La autora madrileña María Folguera ha decidido homenajear a las escritoras españolas más célebres en su último libro. Pero no ha querido hacerlo desde la biografía, los romances "artísticos" ni la obra cumbre. Ella ha querido centrarse en los "buenos ratos", esos que les hacían sentirse culpables pero que les daban un poco de tregua y un soplo de aire fresco en una sociedad opresora. 

Folguera desearía mirar por una mirilla diminuta para observar qué, cómo y cuándo estas mujeres gozaban, se sentían libres, sonreían. Y aunque no es un libro completamente autobiográfico, también hay mucho de la autora en sus páginas. Su experiencia como mujer, madre, amiga y por navegar entre el teatro y la literatura como su protagonista; pero sobre todo por pertenecer a ese canon de la creadora "maldita" que siempre parece acechar a cualquier nombre femenino en el mundo de las letras. 

Hermana. (Placer) comienza con un grito que reivindica el papel de autoras olvidadas y termina con la pandemia golpeando de lleno a sus personajes. Su obsesión por Elena Fortún es algo que le une a Carmen Martín Gaite, que recuperó la figura de la autora para alabar su memoria y que también aparece en las páginas de este libro. 

Una obra que pese a estar guardada en un cajón durante dos años, volvió a las manos de Folguera para explicar que el placer (en todas sus formas) sí es necesario, sin disculpas.

En el primer capítulo ya abordas las grandes diferencias entre las biografías de escritores y las escritoras de la historia. ¿Por qué has querido lanzar esta cuestión al inicio?

Me interesa muchísimo la mitología en general y de la escritura y la literatura en particular. Cómo construimos el imaginario de los escritores, cómo nos inspira a la hora de leer y escribir. Me di cuenta con los años de que la mayoría de referentes de creadoras que conocía estaban marcadas por relatos de fracaso, sacrificio y martirio, donde evidentemente el canon ha jugado un papel importante. 

Hablo de escritoras que se suicidan o que tienen que elegir entre familia y creación, o entre disfrute y sacrificio. Todos los referentes tenían algo de castrante, y yo como joven escritora sentía que mi vida podía estar condenada de antemano.

¿Algún ejemplo que te sorprendiese?

Si piensas en escritores que se han suicidado, como Ernest Hemingway mucha gente tarda en enterarse cómo había muerto. Ellos han vivido infortunios y desgracias pero no me los presentaban a través de ello, mientras que al hablar de Virginia Woolf primero te cuentan que se suicidió metiéndose en el río con piedras en los bolsillos, y sobre Emily Dickinson que se había aislado en el final de su vida, presentada como una figura excéntrica y loca. Los ejemplos son innumerables.

¿Es esencial el contexto para entender la obra de una artista? ¿Dónde está el límite?

Creo que hay un contexto que marca la recepción de la obra. Evidentemente, hay unos patrones de poder y costumbres culturales muy fuertes operando. Las primeras lecturas a las que accedes y las primeras experiencias como escritora han venido marcadas por esas dinámicas. Hay un debate interesante de hasta qué punto es relevante o no las malas praxis de un autor. ¿Debemos admirar su obra sin tener en cuenta esto o teniéndolo en cuenta? ¿Debemos renunciar a la obra de un artista a partir de su biografía? Yo creo que no, creo que es importante tener el contexto y esa nota al pie que te explica la vida o la trayectoria de ese creador, pero que la obra se puede valorar, apreciar y disfrutar aunque presente conflictos éticos hoy en día. Pero sí creo que esa nota al pie es interesante y relevante.

También abordas la recuperación de algunas escritoras que hasta hace poco no tenían el reconocimiento que se merecían, ¿qué otras figuras continúan en el olvido y crees que merecen ser alabadas?

Matilde Ras es una autora muy desconocida y su diario es muy interesante. Ahora se está viviendo el fenómeno de la recuperación, el revisado y la crítica dura de datos biográficos, pero podríamos leer más a escritoras como Mercè Rodoreda, Montserrat Roig, y a Maria Mercè Marçal.

En tu libro hay una frase con la que muchas nos podemos sentir "vergonzantemente" identificadas, dice “al fin y al cabo yo solo quería gustar a todos los chicos que a mí me gustasen un poco”.

Cierto (ríe). Desde pequeña me he criado con películas que me enseñaban que el mayor valor que puede tener una mujer es ser amada y luminosa, ahí están las películas de Marisol o La Cenicienta, ese aspecto angelical y amable en el sentido de ser amada por todos. Mi gran aprendizaje gracias a los libros que están apareciendo ahora, a esa revisión cultural y las experiencias de muchas mujeres, es que complacer a los demás no es el objetivo mayor en una vida y que muchas veces es incompatible con pasar a la acción con causas que nos parecen justas o que deseas defender. 

Otra frase subrayada de tu libro: “No querían ser tu musa, querían ser ellos los que contaran la historia, no tú”.

Literal. El personaje de la amiga está inspirado en Julia de Castro que es una artista, músico, actriz, escritora… y ha escrito canciones dedicadas a hombres músicos que no se sentían cómodos en estar en el lugar del objeto de deseo, les cabrea. De hecho, me interesa mucho rastrear canciones y obras de décadas pasadas donde se puedan encontrar elogios eróticos o de deseo hacia hombres pero hay poquísimas canciones. Por ejemplo, Fina Estampa me parece de las pocas canciones en las que una mujer piropea a un hombre frente a las toneladas de canciones hacia el otro lado. 

Hablas de la seriedad de las autoras, ¿tenemos que ser serias al inicio de una trayectoria profesional para que se nos tome en serio?

Creo que evidentemente toda exposición pública de una mujer tiene un sesgo de riesgo. Se te dice mucho “eres muy valiente por hablar de estas cosas”, y en esa frase sientes la amenaza. Has escrito desde la libertad pero sientes esa presión, y piensas que escribir sobre sexo, maternidad y familia se puede volver en tu contra y se puede sacar en un momento posterior de fragilidad, porque no podemos expresarnos desinhibidamente. Se nos ha enseñado desde pequeñas que no es procedente ser demasiado ligeras.

Abordas la maternidad desde un prisma distinto, lejos de idealizaciones, ¿ha sido esto un riesgo?

Opto por meter el personaje de la niña porque el libro va de relaciones y la búsqueda de interlocución. Convivir con una niña de cinco años es una experiencia sensacional de interlocución, algo que también reflejaba Carmen Martín Gaite. Para mí, ser madre implica aprender a distanciarte, dejar volar, tener paciencia y entender que no eres tú, aunque la adores y te fundiste una vez con ella, y por eso elegí incluir a la niña como personaje.

En tu libro mencionas la correspondencia casi en clave de sororidad de autoras como Matilde Ras y Elena Fortún. ¿Crees que ha muerto la magia de la correspondencia? ¿Cómo se traduce en la era del WhatsApp? 

Es interesante. Esa intimidad está ahora en los chats. Las redes sociales han permitido abrir una fuga en un entorno hostil o limitado para reconocer identidades que estaban, aunque Internet también es un campo enorme de hostilidad y está atravesado por parámetros de poder y opresión. La correspondencia ahora es más rápida y en comunidades más grandes. 

En tu libro hablas de muchas escritoras, ¿qué otras mujeres te inspiran?

Teresa de Jesús ha sido muy importante para mí. Hice incluso un espectáculo con Julia de Castro sobre ella, me lo propuso y cuando me puse a indagar, a leer y a documentarme sobre ella vi que era una mujer de acción y de letras a la vez. Es un ejemplo de que no hace falta elegir, en ella he encontrado un referente que dice sí a dos caminos. En mi caso es escribir y crear teatro. Descubrí a una mujer política, con un entorno de confianza muy potente, pero que también se refugiaba en la soledad, y que vivió intensamente hasta el final de sus días. 

¿Que sería necesario para crear una Enciclopedia de los Buenos Ratos de las Escritoras real?

Muchos años, apoyo económico y no muchos volúmenes, porque por desgracia hay muy pocos testimonios de esos buenos ratos. Y los que hay están envueltos en esa culpabilidad, en ese “fue bonito aunque fui muy egoísta", con la necesidad de pedir disculpas.

¿Cuál sería ese "buen rato" de María Folguera?

Uno similar al que tuve el sábado pasado. Estar en el campo con amigos creadores, comiendo un picnic con las niñas, compartiendo proyectos, riéndonos, escuchando música y cantando mientras las niñas juegan. Ese sería un rato buenísimo.

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