se combina con una camiseta blanca básica. La moda de 2025 se escribe en clave de contraste y ha encontrado en esta tendencia su expresión más depurada: una que une piezas festivas con otras cotidianas.
Elegant but fun ('elegante pero divertido'). El nombre resume el espíritu de una estética que no reconoce compartimentos estancos. Lo que hasta hace poco pertenecía a la esfera nocturna se abre paso en el día; la oficina se cuela en la noche. Y, en medio, un lenguaje que juega con estampados, texturas y siluetas para construir looks que conquistan por su originalidad.
No es casual que este estilo se haya convertido en uno de los ejes de la temporada. Después de años en los que la moda oscilaba entre la comodidad del athleisure y el maximalismo de la fiesta post-pandemia, el elegant but fun propone una síntesis: la posibilidad de vestirse con libertad, sin renunciar ni a la sofisticación ni al placer del juego.
El germen de esta estética está en la corriente mismatch, que se impuso en las pasarelas como una invitación a mezclar estampados y materiales aparentemente incompatibles. Esta temporada, el canon se vuelve a medir por la capacidad de arriesgar. La silueta predominante es la de prendas largas y sueltas, que facilitan el layering.
Así, una prenda delicada como una falda de encaje se convierte en pieza diurna si se acompaña de una blazer en clave maxi y un top de cuadros; el pantalón superbaggy adquiere aire nocturno al sumarse a una chaqueta de lentejuelas... La frontera entre contextos se desdibuja y se abre paso una estética que premia la creatividad por encima de cualquier formalismo.
Si hablamos de prescriptoras que viven y respiran esta estética, la lista es tan ecléctica como los propios looks que promueven: los armarios de Vicky Montanari, Inês Isaías, Mafalda Patrício, Caetana Botelho Afonso, Nina Suess e Irina Kro Eicke, por citar algunos nombres, pueden servir de referencia a aquellas que ya estén en busca de inspiración en las redes.
Estampados, texturas y un color
Cada temporada aporta su propio léxico y 2025 lo ha dejado claro tanto en las pasarelas como en el street-style. Los polka dots, ejemplo que no puede quedar sin citar, regresan como un clásico reinventado: de los vestidos fluidos a las blusas vaporosas, su versatilidad permite que dialoguen con cuadros, rayas o incluso lentejuelas.
Las rayas y los cuadros, por su parte, se imponen en tonos vivos y siluetas estructuradas, inspirados por las clásicas camisetas de los jugadores de rugby universitarios y la tradición escocesa. En el primer caso, firmas como Miu Miu, The Row o Van Noten se han encargado de catapultar la tendencia del rugbycore en los últimos años.
Lo que nos sururran estos dos patrones es que la versatilidad es clave: pueden llevarse en vaqueros, pantalones sastre, camisas o chaquetas... y aun así combinarse con otro print o textura que jamás habríamos pensado que podrían casar bien en un mismo estilismo.
Mención aparte merece el encaje, otro material históricamente ligado a la feminidad romántica que encuentra nuevos territorios en la corriente del elegant but fun. Se lleva en vestidos, pero también en faldas que se superponen sobre pantalones anchos, o en tops unidos a accesorios deliberadamente kitsch.
Bajo el telón de la sostenibilidad, el pelo sintético vuelve a ocupar el centro de la escena, ya no solo como abrigo festivo, sino como pieza que dramatiza el día. En 2025, las texturas se mezclan más que nunca para subvertir códigos. Encaje con denim, seda con algodón, tul con lana gruesa. La moda, en este registro, se convierte en un campo de experimentación.
En medio de esta libertad de combinaciones, hay un color que se erige como protagonista: el borgoña. Grandes casas desde Valentino a Alexander McQueen, pasando por Isabel Marant, Willy Chavarría, Balmain, Christian Siriano, Carolina Herrera, Ferrari, Courrèges y Off-White lo han impuesto (nuevamente) como tono dominante del otoño.
Resulta un acierto asegurado tanto en prendas protagonistas —tops y partes de abajo— como a modo de acento puntual —un bolso, unas bailarinas tan en tendencia un año más, un abrigo— para dotar de cierto aire romántico al conjunto.
Con todas estas claves sobre la mesa, puede decirse que el truco para entender el elegant but fun sin caer en desastres estilísticos está en crear tensión visual: una combinación que llame la atención por la sensación de desorden calculado, en la que cada elección parece espontánea pero, en realidad, está medida con intención.
