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El arquitecto británico David Chipperfield ha alzado la voz con una crítica punzante: en muchas ocasiones los edificios nuevos resultan peores que los que remplazan. Él y otros colegas advierten que la arquitectura contemporánea a veces desprecia los valores del contexto, la memoria urbana y la calidad material del pasado.

El desencanto no es meramente nostálgico. Para Chipperfield, la arquitectura actual a menudo ignora las enseñanzas del entorno, levantándose sin diálogo con las estructuras que la precedieron. Sus declaraciones han calado fuerte en el debate entre tradición e innovación.

Chipperfield ha criticado públicamente, a través del medio Arquitectura y Diseño, que muchos nuevos proyectos carecen del respeto necesario hacia la escala urbana y el patrimonio previo. En sus palabras, "los edificios que se levantan muchas veces son peores que los que sustituyen", una afirmación que obliga al sector a repensar prioridades.

Pero esta crítica no se queda ahí: también propone una reflexión profunda sobre cómo proyectamos el futuro. ¿Debe la arquitectura nueva ser una ruptura radical o una continuidad sensible? En ese cruce está buena parte de la tensión del siglo XXI.

Una de las razones clave es el desconocimiento del contexto urbano. Al construir sin referencia a sus alrededores, muchas propuestas quedan desubicadas, alienándose del tejido histórico. Así, el edificio nuevo no dialoga, sino que impone.

Otro fallo frecuente es el uso de materiales industriales y procesos rapidísimos que sacrifican la durabilidad y la textura. El nuevo edificio acaba pareciendo un "producto" efímero, sin la riqueza táctil ni orgánica de lo antiguo.

Además, está el riesgo de la forma por sí misma: la búsqueda obsesiva del "efecto icónico" muchas veces eclipsa criterios funcionales, climáticos o de escala humana. Cuando el efecto vence al sentido, el edificio sufre.

Chipperfield ha dedicado buena parte de su carrera a la restauración y adaptación de edificios históricos, promoviendo que lo nuevo se sume al discurso del tiempo, no lo borre.

Su enfoque se basa en el minimalismo cuidadoso: intervenir con economía de recursos, limpiando lo superfluo, pero respetando las capas históricas y culturas que estructuran un lugar.

Para él, la buena arquitectura "no muere" porque actúa como un puente entre pasado y presente. No pretende ser una copia, sino un eco consciente que enriquece al conjunto.

El edificio The Bryant, en Nueva York, diseñado por Chipperfield, es un buen ejemplo: su fachada de hormigón pulido se inspira en tonos y escalas vecinas, no pretende romper con ellas de modo estridente.

Otro caso relevante es el proyecto de viviendas sociales Verona 203A en Villaverde (Madrid), concebida en colaboración con arquitectos locales bajo la guía del estudio Chipperfield. Se integró cromáticamente y con escala humana, evitando que fuese un bloque genérico sin rostro.

Estos ejemplos contrastan con muchos desarrollos urbanos recientes: torres acristaladas, fachadas estridentes o volumetrías aisladas que buscan impacto más que integración.

Edificios modernos.

La afirmación de Chipperfield que indica que "los nuevos edificios a menudo son peores que los antiguos", debe leerse menos como un reproche arquitectónico que como una llamada urgente. Si la arquitectura de hoy no incorpora el pasado como fundamento sino que lo desdibuja, se corre el riesgo de perder identidad, coherencia y alma urbana.

Revertir esta tendencia exige un enfoque más maduro: innovar sin despojar, proyectar sin borrar, levantar sin aplastar. La arquitectura contemporánea tiene el desafío de ser más que presencia: debe ser memoria viva.