Los resultados electorales del pasado 23-J se van a traducir en la continuidad del Frankenstein pero a diferencia del anterior con una dependencia aún mayor de sus aliados antisistema. Desde una óptica económica, el Gabinete de los socialistas y la extrema izquierda articulada a través de Sumar se va a enfrentar a un escenario definido por la desaceleración de la economía que se mostrará con toda su crudeza a finales de este año y con la entrada en vigor de las reglas fiscales en 2024 para los estados miembros de la eurozona.

Esa coyuntura define los desafíos del Gabinete a corto plazo. Quizá por eso, el secretario general del PSOE convocó las elecciones cuando lo hizo, ante la percepción del deterioro económico de España si hubiese agotado la Legislatura.

Si bien no se sabe aún cuál será la fórmula final que se elija para reeditar las reglas presupuestarias europeas, es evidente que éstas se traducirán en la fijación de objetivos precisos de consolidación fiscal en el horizonte del medio plazo. Ante esta situación, el Ejecutivo habrá de elegir entre subir los impuestos o reducir el gasto público.

Los resultados electorales del pasado 23-J se van a traducir en la continuidad del Frankenstein

Lo primero conduce de manera inexorable a una elevación de la carga tributaria que recae sobre las clases medias, porque aunque se lograse expoliar a los “ricos” todas sus rentas y su riqueza ello sería insuficiente para reducir de manera significativa el binomio déficit-deuda. Ninguna de esas alternativas servirá para otra cosa que para deprimir la demanda interna y, por tanto, para empeorar el saldo presupuestario.

El recorte del gasto afectaría de manera directa a la base social de la izquierda que se ha movilizado entre otras cosas por miedo a ver reducidas las transferencias de rentas otorgadas y prometidas por el Gobierno.

El Ejecutivo habrá de elegir entre subir los impuestos o reducir el gasto público

En estos momentos, más de la mitad de los españoles, reciben sus ingresos del sector público en vez de del mercado y, ceteris paribus, de manera muy simplificada es lo que establece la línea divisoria en estos momentos entre quienes votan a la izquierda y lo hacen a la derecha. La España que crea riqueza versus la que la consume. Un sistema social muy parecido al que llevó a Argentina al desastre y que ahora comienza a resquebrajarse.

En paralelo, es impensable que la coalición gubernamental y sus aliados pongan en marcha una agenda de reformas estructurales en la dirección correcta; esto es, liberalizar mercados, dar seguridad a la propiedad privada etc, etc, etc. Esto es incompatible con la filosofía de las fuerzas que soportan al Gobierno.

Es más, a medida que la coyuntura económica se deteriore, los incentivos para intervenir más se acentuarán de manera inevitable y, que a nadie le quepa duda, la retórica antiempresarial, anticapitalista del Ejecutivo se acentuará. La única posibilidad de atenuar esa dinámica será que los socios nacionalistas de derechas frenen esa actuación.

En los próximos meses, los españoles verán con nitidez las consecuencias de la política económica desplegada por el Gobierno desde 2020, a la que se unirán los efectos contractivos provocados por la política monetaria del BCE.

La retórica antiempresarial, anticapitalista del Ejecutivo se acentuará

Cuando esto suceda, los propagandistas del Régimen y sus compañeros de viaje se sacarán de la chistera nuevos conejos para justificar lo injustificable, para buscar enemigos internos y externos a la política “progresista” de la izquierda patria y, en última instancia, intensificarán la alquimia estadística que han sido tan proclives a utilizar en la pasada Legislatura. Este Gobierno será implacable con las voces críticas de la sociedad civil que entornen un “no es esto, no es esto”.

Ante este panorama, la oposición ha de cumplir una triple tarea. En primer lugar, convertirse en un bastión de defensa de la libertad y de todos aquellos integrantes de la sociedad civil (empresarios, intelectuales, etc) van a ser objeto de persecución política o de intimidación.

En segundo lugar, han de plantear una batalla frontal e inteligente frente a los intentos gubernamentales de mantener su fuga hacia adelante mediante la continuidad del control de la actividad económica por parte del gobierno y en tercer y último lugar, lo más importante, diseñar un programa socioeconómico de cambio real, una alternativa que suponga una impugnación y un proyecto de reversión de la estrategia económica del Gobierno.

Guste o no, se considere arriesgado o no, la derecha española sólo tiene un discurso posible frente a la izquierda en el ámbito de la economía: el liberal. Ello no obedece sólo a una razón básica, la conversión de la libertad individual, la posibilidad de que cada uno viva su vida conforme a sus valores y pueda apropiarse de los frutos de su trabajo, de su ahorro o de su inversión, sino también a una cuestión técnica; a saber, no existe desde la derecha otra alternativa económica al colectivismo rampante.

La derecha española sólo tiene un discurso posible frente a la izquierda en el ámbito de la economía: el liberal

Bueno sí existe, la mala; esto es, la representada por el nacionalismo económico y el populismo de los socialistas de derechas.

Los mejores momentos de la economía española han sido aquellos en los cuales las políticas liberales han tenido mayor influencia. Han sido aquellos en los cuales la estabilidad macroeconómica se ha convertido en regla, cuando se ha introducido competencia en los mercados, cuando las normas del juego han sido estables y la propiedad garantizada, cuando España se ha abierto al exterior renunciando al proteccionismo.

Por desgracia, esas fases no han tenido continuidad, han sido períodos breves tras los cuales se ha retornado al colectivismo sea vegetariano o carnívoro y eso explica que la historia económica reciente haya sido un continuo tejer y destejer que ha impedido a España converger con los países más ricos de su entorno.