“Gano cerca de 1.100 euros, y la verdad que no debería ser así”, confiesa Yolanda, una joven de 24 años que trabaja en un estanco. Su relato refleja una situación compartida por muchos jóvenes: jornadas intensas, múltiples tareas y un sueldo que a veces no se refleja con todo el esfuerzo.
Para Yolanda, su trabajo tiene aspectos positivos, como la climatización del local y un horario que le permite cierta vida personal. “Cuando llego a mi casa me puedo bañar y me puedo ir a otro lado. Y no estoy estresada”, recalca.
Sin embargo, detrás de esa aparente estabilidad, aflora una realidad que erosiona la motivación: sentirse poco valorada. “¿Sientes que tu esfuerzo refleja la responsabilidad que asumes? La verdad es que no”, declara tristemente.
La precariedad no solo se mide en euros, sino también en las condiciones y la percepción social. Yolanda denuncia la falta de respeto por parte de los clientes: “Te tratan como una mierda porque creen que eres menos que ellos”, expresa de manera rotunda.
A esto se suma la presión de jefes que no facilitan descansos ni sillas, y la práctica habitual de asegurar menos horas de las que realmente se trabajan. “Te pueden tener trabajando 12 horas y asegurarte cuatro. Ellos miran nada más que por su bolsillo”, confiesa otra estanquera de Málaga, sin tapujos sobre la situación actual de muchos trabajadores en España.
Esta joven reconoce que no está sola en esta situación. “Somos todas muchachas jóvenes. Todas de veintitantos, de veinticinco años, como mucho”. Y mientras ella percibe su salario como insuficiente, sabe que otras personas en puestos más exigentes cobran incluso menos: “Sé de otras personas que trabajan más horas y su trabajo es más cansado que el mío, y ganan menos que yo. No me parece bien”, confiesa.
La solución, según Yolanda, pasa por una regulación laboral más estricta: “Yo cambiaría las horas, la forma de asegurar y los contratos. Que estuviera todo a rajatabla y que le cayera un pedazo de multa al que no lo hiciera. Ya verás cómo se le quitaba la tontería”, declara con una mirada rotunda.
Mientras tanto, miles de jóvenes como Yolanda siguen encadenando jornadas interminables y salarios que apenas cubren sus gastos, en un mercado laboral que continúa priorizando el ahorro empresarial sobre la dignidad de sus trabajadores.