María Franca Fissolo (79 años) es la mujer más rica de Italia y una de las más ricas del mundo pero no sale en las revistas del corazón ni da entrevistas. Además, lo curioso en su caso es que su imperio no se debe a la producción de coches, ni por a una compañía tecnológica ni siquiera a la ropa de moda, de la que es una discreta seguidora en su versión más clásica. Su riqueza proviene directamente del chocolate y de los huevos Kinder o los Ferrero Rocher, entre más de 30 marcas distintas de dulces y aperitivos.

La fascinación que provoca la viuda de Michele Ferrero, de los Ferrero de toda la vida, es que lejos de presumir del lujo y ostentación que pueden permitirse, como hacen en otras grandes fortunas, ha llevado siempre una vida casi secreta, monacal, dicen algunos por sus creencias católicas.

Se sabe que nació en 1941 en Savigliano, en la zona del Piamonte italiano muy cerca de Alba, el pueblo donde sus futuros suegros tenían una panadería que, al terminar la II Guerra Mundial, se convirtió en el origen de un imperio de más de 26.000 millones de euros.

Pietro Ferrero decidió transformar su obrador en una chocolatería y en una tienda de golosinas, pero el cacao en aquellos años se había convertido en un material carísimo y difícil de comerciar para los pequeños negocios. Así que cuentan que miró a su alrededor, vio que su zona estaba llena de avellanas e inventó la crema italiana más famosa del mundo: la Nutella.

María Franca conoce el trabajo de esta empresa como la palma de su mano porque entró en ella, con sólo 20 años, como secretaria y intérprete. Allí conoció a su marido. Su hijo Giovanni, en una de las pocas entrevistas que se le conocen hablando de su madre, aseguró que era muy buena traductora y una persona muy valiosa para la compañía. Ni un detalle más. Ni cómo se enamoraron, qué papel jugó ella, cuáles fueron sus proyectos... María y Michele funcionaban como uno en los dos ámbitos, el familiar y el empresarial.

Pese a su discreción, muchos economistas aseguran que a ella le debe Ferrero, una gran parte de su labor de conversión de esta fábrica de chocolate italiana en una de las tres marcas de dulces más importantes del mundo, con sedes en Europa, EEUU y Sudamérica.

Casada desde muy joven, con sólo 21 años y en el altar de la iglesia de su pueblo, como manda la tradición, María Franca sabía que unirse con un Ferrero era hacerlo también a ese gigante obrador. De hecho, Michele Ferrero, un hombre de palabra, cumplió siempre la promesa que le hizo al pedirle matrimonio: "Te hablaré todas las noches de chocolate si te casas conmigo".

Pronto esos dulces sueños se convirtieron en los suyos y María Franca apostó siempre por mostrarse como una persona tranquila, discreta y muy religiosa. De hecho, los trabajadores de una empresa internacional que nunca ha dejado de funcionar como un obrador familiar por millones y millones de bombones o huevos de chocolate que vendan contaban que casi como tradición Michele ponía una imagen de la Virgen de Lourdes en cada nueva fábrica u oficina.

Es más, como buenos fieles devotos ambos de esta imagen, a Lourdes debe su nombre los famosos bombones Ferrero Rocher puesto que la cueva donde se obró el milagro de esta virgen fue Rocher de Massabielle.

Un hijo muerto

Pero no hay herencia ni fortuna que no tenga su dardo envenenado y el que le ha tocado a vivir a María Franca es el más duro de todos para una madre: perder un hijo.

Pietro y Giovanni nacieron al poco de casarse sus padres y se llevaban apenas un año. Crecieron muy unidos al núcleo familiar y bebiendo la discreción en un pan con Nutella. Sólo llegaban a los periódicos las noticias de sus ascensos en la compañía y la trágica muerte del mayor, en abril de 2011 en una misterioso accidente en Sudáfrica a los 47 años de edad, cuando era uno de los máximos apoyos de su padre en el imperio de los Ferrero.

Nunca se había visto a María Franca tan destrozada. Era un duro golpe para quien la familia estaba por encima de todo y de todos, incluso del chocolate. La empresa informó de que Pietro, padre de tres hijos, había sido atropellado por un coche cuando practicaba uno de sus deportes favoritos: el ciclismo. Sin embargo, luego se supo que sufrió un ataque al corazón antes del siniestro.

Sólo le quedaba Giovanni que, como su hermano, también se había curtido desde pequeño en distintas posiciones de la empresa y era consejero delegado de la división internacional de Ferrero.

Su soledad se fue agrandando cuando murió Michele cuatro años después pero María Franca, tras esos baches de dolor, ha seguido manteniendo su discreta y religiosa vida en Montecarlo, donde reside desde hace años, con el apoyo de la familia de Giovanni, que viven en la vecina Bruselas.

Eso sí, el lema de la familia que es "Trabajar, crear y donar" se transformó en su objetivo de vida tras esos duros golpes y ha apostado por entregar parte de sus esfuerzos durante más de 30 años en proyectos sociales, educativos y por la infancia a través de la Fundación Ferrero en homenaje a su hijo Pietro.

Actualmente, esta mujer pequeña pero con una fuerte presencia, siempre con una melena bien peinada y una sonrisa elegante (de esas que se exigía antiguamente a las señoritas de alta sociedad) es la presidenta de uno de los mayores grupos de Italia aunque está jubilada del negocio que lo dirige su hijo Giovanni como antes lo hizo su marido Michele y el padre de este Pietro