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Las consecuencias del período de sequía que asoló la provincia desde 2019 hasta el año pasado siguen estando presentes en la rutina de muchos malagueños pese a que en estos momentos agua no falta, pero puede que en un futuro la situación sea totalmente diferente.

Investigadores del Departamento de Geología y Ecología de la Universidad de Málaga, la Universidad de Princeton (EE. UU.) y del IHSM 'La Mayora' han estudiado con detenimiento qué pasó en aquellos años, cómo afectó a la agricultura y cuál es la situación actual en la Axarquía.

Tras asegurar que existe una “sequía estructural” en la comarca oriental de la provincia de Málaga, también señalaron que durante esa época del año no se pudo usar agua embalsada para riego y hubo restricciones significativas de agua a la población.

A estas restricciones se sumaron unas precipitaciones que brillaron por su ausencia, lo que derivó en una caída de la producción de fruta, tanto en 2022 como en 2023, según los investigadores.

En cifras, las pérdidas de la cosecha, según los expertos, rondan el 80% para el mango y el 50% para el aguacate, en comparación con el año anterior, además de una importante mortalidad de árboles.

Así, han explicado que esta situación de sequía ha sido causada por una confluencia de dinámicas a corto y largo plazo. Junto a una sequía meteorológica inusualmente severa que se prolongó durante varios años y afectó directamente a los niveles de los embalses y acuíferos.

Durante el análisis, los científicos también han identificado la expansión de la agricultura de regadío, que ha aumentado de forma constante la demanda para el riego durante las últimas dos décadas, así como una falta de control institucional como dos de los factores clave desencadenantes de esta crisis hídrica "insostenible".

"La gestión actual de los recursos hídricos, especialmente de los subterráneos, presenta importantes deficiencias, entre ellas, la gran incertidumbre que rodea al uso y su disponibilidad real, la falta de medición de su extracción, la sobreasignación de permisos y, probablemente, una cantidad significativa de extracción irregular, sobre todo del agua subterránea", según el profesor de la Facultad de Ciencias de la UMA, Pablo Jiménez Gavilán, uno de los autores de este trabajo.

Mejorar la gestión

Por ello, ante este escenario, los investigadores proponen, junto a una planificación integrada del territorio y del agua a escala de cuenca, que la gestión de los recursos hídricos vaya más allá de las medidas tradicionales relacionadas con la oferta (aumentar la disponibilidad de agua) y la demanda (aumentar la eficiencia).

En este sentido, sugieren imponer controles más estrictos a la demanda, por ejemplo, mediante la imposición de límites a la superficie de regadío, y realizar una evaluación más precisa de la disponibilidad de agua y de su uso, a partir de mediciones en tiempo real en todos los puntos de extracción.

De igual modo, también abogan por asignar permisos flexibles ajustados, siempre en función de los recursos hídricos disponibles, sobre todo los subterráneos, y, finalmente, mecanismos más efectivos por parte de las administraciones para la inspección y el control. "La combinación de estas medidas reduciría la probabilidad de crisis futuras en condiciones de sequía meteorológica", han concluido.

Datos del estudio

Los resultados de la investigación han sido recientemente publicados en la prestigiosa revista de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU 'PNAS'.

Para la realización de este estudio han analizado información de factores humanos y naturales, tanto espaciales como temporales. Su recopilación ha ido desde datos climáticos, hidrológicos, piezométricos, hasta de usos del suelo y relacionados con la gobernanza del territorio desde la década de los 90 hasta la actualidad, aunque centrándose en la "crisis hídrica extrema" que afectó al sur entre 2019 y 2024.