Francisco Sánchez
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A sus 72 años, Nono ya no canta los platos en El Tintero, ese restaurante mítico de Málaga donde el pescado no se pide: se subasta a voz en grito. Lleva tres años jubilado, pero su sombra aún se pasea entre las mesas. Durante décadas, fue el alma del local: cobraba con papel, freía con sartén y sabía exactamente cuántos platos de calamares se habían vendido sin mirar la cuenta.

“Antes todo era ganas”, dice con voz pausada pero firme. “Yo cobraba, abría el pescado, hacía los pedidos, llevaba las cuentas… todo. Hoy hay que llevarlo todo a rajatabla: los turnos, los papeles, la seguridad social. Y es como debe ser. Pero ya no es como antes”, comenta.

Nono representa a una generación de españoles que levantó negocios sin formación académica, pero con una ética de trabajo inquebrantable. Empezó con 8 años ayudando a su abuelo, primero en la pesca, luego en el bar que surgió cuando las redes de algodón dejaron de teñirse. El Tintero nació de esa transición: del mar a la mesa, del esfuerzo a la tradición.

“Esto ha cambiado una barbaridad. Desde hace 10 o 15 años para acá, se ha adelantado todo. Y muchos se han quedado atrás. Como yo”, comenta con voz temblorosa y una mirada que refleja todos los años que estuvo al frente de El Tintero.

Habla sin victimismo, más como quien constata una realidad que le sobrepasa. Ha visto cómo subía el precio del pescado, del aceite, de todo. Y cómo, a pesar de eso, el cliente sigue queriendo pagar lo mismo. “El aceite llegó a ponerse a 100 euros. Nosotros lo absorbimos. ¿Cómo? En forma de deuda.”

Esa frase, tan directa, resume bien su diagnóstico de la España actual. Un país donde todo sube, pero los sueldos no. “Yo tengo el mismo salario de hace años, con suerte te suben 40 euros por el IPC. Antes salías cinco veces a la semana, ahora dos. Pero esas dos cenas las disfrutas. No vas a mirar el euro. Solo que sales menos”, dice la hija de Nono.

Aún se emociona hablando de los chavales que empiezan. Le gustaría enseñarles cómo se vende “de verdad”, pero sabe que eso ya no le corresponde. Sin embargo, insiste en una cosa: “Aquí no se necesita más que ganas. Si tienes ganas, te enseñamos. Si no las tienes, no puedes estar aquí.”

En un país donde muchos jóvenes sienten que no tienen espacio, Nono ofrece una certeza humilde pero poderosa. “Si aguantas, sigues. Alguien te da la oportunidad. Pero tienes que demostrar que quieres currar”, dice triste. Ya no canta los platos, pero su legado sigue gritando entre las mesas.