Este es un libro divertidísimo que se bebe como una jarra de agua fría y necesaria: servirá de consuelo refrescante a las madres trabajadoras y con varios hijos que se ven desbordadas por el día a día, por las regañinas del jefe, por las exigencias de los críos y los problemas particulares de cada uno, por el mercado, por la comida, por las indicaciones de los profesores buenistas, por el adorable desastre del marido, por las actividades extraescolares, por la superación personal, por el imperativo de la belleza, por las amigas con ganas de vinitos y conversación y por el fundamental pero olvidado deseo de tener sexo con su marido y sentirse guapas, sentirse deseadas, sentirse libres un rato. Parece misión imposible.

En Mamá en busca del polvo perdido (Harper Collins Ibérica), la autora Jessica Gómez Álvarez narra en forma de diario las aventuras de una mujer perspicaz y juguetona que quiere llegar a todo pero sin embargo se da cuenta de que no resulta brillante en ningún área de su vida: ni la aplauden al entrar en la empresa de diseño e ilustración en la que trabaja -todos los días el jefe se queja de los cinco minutos en los que llega tarde por culpa del autobús-, ni es una de esas madres extremadamente mimosas y pacíficas -cuando le hinchan el ovario se lía a voces para desatascar-, ni es una amiga con grandes historias que contar -se alimenta de las historias de Tinder de sus colegas-.

Lo peor es que a nuestra hilarante protagonista le resulta imposible acostarse con su marido. No encuentran jamás el hueco. El relato comienza el dos de enero, cuando aún tienen por la casa restos de la cena de nochevieja y coincide que sus tres hijos se han dormido. Dos en la cama matrimonial, el más pequeño, en el sofá. Así que no les queda más remedio que buscar un sitio acorde, ¡y no pueden ser ni las literas de los pequeños ni la cuna, porque se romperían…! Describe el estrés ese de no hacer ruido para no despertar a las fieras. Acaban haciéndolo en el suelo… y ella con heridas y moratones en las rodillas, porque aunque no se lo crea, ya no es una cría.

Después de ese encontronazo, llega el nuevo año con todos sus obstáculos diarios, con todos sus inconvenientes. Tras el zafarrancho para encontrar cita para la depilación de ingles -una zona verdaderamente olvidada para ella desde que es madre-, tras el sermón de la depiladora por “descuidarse tanto”, las lágrimas de dolor, el dejar a los niños ese rato con la abuela de forma excepcional -y llevarse el rapapolvo de su madre de “haces bien, que últimamente no te quieres nada”-, llegan otras catástrofes.

'Destetar' al niño

Como que se compra una crema de olores que pretende que sea sexy y se embadurna con ella, y, al quedar los niños dormidos -qué gloria-, se acurruca en el sofá con su marido y pretende seducirle, hasta que él le dice que esa es la crema que usa su propia madre. Otra vez el rollo cortado. Y así hasta el infinito. Qué difícil, querida Jessica, es llevarlo todo para adelante. Hasta le vuelve a crecer el vello de las ingles entre que le arregla la vida a todos y se vuelve a olvidar de sí misma.

Por si fuera poco, las profesoras y cuidadoras del pequeño se han enzarzado con nuestra heroína porque sigue dándole el pecho al niño y eso hace que no se quiera despegar jamás de ella y se vuelva un drama cada despedida en la guardería. Ella siente que todo el mundo tiene la potestad de opinar sobre su vida y de creer que puede mejorarla, ¡pero no la viven, no la viven con ella, no la viven como ella!

Nuestra desdichada protagonista no deja de ver el mundo con humor, con descaro, con insolencia, con valentía. Se enfrenta a todo y a todos: cada día es una reyerta por sobrevivir. Es de esas mujeres que pensaron que se quedaría embarazada a los veintinueve años “y que iba a tener un bebé y que luego ese bebé crecería, algún día se iría de casa y yo podría retomar mi vida en el mismo punto que la había dejado antes de convertirme en madre”, escribe. “Y va y resulta que no, que mientras el niño tiene la desfachatez de crecer, yo tengo la inconsciencia de ir haciéndome mayor, y aún no me he enterado”.

Todo el libro está trufado de llamadas, de whatsapps impenitentes, de pensamientos locos de esta mujer incomparable que es todas las mujeres que se ven devastadas por el día a día y no encuentran tiempo ni energía para disfrutar. Insulta a diestro y siniestro y se queda nueva. Lo que haríamos todas. Estamos con ella. Regálate este libro a ti o a alguna de esas amigas maravillosas a las que ya querías en la adolescencia, cuando no buscaban ser todoterrenos, pero ya lo eran. No les ha quedado más remedio.

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