Empieza dos mil veintidós

con un clima un tanto raro:

nieblas llenando los cielos

como en el Kilimanjaro.

Lluvias pocas, pero algunas,

calor y mañanas frías.

Como Málaga ninguna

por su climatología

que en el mismo día es capaz

de amanecer primavera,

otoñal hacerse tarde,

anochecer invernal

y despertar veraniega.

La que pueda, que lo empate.

Empate al que por muy poco

se vio el Málaga abocado:

En un partido muy malo,

Paulino, poniendo el coco,

metió el balón en la red

del colista, el Alcorcón.

No fue un punto, fueron tres,

damos por bueno el tostón

si bien será complicado

a primera así volver,

sin puntuar de tres en tres

y jugando bien a ratos.

La cara se le habrá puesto

igual que a Antonino Pío

a algún promotor molesto:

el Consejo de Ministros

aprobó el pasado martes

declarar a la Farola

bien de interés cultural.

Diría que ya lo era antes

aunque ahora ya no se toca

y habrá de lucir igual

con mamotreto o sin él

en el dique de Levante.

Pinta el cielo, el mar al pie.

Luz del marinero, nombre de mujer.

Me faltan horas, para mirarte, Farola.

Y el séquito de los Reyes,

tras un año de añoranza

regresó a calles y plazas

repartiendo parabienes.

Caramelos, gominolas

y también de mantecados

trece mil cuatrocientos cuarenta

kilos fueron arrojados.

13 carrozas, dos bandas,

patinadoras, moteros,

pasacalles, fiesta, danza,

música, alegría y sueños.

Si es mucho o poco da igual:

con más o con menos brillo

ese veredicto está

en las caras de los niños

que son felices con poco

y son felices con mucho.

Dejadme no ser adulto,

dejadme volverme loco

con la Frozen medio bizca

el Spiderman de felpa,

el Mickey de cartón piedra

o Falete de odalisca.

Fuera la triste legión

de señoras y señores

a los que traerán carbón

por pena y reventaores.