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El adiós ya es definitivo. El histórico asador de pollos San Andrés, en el barrio de Málaga que le da nombre, y encabezado por Antonio Moreno y Ani López, cerrará el próximo 28 de junio. El pasado mes de septiembre, el rostro de Antonio Moreno aparecía en EL ESPAÑOL de Málaga anunciando su próxima jubilación, y ya oficialmente ha comunicado su último día de actividad laboral.

“Después de 37 años de dedicación y esfuerzo, he decidido jubilarme y poner fin a mi actividad laboral en nuestro negocio este 28 de junio”, ha escrito en un emotivo comunicado, donde recuerda que es un negocio muy antiguo. Sus padres lo pusieron en marcha en noviembre de 1974, hace más de medio siglo, y la pareja le dio continuidad, situándolo entre los mejores de la provincia.

“A mi padre le dio una angina de pecho, se jubiló y decidió ponerlo en alquiler. Yo en aquel momento trabajaba en hoteles de la costa y decidí dar el paso de cogerlo. No quería que quedara en manos de un desconocido”, contaba en la entrevista Antonio Moreno.

Pero el descanso llega para todos. A Antonio le encanta la fotografía, la naturaleza, leer y montar en bici, y cree que tras tantos años pasando calor, le toca disfrutar bien de la vida. “Si cuando trabajaba la cogía dos o tres veces en semana [la bici], jubilado será día sí y día no. Yo no me voy a aburrir”, contaba.

“Esta decisión ha sido difícil para mí, ya que he disfrutado enormemente de mi tiempo aquí y he tenido la suerte de teneros como clientes. Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a todos, más que clientes os consideramos amigos. Me siento afortunado de haber podido compartir tantos momentos y experiencias con ustedes”, ha declarado en su despedida, prometiendo que seguirá formando parte de la comunidad de un barrio que adora: San Andrés.

Cuando aceptó coger el testigo de sus padres, Moreno conocía bien cómo funcionaba el negocio. Desde joven ayudaba en el asador, incluso cuando ya tenía otro empleo. En aquel tiempo, muy pocos negocios del estilo estaban abiertos en la zona.

Tampoco había apenas pizzerías ni hamburgueserías, por lo que su clientela era muy potente. “Muchos no lo recordarán, pero abríamos de día y de noche. Una venta tremenda. No estaba la autovía y todo el mundo tenía que pasar por la avenida de Europa para ir a La Luz u otros barrios”, recuerda.

El mayor cambio que Ani y Antonio introdujeron fue implantar un mostrador de comidas caseras para llevar. La competencia empezó a ofrecerlas y ellos se sumaron. Porra antequerana, callos o tortillas de patata llegaron en 1992 para quedarse hasta el fin de sus días.

Sin embargo, su “filón” siempre han sido los pollos y, en concreto, el aliño "secreto" que le añaden, receta de su padre. Ese que, por cierto, podrá heredar quien se quede con el asador.

Mantener a los clientes durante 50 años no es tarea fácil, pero lo ha conseguido. Ha visto crecer tras su mostrador a varias generaciones. “Me quedé con parte de la clientela de mis padres, el resto la hemos ido ganando nosotros. Creo que ha sido importante no perder la línea que marcaron ellos. Además, mantener el asador impoluto también es fundamental. Cuidamos hasta la blancura de la ropa. Hay quien me conoce como ‘el limpio’, que me enteré hablando con algunos compañeros… Pues eso me enorgullece, ¿no? ¡Mejor que me llamen el guarro es!”, contaba entre risas el dueño del establecimiento.

En ese pequeño espacio del número 82 de la avenida de Europa, Ani y Antonio han compartido miles de vivencias. Algunas buenas y otras no tanto, pero creen que todas han sido claves para avanzar día tras día.

Se quedan con todo lo bueno, con los lazos estrechados con la gente. Antonio cree que si volviera a nacer, probablemente sería showman en algún espectáculo. Le encanta el cachondeo. Su puesto de cara al público, tras el mostrador, ha sido lo que más ha disfrutado.

“Muchos vecinos de la zona son ya como familia. Celebramos con ellos las alegrías, pero también los momentos malos. Vamos a los funerales a cumplir con ellos porque los tenemos de amigos después de tantos años siendo clientes”, declaró.

Pese a no ser de San Andrés, Antonio ha sabido adaptarse a uno de los barrios más humildes de Málaga, con precios muy competitivos y entendiendo la situación de muchos de sus clientes. “Yo no he regalado lo que vendo, pero me he adaptado al lugar donde estaba. La gente lo sabe. Este barrio está lleno de buena gente. Tengo más amigos aquí que donde vivo”, expresó.

Si han sido clientes habituales, tienen dos días para disfrutar del sabor añejo de sus pollos, ese que tantos recuerdos en familia trae a cualquiera de los que los ha probado a lo largo de su vida. Porque no, no se lo queda nadie, a pesar de que a Antonio le habría encantado dejarle la receta a alguien.

"Me he pasado seis meses por venderlo con clientela fija y no se lo queda nadie. Ya hemos decidido cerrar y vender maquinaria y el local por separado, no queda otra", concluye.