Esta semana, el Gobierno de España ha presentado una actualización de su cuadro macroeconómico, un documento que traza la hoja de ruta económica del país.

A simple vista, la previsión de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) para el año en curso, revisada al alza y situada en un robusto 2,7%, parece una inyección de optimismo en un contexto internacional incierto.

El Ejecutivo argumenta que este dinamismo se sustenta en la fortaleza intrínseca de la economía española, impulsada por un sólido mercado laboral, el vigor del consumo privado y la aceleración de la inversión,

Sin embargo, un análisis más profundo y menos complaciente del texto gubernamental revela profundas contradicciones y debilidades.

En concreto, sus previsiones para los años 2026 y 2027 se sitúan muy por encima de las realizadas esta misma por el Banco de España que proyecta una sensible desaceleración del crecimiento del PIB en 2026 y 2027, un 1,8 versus el 2,2 del Ejecutivo en el primero de esos años y 1,7% versus 2,1% en el segundo. 

El Ejecutivo argumenta que este dinamismo se sustenta en la fortaleza intrínseca de la economía española

El Gobierno fundamenta su previsión de crecimiento en el consumo y en la inversión privada.  

Si bien la primera variable mantendrá un considerable vigor en 2025, se desacelerará de manera significativa en 2026 y 2027.

Lo hará por dos razones: primera, porque se reducirá el ritmo de creación de puestos de trabajo. Segunda, la evolución de la productividad ralentizará el aumento de los salarios.

Con aquella estancada, la remuneración de los asalariados no puede incrementarse salvo a costa del empleo. 

En un país donde la incertidumbre política, la falta de seguridad jurídica, una fiscalidad expoliadora y una política económica abiertamente hostil a las empresas son la norma, los incentivos para invertir a largo plazo son inexistentes.

La promesa de que los fondos europeos Next Generation (FNG) serían el catalizador de la inversión privada ha sido una farsa hasta el momento.

La promesa de que los fondos europeos Next Generation (FNG) serían el catalizador de la inversión privada ha sido una farsa hasta el momento.

Su ejecución ha sido precaria, y su principal beneficiario no ha sido la empresa privada, sino el sector público.

Por eso, los FNG no están teniendo un efecto multiplicador alguno ni contribuyendo a la transformación del tejido productivo. 

Más allá de la demanda, el cuadro macroeconómico revela una preocupante debilidad estructural: el crecimiento proyectado es extensivo, no intensivo.

El aumento del empleo no está acompañada por un incremento comparable de la productividad.

Esto se evidencia tanto en la mediocre evolución de la Productividad aparente del Trabajo como en la de la Productividad Total de los Factores (PTF), el indicador que mide la eficiencia con la que se utilizan el capital y el trabajo. 

El estancamiento de la PTF es un síntoma de la falta de inversión en innovación, tecnología y capital humano, lo que es imprescindible para lograr un crecimiento robusto y sostenible.

El cuadro macroeconómico revela una preocupante debilidad estructural: el crecimiento proyectado es extensivo, no intensivo.

La situación se agrava al constatar que el nuevo empleo creado es, en su mayoría, para inmigrantes, lo que, si bien incrementa el número de ocupados, se asocia con una baja productividad, perpetuando el problema en lugar de resolverlo.

A largo plazo, esta deficiencia condena a la economía a un crecimiento más bajo y a una menor competitividad.

El cuadro macroeconómico plantea una senda de consolidación fiscal que, a la luz de los datos, es poco creíble.

La reducción del déficit público se debe casi en su totalidad, a factores cíclicos, y no a un control estructural del gasto.

Por eso, esta mejora es un espejismo. Cuando la economía se desacelere, como el propio Gobierno pronostica para 2026 y 2027, la mejora cíclica desaparecerá.

Las previsiones de una disminución sostenida del déficit se desmoronan si no se fundamentan en reformas estructurales del gasto.

El cuadro macroeconómico plantea una senda de consolidación fiscal que, a la luz de los datos, es poco creíble

La falta de un plan fiscal y presupuestario sólido para el medio plazo hace que el escenario de descenso del déficit planteado por el Ejecutivo no sólo sea poco convincente, sino potencialmente inalcanzable e insostenible.

Por lo que respecta a la demanda externa, el cuadro macro proyecta un perfil declinante de las exportaciones de bienes, unido a un descenso de los ingresos procedentes del turismo.

A ello se une la evolución al alza de los costes laborales que tenderá a erosionar la competitividad de las compañías.

En los dos primeros trimestres de 2025 han crecido por encima de la media de la eurozona. En este contexto, el sector exterior realizará una aportación negativa al crecimiento del PIB que se acentuará en 2026 y 2027.

La mayor debilidad del cuadro macroeconómico del Gobierno se encuentra en su propia proyección a medio plazo, un hecho que contradice su discurso de fortaleza y estabilidad.

Tras el pico de crecimiento del 2,7%, este año, las cifras oficiales anticipan una importante desaceleración de la economía en los dos siguientes.

La mayor debilidad del cuadro macroeconómico del Gobierno se encuentra en su propia proyección a medio plazo, un hecho que contradice su discurso de fortaleza y estabilidad

¿Si los pilares de la economía española son tan sólidos como se afirma para 2025, por qué pierden fuerza de manera tan significativa en los años siguientes?

La respuesta reside en que el crecimiento actual está impulsado en gran medida por factores de estímulo a corto plazo, y no por una transformación estructural profunda. 

El optimismo del Gobierno se desvanece ante la cruda realidad de sus propias cifras, revelando un modelo que es incapaz de generar un crecimiento estable y sostenible.

Este cuadro macroeconómico no es un plan de futuro, sino la manifestación de un modelo económico fallido que, a pesar de los esfuerzos propagandísticos, está llevando a España a un callejón sin salida.