Los estrenos de las series Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer y de Monstruos: La historia de Lyle y Erik Menéndez demostraron la capacidad de Netflix (a menudo más enfocada en la cantidad que en la calidad) para satisfacer el interés del público por dilucidar el funcionamiento de las mentes más perturbadas, aunando una respuesta al morbo y una objetiva calidad en un equilibrio subrayable.
Aunque en esas dos producciones todo parecía (casi) perfecto y medido, las actuaciones de Evan Peters en la primera y de Javier Bardem en la segunda redondearon dos productos tan estudiados para satisfacer a la masas como notables en su factura total y en su fotografía general.
Monstruo: La historia de Ed Gein es la tercera entrega enfocada en los sanguinarios favoritos del país de las barras y las estrellas. Una serie creada por Ian Brennan y Ryan Murphy que narra cómo el solitario Ed Gein se acabaría convirtiendo en uno de los asesinos en serie más infames del país.
Por supuesto, uno de los puntos fuertes de la serie es el trazado del perfil psicológico del propio Gein, entre la dureza de la vida en los años cuarenta y una malsana obsesión con una madre hiper controladora.
La serie no olvida el impacto cultural del propio carnicero, mostrando unas llamativas (y quizá innecesarias) apariciones de Alfred Hitchcock y Alma Reville, con las que se muestra como la locura del de Wisconsin acabó siendo casi un símbolo pop con el injusto filtro del paso del tiempo.
Sigue mereciendo la pena el visionado de la última serie de la saga Monstruos, aunque con un retrogusto agridulce: todo está en su sitio, pero Charlie Hunnam no se aproxima al trabajo de Evan Peters. En proyectos en los que todos los elementos son meros satélites alrededor del protagonista, lo cierto es que La historia de Ed Gein pierde por comparación.
Aun así, es un ejercicio meritorio por parte de la todopoderosa Netflix, que ha encontrado en el amor por la sangre una especie de senda de calidad que se aleja del placer culpable que puede ser a simple vista, para acercarse al producto perenne. Notable esfuerzo, aceptable resultado.
