Llevo semanas atendiendo atónita a la pelea entre la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el Gobierno de Pedro Sánchez porque la capital quería pasar de fase como sea. Madrid quería sus terrazas, sus bares, sus restaurantes, sus tiendas y hasta su tráfico (aunque fuera para que una parte de la ciudad sacara sus coches a pasear como forma de protesta). Pero nadie ha dicho nada de colegios.

Ha habido debates y comisiones para decidir cómo se abrían los hoteles, las playas y hasta los centros comerciales en algunas comunidades. Pero nadie ha hablado de colegios.

Va a haber Liga de fútbol, aunque sea sin público. Abren los museos. Se puede jugar al pádel, al tenis e incluso un partido de baloncesto de tres para tres. Pero no se sabe qué va a pasar con los colegios.

Y lo poco que se sabe de Educación es que como depende de las comunidades autónomas, son ellas las que deciden: ¡genial! 17 opiniones distintas para un problema que es claramente nacional. Y las comunidades autónomas aseguran que dependerá de cada centro. ¡Más maravilloso todavía! Millones de familias a la espera de millones de alternativas diferentes.

Por ahora, algunas regiones en fase 2 han decidido abrir sus aulas para los alumnos de 2º de Bachillerato y Formación Profesional en pequeños grupos (Galicia, Navarra, Aragón o Comunidad Valenciana). Otras están a expensas de ver qué pasa más adelante y casi todas (salvo Cataluña, por ahora) han decidido ya que los alumnos de Primaria e Infantil tienen que quedarse en casa "por la seguridad de todos".

Ya le digo yo que no será por la seguridad ni de la economía ni del bienestar de la familia. Pero vale. Aceptamos barco como animal acuático. Este curso está perdido, ¿y el que viene que empieza en tres meses? Porque por mucha pandemia que hayamos pasado, agosto va a seguir siendo un mes inhábil para los profesores que se marchan de vacaciones a mitad de julio y se incorporan a principios de septiembre. Y nadie ha abierto, hasta ahora, un debate serio y sosegado con padres y trabajadores para, aunque sea, plantear una  alternativas que se puedan ir estudiando e implementando en verano.

Ya me veo yo el panorama. "Que el colegio tiene que desinfectarse pero no se ha podido hacer en agosto porque estaba cerrado y claro... lo haremos en septiembre, así que ya en octubre veremos que hacemos". (Noten la ironía) 

Madrid

En Madrid, que ni fase 2 ni palabra conjugada con educar, el consejero lo más que ha hecho es exigir al Gobierno informes sanitarios que avalen esa supuesta vuelta a las clases presenciales en Infantil. Seguro que el informe aporta soluciones. Y mientras tanto, ese mismo consejero le ha pedido a los directores que hagan tres planificaciones escolares para el año que viene: una por si no vuelven los niños al aula; otra por si vuelve sólo la mitad, y otra por si vuelven todos. Vamos que no tienen ni idea.

Me explota la cabeza cada vez que oigo a todos hablar de la nueva normalidad y la fuerte crisis económica que sufrirá el país y no me creo que nadie se haya planteado que nada reactivaría más la normalidad que los padres, y sobre todo las madres, pudieran incorporarse a sus puestos de trabajos no sólo de forma segura sino también de forma tranquila (con sus hijos en las aulas).

La mayoría de las madres hemos aguantado tres meses teletrabajando en situaciones extremas, como avalan todos los estudios, y pensar que en septiembre la nueva normalidad será seguir echando más horas en el trabajo, en la educación de los hijos y en la casa, invita a un suicidio colectivo.

Y no me digan, como cada vez que una madre se queja de que sin colegios no se puede conciliar, que los centros escolares no son guarderías... Tampoco yo soy empleada del hogar de profesión, ni profesora de profesión, ni cocinera de profesión... y les juro que todos estos santos oficios han convivido a partes iguales durante este confinamiento con el de periodista.

Ellos y ellas, los primeros

La educación de nuestros hijos es más que un niño escriba "vivir" con b o con v (seguro que les da tiempo a aprenderlo). O que tengan claro la diferencia entre comunidades autónomas o provincias, que sólo viendo lo que está pasando en este país se hacen una idea. Se trata de un desarrollo social y personal que debería ser una cuestión pública, porque es el futuro de esta España a la que todo el mundo estira de su bandera. Es perder un año de sus vidas entre pantallas, clases a media, ejercicios telemáticos que hay que imprimir y la soledad de su escritorio.

Ellos y ellas deberían de ser la prioridad de este Gobierno después de salvar vidas. Claro que, para eso, nuestros políticos tendrían que renunciar a horas y horas de insultos en el Congreso o en las comisiones de reconstrucción (¿cuánta diversión!) y sentarse con padres y profesores para diseñar EL futuro (a corto y a larguísimo plazo) de este país, de nuestros hijos.

Y empezar a proponer ideas como clases intensivas, horarios más reducidos, turnos de mañana y tarde, mamparas con bonitos jardines, adaptar espacios polivalentes para aulas, redistribución de niños... No sé, cualquier cosa que nos dé la sensación a las familias de que hay alguien trabajando (o teletrabajando) por nosotras. Que alguien en España tiene claro que la falta de educación es algo más grave que un insulto o una mentira encima de una tribuna mientras siguen tirándose los tratos a la cabeza.

Siempre trato de que mi hijo veo las cosas sin prejuicios. Que piense en cómo se sentirá el otro, el por qué cosas que para mí son tonterías para otros pueden ser importantes. Pero si un marciano aterrizara estos días en Madrid y me viera sentada con él en una terraza, en horario escolar, comprendería que la idosincrasia de este país siempre ha sido mimar más la fiesta que la ciencia. Aún nos queda la repesca de septiembre. Aún podemos aprobar

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