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Con Saw, Insidious 1 y 2 y las dos primeras partes de Expediente Warren (aunque realizó otros largometrajes mercenarios por el camino), James Wan (Malasia, 1977) demostró ser el tipo en el que debíamos poner nuestras esperanzas en un cine de terror contemporáneo plagado de jumpscares y recursos fáciles, manidos y sobreexplotados.

Y, de entre toda su filmografía de terror, la saga Expediente Warren fue la que más aunaba ese compendio equilibrado entre calidad cinematográfica, éxito de taquilla, sabor artesano y conversaciones cinéfilas.

Sin embargo, como suele ocurrir en las franquicias de éxito, las distintas partes y numerosos spin-offs acabaron diluyendo la calidad de la marca, con directores de menor calibre haciéndose cargo de los proyectos (John R. Leonetti, David F. Sandberg, Julian Terry o Corin Hardy).

Unos nombres aceptables para el piloto de una serie de segunda, pero no para una saga que hizo creer de nuevo en el cine de terror a los amantes de Cronenberg, Argento, Romero, Carpenter, Craven, Hooper, Friedkin o Flanagan.

Es por ello que a Expediente Warren: El último rito, nos acercamos con la ilusión de revivir los mejores momentos de la saga y, a su vez, con la prudencia de quienes han visto cómo solo queda una marca comercial cuya magia echábamos de menos. Ah, y por supuesto, el magnetismo de Wilson y Farmiga, los dos grandes pilares (junto al ausente Wan) de la franquicia.

Michael Chaves (responsable de La monja II, La llorona y de Obligado por el demonio) hace aquí lo que puede en una historia en la que, a mediados de los ochenta, Ed y Lorena Warren se enfrentan a un nuevo caso con un espejo maldito. La fábula esquemática se repite.

El realizador californiano logra trazar varios caminos interesantes: el paso del tiempo, las nuevas generaciones y el drama familiar, todo con una fotografía cuidada y ambientación ochentera. Aunque la cinta acierta en su ritmo aplomado, construcción progresiva y tensiones del hogar, también adolece de los recursos perezosos del terror contemporáneo y sus efectismos.

El broche final de la saga es interesante cuando bebe de los clásicos del terror de los setenta y ochenta, pero parsimonioso cuando opta por los caminos fáciles del sobresalto.

El último rito es mejor que su predecesora y los spin-offs del universo Wan, aunque mucho peor que las dos primeras películas dirigidas por él. Un retrogusto agridulce para una cinta que nos recuerda por momentos al mejor cine que amamos y, a su vez, a lo peor del séptimo arte moderno. Una indecisión creativa maquillada de eclecticismo que hace que el largometraje sea soportable, pero indefinido en su conjunto.

Dos horas y quince minutos de entretenimiento tan aceptable como olvidable, algo injusto cuando se trata de una saga que vino a traernos de vuelta el mejor miedo atemporal, ese que se queda en el hipocampo y nos visita a medianoche.

Que pase el siguiente.