Francisco Sánchez
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En la Feria de Málaga el aire huele a fritanga, a Cartojal y, desde hace unos días, a billete. Algo que no ha pasado desapercibido entre los malagueños: ahora, para escuchar tu canción favorita en la feria, hay que pasar por caja. Un precio por bailar al son del verano que no todos están dispuestos a pagar.

Para pedir la canción, tienes que pagar un euro”, dice una chica con voz de indignación bien ensayada, mientras agita el abanico como quien firma una protesta debido al calor que hace dentro de la caseta.

La escena se repite en cada esquina. “Fatal. Yo creo que es innecesario”, sentencia otra, con la solemnidad de quien está denunciando algo más grave que el precio del aceite. Un euro, dicen, para que el DJ te mire y, si hay suerte, suene tu tema.

Aunque la suerte, ya se sabe, no está garantizada: “cuanto más pagues, más probable es que salga tu canción”, explican con ese tono de algoritmo que ya parece regirlo todo.

La cosa no acaba ahí. En la caseta Selvatic o en El Andén, el experimento se les fue de las manos. “Yo escaneé ese QR y yo creía que era totalmente gratis. Pues no”, relata un muchacho que parece todavía en shock.

Lo cuenta como quien recuerda el primer desengaño amoroso. Porque claro, en la feria de antes uno se acercaba al DJ, gritaba “¡ponte La Morocha!” y asunto resuelto. Ahora, sin euro, no hay bachata. "Tendría que ser ilegal pagar para escuchar una canción que te guste", protesta otro, como si estuviera citando la Constitución.

De toda la vida de Dios se ha pedido la canción al DJ”, asegura un hombre con ese deje de sabiduría popular que no necesita más argumento que el peso de la costumbre.

Hay, sin embargo, quien intenta verle el lado positivo. Una chica, más pragmática que nostálgica, suelta: “Eso está muy bien, pero… tienes que pagar mínimo un euro”. Y remata con lógica implacable: “No renta nada, porque todo el mundo quiere siempre las mismas canciones”.

La discusión va subiendo de tono entre los vasos de plástico. Hay indignación, hay sorna y hasta un poco de resignación. Alguien resume el sentir general con la frase que se repite como eco en varias bocas: “Me parece muy fuerte”.

Una grieta en la esencia misma del verano andaluz, que siempre fue gratis, desordenado y, sobre todo, democrático. Y así, entre quejas, memes improvisados y coros de “¡esto antes no pasaba!”, la feria sigue girando, con las mismas canciones de siempre, pagadas o no, sonando en el fondo.

Al final, el cierre de la noche lo resume un veterano con sabiduría de barra: “Antes, con pedirla bastaba. Ahora, hasta las sevillanas tienen precio”.