Y también el desprecio.

Antes de ganar por primera vez las elecciones, Aznar le confesaba a su primer biógrafo, Raimundo Castro: “Estoy vivo porque me han despreciado”.

Es un tipo de error de evaluación recurrente en la historia y en el que han caído hasta los más grandes.

Así, cuando un jovencísimo Octaviano se presentó en el Senado de Roma dispuesto a vengar el asesinato de su tío-abuelo y padre adoptivo, Julio César, Cicerón confesó en una carta: “El chico debe ser elogiado, honrado y, luego, eliminado”. Poco tiempo después, Cicerón era decapitado por las tropas de Marco Antonio ante la pasividad de aquel 'chico' enfermizo, que ya iba camino de convertirse en César Augusto y de liquidar al propio Marco Antonio.

Lejos de Roma, en Andalucía, y 2.058 años después, la líder andaluza, Susana Díaz, se erigía sin saberlo en émula del más grande retórico de todos los tiempos, al confesar a sus más próximos: “Este chico no vale, pero nos vale”, refiriéndose al apoyo que había de dar a Pedro Sánchez en las elecciones primarias del PSOE.

Lo que pasó después en Roma es bien conocido: Augusto 'reinó' durante 41 años (57 si se incluyen los años del triunvirato), así es que cuídense los odiadores de Pedro Sánchez, no vaya a ser que la historia les castigue con 39 (o 55) años más…

Se podrían allegar otros ejemplos de cómo el desprecio suele ser fuente de los mayores errores estratégicos, pero tenemos uno muy reciente y ejemplar.

Aunque, no vayamos a confundirnos: ser despreciado e, incluso, odiado no es garantía de que se vaya a tener éxito. La diferencia entre los casos mencionados y esta admonición última es que lo primero resulta contraintuitivo, mientas que lo segundo parece de lo más natural: si te odian y te desprecian, ¡cómo vas a tener éxito!

Además, el éxito a destiempo, tampoco sirve para gran cosa.

Le sucedió a George Bush (el padre) en las elecciones presidenciales USA de 1992. Todo el mundo pensaba que la recesión de la economía norteamericana iniciada en julio de 1990 persistía en el momento de celebrarse las elecciones. La situación era tan complicada, y las medidas económicas de Bush tan ineficaces, que Clinton se las ganó con el lema que después se repetiría hasta la saciedad: “¡Es la economía, estúpido!”. Sin embargo, la economía había salido de la recesión en el mismo mes de noviembre de 1992 en que Bush resultaba derrotado por Clinton, solo que el instituto privado que en EE.UU. certifica la entrada y la salida de las recesiones (el National Bureau of Economic Research) no lo determinó hasta un año más tarde.

La semana pasada, el índice Dow Jones Industrial superaba por primera vez la marca de los 30.000 'enteros', tal y como había prometido Donald Trump que sucedería dentro de su mandato (al terminar el mandato de Obama estaba casi en 20.000). Aquello parecía una de las bravuconadas propias de Trump, y sin duda lo era, ya que no está en las manos de Trump ni de nadie condicionar la marcha de los mercados financieros más grandes y profundos (es decir, con mayores volúmenes de negociación) que existen. Ni siquiera los bancos centrales tienen esa capacidad, por mucho que posean una potencia de fuego ilimitada.

También en esta semana última se ha publicado el dato de productividad de la economía de EE.UU. del tercer trimestre, que ha resultado tener un crecimiento del 4,3% si se le compara con el mismo trimestre de 2019. El mismo indicador referido al momento en que Barak Obama dejaba la presidencia de EE.UU. fue del 0%.

En medio de esta recuperación tan rápida del comercio internacional, la eurozona parece el gran pato cojo

Ningún presidente allí había perdido la reelección hasta ahora con unos datos de productividad tan buenos y tampoco con una tasa de paro del 6,9%, que es el que tuvo EE.UU. en el mes de octubre.

Pero todo esto le llega demasiado tarde a Trump que, ya en tiempo de descuento, se pelea a la desesperada para intentar demostrar a los jueces que el 4 de noviembre pasado hubo un pucherazo de madrugada en los Estados que resultaban clave para decidir el ganador.

Ajeno a los sufrimientos de Trump y al desprecio que ahora le muestran los que lo ven como un león desdentado, y también a sus promesas o amenazas, el mundo sigue su curso, mientras entre los fabricantes chinos hace furor el lema, mucho más pedestre y alejado de las intrigas políticas, de "¡mi reino por un contenedor!". Pues, aunque sea poco conocido en los ambientes ajenos a las empresas navieras, la mayor dificultad con que se han topado en estos dos meses pasados esos fabricantes es la escasez de contenedores con que enviar sus productos desde China a EE.UU. y a Sudamérica. Tanto, que el precio del transporte de contenedores por mar se ha encarecido en esos dos últimos meses un 43%.

Por eso, muchos de ellos se han perdido, o se están perdiendo, la euforia compradora del Black Friday, que ha batido récords de todos los tiempos (9.000 millones de dólares: +21,6% frente al año anterior) gracias a las ventas online y al inevitable mundo que nos viene, en el que todo lo que se pueda convertir en digital se va a convertir en digital. Todo ello dentro de un contexto de recuperación en 'V' del comercio mundial que, en el mes de octubre, ya alcanzó prácticamente los niveles de antes de la pandemia.

En medio de esta recuperación tan rápida del comercio internacional, la eurozona parece el gran pato cojo: mientras que China vuelve a su ritmo de crecimiento habitual, superior al 5% anual, el Servicio de Estudios del Banco de la Reserva Federal de Atlanta (uno de los más fiables) estima que EE.UU. está creciendo en este momento al 11% anualizado. En cambio, y en agudo contraste, el sector servicios de la zona euro se contrae y probablemente el cuarto trimestre estará siendo recesivo, lo que dejará previsiblemente una caída del PIB conjunto de un 2,3% trimestral. Con los cierres parciales del sector de la hostelería y las restricciones al pequeño comercio en todo el continente, no cabía esperar otra cosa.

Pedro e Isabel, el que tenga esos arrebatos, o los tenga más fuertes, va a ser el perdedor del duelo

Entre las restricciones y cierres más livianos, han llamado la atención de todo el mundo los de la Comunidad de Madrid, lo que le ha dado a su presidenta unos aires internacionales que nadie hubiera esperado hace pocos meses. Una presidenta que, antes de ser conocida por ninguna de sus obras, ya había heredado 'de oficio' los odios que suscitaba Esperanza Aguirre como personaje y como líder del PP de Madrid (y este por sus corruptelas a gogó de los años 2000 a 2012).

Esos odios, mezclados con la normal rivalidad política, llevaron a Pedro Sánchez, en un ataque de hubris, del que se vio aquejado en Argel, a decretar un estado de alarma exprés contra Madrid, en el mayor faux pas que se le conoce de su improbable, pero hábil y exitosa, carrera política.

Ahora, buscando el partido de vuelta, en el que conseguir el desquite, Sánchez ha presentado, por boca de ganso, batalla de nuevo, a propósito de esa 'Grecia fiscal' que es la Comunidad de Madrid a la que se acusa, entre otros males imaginarios, de ser la causante de la España despoblada (que, sin duda, lo es en la misma medida en que Nueva York o California lo son del despoblamiento del Medio Oeste norteamericano, Barcelona para la triste Lérida y Londres para el depauperado País de Gales).

¡Pedro e Isabel, Isabel y Pedro! Cuídense de los arrebatos de hubris griego, esa arrogancia que suelen castigar los dioses. El que tenga esos arrebatos, o los tenga más fuertes, va a ser el perdedor de ese duelo en la alta sierra que ya se está preparando. Y… odiadores de Ayuso, odiadores de Sánchez, tengan presente que el odio destruye, pero, en ocasiones, engrandece.

El espectáculo está servido.