Juan García, de 75 años, se jubiló tras 40 años de trabajo en una fábrica de Málaga. Pese a su larga trayectoria profesional, su pensión mensual apenas alcanza los 1.100 euros, cantidad que él considera insuficiente para cubrir sus necesidades básicas.
Con su pensión, Juan trata de cubrir los gastos necesarios en su día a día. Una parte importante se destina a la vivienda, incluyendo suministros, mantenimiento y pequeños arreglos. La compra semanal requiere planificación, y ha sustituido ciertos alimentos por opciones más económicas, evitando "caprichos".
"Cuando llega el recibo de la luz o del gas, me echo a temblar", afirma Juan. "Tengo que calcularlo todo: poner menos la calefacción, usar menos el aire acondicionado, planear la lavadora para el día más barato… No es vida de lujos, es una vida de restricciones", asegura.
Juan asegura que antes compraba aceite de oliva sin mirar el precio. "Ahora compro el que está de oferta, y a veces ni eso. La fruta, la carne… he tenido que recortar mucho. No me da para nada", detalla.
Aunque las pensiones han subido en los últimos años, Juan no lo ve suficiente. "Al final lo que gano más se lo lleva la inflación. El precio de muchas cosas sube más rápido de lo que me suben la paga", dice.
También ha reducido gastos, pero teme no poder ahorrar lo suficiente para imprevistos. Su familia lo ayuda de vez en cuando, pero no es una solución estructural.
Juan no es ajeno a la realidad social: muchos de sus compañeros pensionistas comparten sus mismas dificultades. Según estudios recientes, un alto porcentaje de mayores planea destinar más recursos a vivienda y alimentación en 2025, precisamente por la presión de los precios.
Aunque la revalorización de las pensiones busca proteger el poder adquisitivo, la combinación de inflación, coste de la cesta de la compra y la factura de la vivienda deja a muchos jubilados en un limbo económico.
