Si alguien convirtió el papel de Primera Dama de los Estados Unidos en una figura influyente y representativa para las mujeres, esa fue Eleanor Roosevelt. La esposa de Franklin D. Roosevelt influyó tanto en la política de su país como en la incorporación de las mujeres al Partido Demócrata. Fue la impulsora de la Declaración de los Derechos Humanos y una activista de la libertad para todos, menos para ella.

Y es que poca gente sabe que su infancia fue horrible, que tuvo que soportar numerosas infidelidades de su marido y que ella misma vivió una historia de amor durante años con la periodista de AP que cubría la información de la Casa Blanca, Lorena Hickok, más conocida como 'Hick'.

Sus décadas de amor intermitente están documentadas en 3.300 cartas que Hick guardó tras la muerte de Eleanor y que, después de muchas dudas de qué hacer con ellas, las acabó cediendo a la Biblioteca Franklin D. Roosevelt con la condición de que no se hicieran públicas hasta 10 años después de su muerte. 

Era 1968 y por esta decisión las cartas no se empezaron a conocer hasta los años 80. Sin embargo, el libro de Susan Quinn, 'Eleanor y Hick. El romance de la Primera Dama de EEUU y Lorena Hickok" (Ediciones Casiopea), que llega ahora a España, no sólo recupera estas misivas sino que relata la trenzada relación de ambas y su influencia en la política estadounidense en esos años claves para el mundo actual.  

Se enamoraron en 1932 cuando Lorena Hickok escribía sobre el aspirante demócrata a presidir la Casa Blanca. Lesbiana y feminista era de las pocas mujeres en ese círculo periodístico en ese momento e incluso había pedido no tener que hacer información de sociedad para la agencia que tuviera que ver con la mujer del futuro presidente ni de sus actos.

Sin embargo, cuando vio a Eleanor de cerca, Hick "quedó cautivada por sus manos largas y delgadas y por la forma tan elegante de desenvolverse sirviendo el té", relata Quinn. A las dos mujeres les unía una infancia horrible y un activismo social por la mejora de los derechos humanos difícil de encontrar en otras señoras en aquella época.

Hick y Eleanor Roosevelt.

La madre de Lorena Hickon había muerto cuando ella tenía 13 años y su padre era un hombre violento que acabó echándola de casa al año siguiente. Tuvo que ganarse la vida sirviendo en las casas donde se alojaba. Por lo que era una mujer hecha a sí misma y con una enorme capacidad de relatar la parte humana de las noticias que había llamado la atención de sus jefes.

A Eleanor era su madre la que la despreciaba considerándola una decepción por no poseer "ni la belleza ni la personalidad necesaria para triunfar en la sociedad". Su padre, alcohólico, acabó matándose y la joven Roosevelt tuvo que criarse en casa de su estricta abuela. 

Por lo que la conversación y la empatía entre ambas surgió rápido. "La relación epistolar de Eleanor y Hick fue algo poco común y excepcional. Derramaron su anhelo en miles de cartas. Pero también usaron las cartas para contar las vivencias del momento", relata la autora de este libro que también se vende online.

Algunos de los amigos de Eleanor presionaron a Hick cuando murió la exprimera dama para que destruyera la correspondencia. La periodista rompió las cartas más explícitas y trató de reescribir otras dejando de lado las partes más pasionales. Pero en muchas aún se puede leer lo importante que fue la una para la otra: "Besé tu fotografía con lágrimas en los ojos" escribió Eleanor mientras Hick respondía "Je t'aime y je t'adore".

Eleanor Roosevelt.

Ya con Franklin D. Roosevelt en la Casa Blanca, Hick se convirtió en una inquilina más a temporadas, cuando sus celos no hacían estallar en mil pedazos su relación con Eleanor, y, sobre todo, se convirtió en la sombra y principal asesora de la Primera Dama.

Las mejores vacaciones de Eleanor, viajera empedernida, fueron con la periodista. Pero hasta cuando no estaba Lorena Hickon, le enviaba por carta su anhelo: "Hick, querida, desde Maine, este ha sido el día más glorioso, y lo mejor de todo es que tú y yo lo haremos juntas el próximo mes".

Ese mes, esas tres semanas de viaje en coche que hicieron como pareja, las dos solas, se convertiría en el mayor acto de valentía de Roosevelt por esa relación

Eso sí, no hay que esperar desnudos sentimentales en las cartas. Si algo destaca la autora del libro es que a Eleanor le costaba mostrar sus sentimientos y también una intimidad que ya, pasados los años, ni siquiera tenía con su marido, al que había cazado en varias aventuras con secretarias y colaboradoras. Esta frialdad y algunas de sus relaciones sociales acababan exasperando a la periodista más acostumbrada a una vida sin apariencias ni dobles papeles.

Viajes por EEUU

Por eso, Lorena Hickok iba y volvía a la vida de los Roosevelt como un boomerang. Sus viajes de trabajo por todo el país sirvieron para incrementar el activismo de la Primera Dama pero también para ver en qué punto de la relación estaba cada una: "Es la primera vez que he tenido que pasar tres semanas sin verte y la primera vez que he estado tanto tiempo sin una carta. ¡Vamos, vamos, Hickok! Sé buena y razonable", le pedía Eleanor, "la mujer olvidada, desde Nueva York.

"Por supuesto que la larga separación ha sido más dura para ti porque gran parte del tiempo has estado con extraños", le contestaba en otra. "Hick, querida, no hay carta hoy, pero ayer se acumularon, así que voy a leer todas los que recibí ayer", aseguraba en otra misiva.

Eleanor era consciente de que no siempre podía estar en el mismo punto que le pedía Hick pero no quería dejar una relación a la que estaba profundamente unida. El 23 de diciembre de 1933 Eleanor escribió: "Me fui a dormir rezando una oración. Dios, concédeme el talento suficiente para no lastimar a Hick de nuevo. Querida, sé que no estoy a tu altura en muchos sentidos, pero te amo y a veces aprendo".

Y ese mismo día de Navidad volvió a hablarle: "Querida, te envío mi bendición. Perdóname. Créeme, me has traído más y has significado más para mí de lo que crees y estaré agradecida en Nochebuena y el día de Navidad y todos los días por tu mera existencia. Desearía abrazarte".

Si en las estancias en la Casa Blanca era Hick la que se mostraba más efusiva, más demandante e incluso celosa, cuando la periodista se marchaba era Eleanor la que dejaba escritos explícitamente sus sentimientos: "Pensé en ti en la iglesia. No podía escuchar el sermón... y te imaginé... conduciendo y deseé estar contigo...". "Qué no daría por hablar contigo y escucharte ahora. ¡Oh, querida! Son todas las pequeñas cosas, los tonos en tu voz, el tacto de tu pelo, los gestos... estas son las cosas en las que pienso y que anhelo", insistía.

Ed. Casiopea

Relación de ida y vuelta

Treinta años de relación dieron para mucho: conflicto social, conflicto moral y hasta conflicto físico: "Abrigas sentimientos hacia mí que no puedo devolverte de la misma manera", recordaba Eleanor ante el deseo de intimidad de Hick que la asfixiaba.

Y de nuevo la periodista acababa marchándose, volviendo a viajar y cortando la comunicación. Entonces era Eleanor la que escribía: "¿Estás optando por la ausencia porque eso ayuda? Si es así, no diré una palabra". "Bueno, querida, tú decides, porque tú eres la que sufre y yo simplemente disfruto de lo que puedo tener. Hace mucho que aprendí a aceptar lo que tenía que ser".

Aunque Eleanor nunca quiso ser la mujer de un presidente de los EEUU, ni siquiera era consciente del papel que se le imponía durante mucho tiempo, su sentido del deber la llevó a no dejar nunca a Franklin D. Roosevelt ni siquiera por su amante periodista, consciente de que el escándalo habría sido el final de su carrera y un golpe muy duro para su país: "Hick, querida, siento haberte preocupado tanto. Sé que tengo que quedarme. Sé que nunca tendré una ruptura abierta y nunca le diré a Franklin cómo me siento. ¡Volaré hacia ti, pero nunca hacia F!".

Por eso le pedía que si volvía a la Casa Blanca no estuviera mal ni montara escándalos: "Ese asunto de estar deprimida por la Casa Blanca no se repetirá nunca más", recordaba la periodista que siempre buscaba disfrutar "de cada momento fugaz contigo, cada vez que se produjera". Durara lo que durara.

La muerte de Franklin, el papel oficial de Eleanor y las discusiones de las dos mujeres fueron erosionando una relación cada vez más espiritual que física. Aunque pudo haber lejanía, nunca hubo olvido entre las dos mujeres. De hecho, hasta en los momentos más duros, cuando Eleanor recogía sus cosas de la Casa Blanca para abandonarla, llego a envolver una gran taza de porcelana azul y blanca, que a Hick le gustaba usar para bebe su café con leche, y se la envió a la periodista.

Lorena Hickon la utilizó toda su vida hasta que murió en mayo de 1968. Su fallecimiento pasó desapercibido incluso para quienes la veían ir a comprar el periódico todos los días. Sólo 32 años después, un grupo de mujeres feministas quisieron homenajearla en un rincón tranquilo del cementerio de Rhinebeck, donde se expandieron sus cenizas sin ningún acto ceremonial.

Plantaron un árbol e instalaron un banco de piedra azul cerca con una placa que la recuerda: "A Lorena Hickok 'Hick'. Marzo, 1893 - Mayo, 1968. Reportera de AP Escritora activista y amiga de E. R."