Álvaro Carrillo es un malagueño de 21 años cuya filosofía de vida es aprender de las personas que conoce allá por donde va. Hace tan solo un mes compró un vuelo a Tenerife para descubrir la isla y, sobre todo, a su gente. 

A los pocos días, recibe la noticia de que el volcán Cumbre Vieja había erupcionado. Lejos de cancelar el vuelo, Álvaro se tomó aquello como una señal. Tenía que ir y vivir la experiencia de ver un volcán en directo. Estudia Publicidad y hace trabajos audiovisuales. “Un colega me dijo que una tele rusa y Antena 3 estaban pagando por algunas imágenes bastante bien. No lo dudé y me pillé también un ferry de Tenerife a La Palma”, cuenta.

Así, el pasado 6 de octubre emprendió su viaje, que por cierto “me ha costado más que ir a Miami y volver”. “Entre el avión de ida, la noche en Tenerife, el ferry a La Palma de ida y de vuelta y el avión de vuelta me he podido gastar unos 350€ y eso que no pagué alojamiento en La Palma”, dice.

Tras pasar la noche en Tenerife y disfrutar de su ciudad, al día siguiente cogió un ferry que tenía una capacidad aproximada para quinientas personas. Sin embargo, en el barco solo estaban una mujer mayor, un hombre con su perro y Álvaro. Era desolador. 

Sin embargo, todo iba “bien” hasta que se acercaron a La Palma. Como hacía buen tiempo y querían disfrutar de los delfines y otros animales marinos, todos se sentaron en la terraza del barco. De un momento a otro, sus gargantas se secaron y fueron incapaces de abrir los ojos a causa de la lluvia de ceniza. Estaban llegando.

“Muchos medios de comunicación nos venden que aquello es un espectáculo, pero a mí ese momento me impactó, me cambió el chip. Era una llegada al infierno, a la isla de los piratas que tan tenebrosa se veía en las películas. Me di cuenta de que mi labor allí era trabajar para ayudar, no grabar imágenes”, narra el joven.

Cuando llegó, a eso de las diez de la noche, cogió una “guagua” que le trasladó a “casa” de su amigo, que le acogió en el último momento. “La casa era una nave industrial que había sido reformada para ser casa. En las noticias escuchamos que se han destruido muchas edificaciones, pero no casas. Muchas no están registradas y creo que cuando lleguen las ayudas económicas va a ser un follón”, dice.

A la entrada de la casa, una furgoneta donde descansaba una mujer que no sabía si había perdido su hogar. A la tarde siguiente, y tras hablar durante horas con ella, la acompañaron a su casa que, por suerte, aún estaba en pie. Se dedicaron a retirar ceniza del tejado para evitar el riesgo de derrumbe y recogieron algunas cosas de su propiedad.

Así, también arreglaron un antiguo corral que tenía su amigo para darle cobijo a los que lo necesitaran. Era muy probable que pronto llegara otra pareja de La Laguna, puesto que el volcán, en aquel momento, amenazaba fuertemente a esta zona. “En el corral estaban seguros, estaba situado en Santa Cruz de la Palma, al otro lado de la cordillera. Lo pintamos, sacamos el gallinero, metales… aún me quedan heridas en las manos”, cuenta.

Su primer contacto con el volcán

La primera vez que Álvaro vio en directo el volcán no le sorprendió tanto. Contó tres bocas que en el momento no estaban tan activas y se quedó alucinado ante lo que la naturaleza puede llegar a hacer. Esta sensación le inundó por la noche, en casa. Cuando estaba en su cama, y cerraba los ojos, sentía que fuera había una guerra, por las explosiones cada pocos minutos y por el ruido constante que simulaba el de “un avión que no terminaba de despegar”.

A la mañana siguiente las noticias empeoraban. El cono del volcán se había roto y la lava corría a más velocidad que nunca. Se apresuraron en preparar totalmente el volcán para la llegada de una pareja de 90 años de edad que no tenía refugio.

“Ya el volcán parecía otro. Era desolador. Todo temblaba cada dos por tres”, relata. Álvaro se dedicó a hablar durante todo el viaje con los servicios de emergencias y vecinos de la zona. “La gente que va a allí a hacer turismo de volcán disfruta del espectáculo porque no habla con nadie ni es consciente de la situación como yo lo he sido. Es una situación que da mucha impotencia”, lamenta con emoción.

Vistas desde la casa donde estaba Álvaro.

En apenas cuatro días allí, ha visto imágenes que jamás creía que iba a ver, pero sin embargo, jamás sacó su equipo de grabación e imagen. Apenas hizo algunas tomas con su móvil por recordar la experiencia. “Grabar y vender imágenes ya lo hacen otros. Tenía que hacer algo que aportara a la sociedad y ojalá pudiera haber hecho aún más”, reconoce.

La vuelta en ferry fue más dura, por la mochila de emociones que cargaba a sus espaldas y la de historias y sueños rotos que viajaban con él hacia Tenerife. Le impactó mucho cuando un pequeño dijo: “¡Mami, otro terremoto!”, justo en el momento en el que el mar estaba más bravo que nunca. Confundía las olas con los seísmos que le llevaban acompañando casi un mes.

“Muchos llevaban a sus peques a Tenerife con familiares y amigos para matricularlos en otros colegios. Los padres volvían a la isla para recoger todo lo que podían y rehacer de alguna forma sus vidas. Vi a muchos llevarse hasta las puertas porque acababan de arreglar su casa”, cuenta el joven. 

Un camión que transportaba lo que los vecinos sacaban de sus casas. Álvaro Carrillo

La positividad

Pese a todo, si Álvaro tiene que elegir algo de su viaje es la positividad y la alegría canaria. Asegura que cualquiera se hundiría al ver cómo su casa y sus recuerdos se han destruido para siempre. "Muchos han perdido su trabajo, su fuente de ingresos, pero pese a ello mantienen la calma y celebran que todo lo perdido es solo material".

“Estoy loco por volver a ir y seguir ayudando. Casi no puedo volver porque me cerraron el aeropuerto y para mí era la excusa perfecta para poder quedarme allí una semana más”, confiesa Carrillo que, por cierto, se ha pagado todo con sus propios ahorros gracias a los trabajos audiovisuales que realiza.

Álvaro trabajando con unos amigos.

“He aprendido mucho. He comido durante casi cuatro días de lo que ellos mismo producían. Desde plátanos hasta gofio. Me daba igual, ellos son felices con lo mínimo. Ahora más que nunca hay que estar con ellos, sobre todo las instituciones, porque esta isla no está pensada para el turismo, sino para el cultivo”, concluye.

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