Ocho es la suma de los números que componen 2024. Según la numerología el número ocho representa la abundancia y el equilibrio. El ocho también es visto como la unión de dos ceros, por eso se le relaciona con la armonía como forma de representar la unión entre lo espiritual y lo material.

Lamentablemente es una corriente de pensamiento tan poco científica como para catalogar cualquier conclusión a la que lleguemos de poco seria. 

Para los supersticiosos, este tipo de interpretaciones místicas son un anhelo más que una realidad. Tanto como esa extraña sensación de confort que generan datos como que desde 1960 los años electorales son buenos para la bolsa. De media, el rendimiento de la bolsa ha sido del 10% y solo en dos de los trece años electorales se registraron pérdidas, significativas eso sí pues coincidieron con el pinchazo de la burbuja tecnológica y la gran crisis financiera. Sin ellos dos, la rentabilidad media se elevaría al 15%.

De media, el rendimiento de la bolsa ha sido del 10% y solo en dos de los trece años electorales se registraron pérdidas

Una rentabilidad extrañamente coincidente con la estadística. Cuando el S&P500 aumenta durante el Rally de Santa Claus y se prolonga en los primeros 5 días del año, el año completo genera un retorno del 14,1% en promedio frente al rendimiento promedio histórico del 9,3%.

Pensar en verde es gratuito. En ese sentido nos encontramos con el viejo dicho popular que dice que si enero concluye en positivo la tendencia del año es positiva, cosa que ha ocurrido en 78 de los últimos 86 años.

Si la pregunta al inversor fuera ¿cree que las bolsas seguirán alcistas las próximas veinte sesiones?, apuesto todo a que la respuesta sería un sí rotundo. No hay misil, shock o banco central que vayan a hacer descarrilar el optimismo en este tan corto período de tiempo. Lo contrario sería tan sorprendente que no se me ocurre pensar en ningún elemento que añadir a una eventual ecuación catastrófica.

Pero la vida es así de caprichosa. Nadie dudaba de 2018, 2020 como tampoco se hizo en 2022, y fueron inicios de año que en nada aventuraban lo que ocurriría después. Y si siguiéramos la secuencia, 2024 bien podría ser otro de esos años que tuercen el más optimista de los discursos.

No hay misil, shock o banco central que vayan a hacer descarrilar el optimismo

Mi consejo es que hagan poco o ningún caso a los extremos. No creo en los desmesurados alcistas y desconfío de los eternamente agoreros. El punto medio permite llegar antes a la sensatez, pero entender qué puede mover la balanza es lo que distingue a los buenos gestores y a los inversores inteligentes. Mis mejores deseos para 2024, el año del ocho.