No hay que ser un lince para saber que, en plena recta final del mes de julio, en Málaga deberíamos estar contando ingleses por las esquinas de Fuengirola, hablando alemán en cada rincón de la Axarquía y balbuceando cuatro palabras mal pronunciadas en francés, italiano… o ruso, en cualquier esquina en la que nos topásemos con uno de nuestros mayores tesoros.

Es la llegada del forastero, la visita del foráneo. Aquella que, avise o no, siempre es bien recibida en este lugar del mapa. Y es que no me negarán que visitas hay muchas, pero no todas cruzan el umbral de nuestra puerta arrebatándonos una sonrisa y llenando a poquitos nuestro bolsillo (que todo hay que decirlo). 

No diga turismo. Diga negocio y repítalo bien alto, añadiendo, si quiere, el apelativo de rentable, de bueno… de necesario. No le pediré que escriba la frase veinte veces, pero sí que reflexione conmigo sobre la relevancia que, ese por algunos demonizado sector, tiene en nuestro día a día… nos dediquemos a lo que nos dediquemos. Porque no hay segmento más completo y que dinamice tanto nuestra economía, como el de la visita concertada del de fuera. ¡Póngame un turista! dicen comerciantes, hoteleros, azafatos de vuelo, fontaneros y así hasta acabar con la lista de gremios.

Pero como si de un penalti revisado en el VAR se tratase, las clásicas estampas de nuestro periodo estival han quedado paralizadas casi por completo, solo que aquí los protagonistas cambian de cara. Los jugadores son esos turistas… esas visitas a las que esperamos, que se contaban por miles y miles antes de la pandemia y a los que, desde el verano pasado, nos hemos tenido que acostumbrar en porciones más pequeñas… y que veremos si salvan la temporada.

Un penalti mal gestado que no terminamos de saber cómo queda, porque andamos de revisión en revisión, sumando incidencia cada catorce días, y esperando que el árbitro (que tiene cara de político) diga blanco o negro, mientras el hotelero, el del bar de la esquina y el señor de las hamacas son, a partes iguales, quienes hacen el papel de público cabreado. Un aficionado que aquí se ve perjudicado por algo más que un sentimiento hacia su club: no peligra la categoría, sino su propia cartera, y desespera porque no hay decisión firme y porque no entiende nada de eso que finalmente decide el colegiado, tras un análisis no siempre acertado junto a la dichosa pantallita que el trencilla dibuja con sus dedos índice, a medio palmo de su cara. 

Mucho hablar del semáforo ámbar de Boris Johnson, mucho pedir que se pusiera verde y mucho ponerle verde a él, para acabar casi agradeciéndole (visto lo visto con otros países) que diera al play a esos turistas de acento mitad british, mitad malaguita que, vacunados, ya desfilan por nuestros hoteles y nuestras barras tras su bien llamado Freedom Day. Porque vale que la pinta la sirvan de maravilla en Reino Unido, pero la cerveza fría de nuestra Costa del Sol… esa cerveza parece no tener rival. Aunque hablando de pintas, lo que pinta mal este año no es inglés, sino el alemán, el belga y el holandés. Los germanos son otra de las claves de esto tan nuestro que es recibir visitas debajo del Lorenzo, pero la inclusión de España en la zona de alto riesgo para el Gobierno de Merkel no ayuda demasiado. Frenazo y nuevo golpe en la desfigurada cara del púgil que somos todos.

Así el patio, la llegada de británicos vacunados ha elevado las reservas en un momento verdaderamente complicado para la industria turística malagueña, que sigue agarrándose al turismo nacional, como quien se abrazaba al último tablón desprendido del Titanic, aun imaginándose el final. Vale que en la película hiciera frío y que aquí la temperatura la tengamos pactada con el de arriba, pero esto va de olas que agitan el mar en que nos movemos… y la quinta ha venido alta. La incidencia sigue subiendo y el toque de queda va acechando.