El pasillo de cereales estaba abarrotado, iluminado por luces frías y envuelto en el bullicio típico de un supermercado al anochecer. Allí, entre cajas casi idénticas y el cansancio acumulado de dos horas de compras, se desencadenó un pequeño error vital.
"Esa noche cambiaría por completo una rutina que hasta entonces había sido infalible", relata en su blog Dawn Scheu, la dueña de Bodhi, un perro de servicio especializado en detección de gluten.
Desde hace seis años, el perro garantizaba la salud de su humana. Nunca había fallado en su trabajo de evitar que su guía ingiriera esa proteína.
Sin embargo, una noche de compras rutinaria en un supermercado Kroger terminó en una de las peores reacciones de salud que su dueña recuerda.
Una trayectoria impecable
Durante años, Bodhi fue la barrera más fiable entre ella y su enfermedad debilitante. En cada comida, cada producto dudoso, su olfato funcionaba como garante de seguridad alimentaria.
"Habíamos tenido un registro perfecto. Era mi certeza diaria de que podía vivir sin miedo", relata.
La noche del error
Todo cambió en medio de un supermercado remodelado, donde los productos con y sin gluten habían sido apilados en los mismos estantes. Tras dos horas agotadoras de búsqueda, Scheu llegó al pasillo de cereales, dispuesta a terminar cuanto antes.
Allí ocurrió lo inesperado. La joven identificó una caja que conocía como sin gluten y se la entregó a Bodhi, que alertó con firmeza. Su dueña, pensando que podía ser contaminación superficial, probó con un segundo envase.
Esta vez su perro no encontró peligro alguno. Como ejercicio de control, se le volvió a mostrar la primera caja. Fue entonces cuando una familia se acercó.
"Comenzaron a acariciar y a hablarle en pleno trabajo. Intenté explicarles amablemente que estaba de servicio, pero en ese instante su concentración, y la mía, ya se habían roto", recuerda Dawn.
Cansada y distraída, tomó por error la opción equivocada: la misma sobre la que Bodhi había alertado al inicio.
Las consecuencias
Esa noche, la realidad se impuso de forma brutal. Tras cenar un plato con los cereales en cuestión, la mujer comenzó a sentirse violentamente enferma: "En solo dos horas tuve la peor reacción en años. Estaba confundida, no entendía en qué me había equivocado".
Un perro que huele un trozo de pan.
Al revisar el paquete, lo descubrió: el germinado de trigo aparecía como primer ingrediente. El cereal existía en dos versiones casi idénticas, una con gluten y otra sin él, diferenciadas solo por un pequeño logo y un ligero matiz en la imagen del envase.
Una línea de vida
Dawn Scheu es, ahora, entrenadora de perros de servicio. Para ella, este caso es una alerta para la sociedad: los animales de asistencia deben trabajar sin interrupciones.
"Cuando alguien acaricia o distrae a un perro en plena alerta, puede provocar un error crítico. No son un accesorio sino una línea de vida", sentencia. Lleva más de dos décadas dedicada al adiestramiento de canes detectores.
"El fallo no lo cometió Bodhi. Él hizo su trabajo. Fue mi cansancio y la distracción lo que llevó a que la caja equivocada terminara en mi carrito", asegura. Su testimonio es un recordatorio de que, incluso en entornos diseñados para personas con restricciones alimentarias, los riesgos persisten.
Hay que leer siempre los ingredientes, estar atentos a pequeños detalles y, sobre todo, respetar el trabajo silencioso y vital de los perros de servicio. "Bodhi estaba en lo cierto. Este episodio fue una llamada de atención sobre lo imperativo que es mantenerse vigilante", asegura.
Para Scheu, historias como la de su perro confirman lo esencial de un entrenamiento riguroso: "Estos perros salvan vidas. Pero la sociedad también tiene que comprender que su misión merece espacio y respeto".
