El día en que Irene Eguiluz (Madrid, 1987) entró en una tienda de animales con su madre y vio a todos esos perritos tristes y parados, no tuvo duda. Uno tenía que irse a casa con ella.
"Tomé una decisión impulsiva. Me metí en ese sitio y salí con mi perro", cuenta la creadora de contenido y guía turística de Madrid.
Quien la sigue en Instagram, ya ha oído hablar de esta historia. Sin embargo, hoy tuvimos la posibilidad de que fuera ella quien nos la contara desde el principio.
La historia de Eguiluz y Jacobo comienza cuando ella tenía 25 años. Su madre estaba muy enferma y para animarla, la joven la llevó a dar un paseo por una tienda de animales a ver los perros en el escaparate.
Justo en ese momento, el establecimiento estaba sacando a casi todos los perros debido a una nueva ley que iba a prohibir la venta de animales en negocios. Al entrar, Euguiluz y su madre encontraron a los animales en muy mal estado, a diferencia de lo que esperaban de los cachorros.
"Los perritos tenían una intoxicación por papel y cartón debido a que no los estaban cuidando al estar encerrados en jaulas", cuenta. La intención de la tienda era llevarlos a la perrera o intentar venderlos como fuera.
Irene Eguiluz con su perro Jacobo jugando.
La joven, al ver la situación, se precipitó. No vio ni qué perro era, simplemente dijo: "Dame ese mismo". La sensación para ella fue como si lo hubiera rescatado de una protectora, ya que si no lo cogía, se lo llevarían a una perrera.
Superar el miedo
Su madre le tenía pánico a los perros. Eguiluz cuenta que había que esconder a los peludos de amigos y familiares cuando ella visitaba. "Pero cuando yo le pedí que sujetara al cachorro, lo agarró como si fuera un bebé y empezó a tocarle y besarle".
La joven se dio cuenta de que le había quitado el miedo a los perros a su madre. De hecho, después de eso, tuvo tres más, rescatados de protectoras. "No solo salvé a uno, aunque sea de una tienda, sino que también le quité a mi madre el pánico a estos animales".
Cuando volvió a casa, Eguiluz no sabía qué raza era Jacobo. Conforme creció se dio cuenta de que era un golden retriever. A los seis meses, la joven se independizó de sus padres y se llevó al animal con ella.
Una vida plena
"En ese momento estaba en paro, lo que me permitió estar los meses más difíciles con él, criándole". Jacobo vivió 13 años y medio. "Ha estado muy feliz, ha viajado por todos lados: en coche, en tren, en metro, en tuctuc, en barco. Ha hecho absolutamente todo lo que piensas que puede hacer un perro menos montar en avión".
Él la acompañaba a centros comerciales y a cualquier sitio al que pudiera acceder. También le acompañaba al trabajo, e incluso hacían rutas con perro, invitando a otra gente con animales.
Jacobo, el perro de Irene Eguiluz.
En los últimos años de Jacobo, Eguiluz empezó a notar que se hacía mayor, aunque no estaba mal. "Con 11 años ya tenía más canas e iba más despacio". Fue entonces cuando la idea de ser familia de acogida para un perro guía de la ONCE comenzó a rondarle la cabeza.
El deterioro
La salud de Jacobo comenzó a deteriorarse. Tenía insuficiencia renal y un poco de hipotiroidismo. "Son cosas normales en perros mayores". Sin embargo, de un día al otro empezaron a verle más triste, de repente, no podía ladrar bien.
"Se agotaba mucho y según salía, tenía que tumbarse". Le hicieron pruebas y descubrieron que Jacobo tenía un tumor en el corazón, entre ese órgano y los pulmones.
El tumor había crecido muy rápido, ya que un par de meses antes no le habían visto nada en una ecografía. En los últimos diez días, su estado empeoró significativamente: "Ya no quería, no podía ladrar, apenas podía andar, casi no podía hacer bien sus necesidades".
Cuando lo llevaron al veterinario y les dieron el diagnóstico, les dijeron que alargando su vida sería solo por una semana. Eguiluz tuvo que tomar una decisión rápidamente, así como cuando lo adoptó.
30 de junio
Prefirió no dejarle sufrir a seguir mal viviendo. Jacobo falleció el 30 de junio de 2025 en el hospital veterinario. "La gente dirá lo que quiera, pero es como si tuvieras un hijo, depende de ti", afirma.
"Decía mucho que el cariño que me daba Jacobo se asemejaba al de una abuela o de un abuelo". En sus últimos años, lo cuidó como se cuida una persona anciana. Dándole sus pastillas, pinchándole medicación y asumiendo gastos veterinarios como si fuera un familiar.
Cuatro días después del fallecimiento de Jacobo, la ONCE contactó a Irene Eguiluz para decirle que habían aceptado su solicitud para ser familia de acogida. "Parece que mi perro, desde el famoso arcoíris, ha decidido mandarme un cachorro para que yo deje de estar triste". Ahora, empieza un nuevo capítulo de su vida.
