La historia puede parecer de cuento. Porque, érase una vez en la localidad de Laguardia (Álava), un edificio de piedra que se construyó en el siglo XI. A principios del siglo XV lo adquirió la Iglesia. Y, desde 1420, en dicho edificio se comenzó a elaborar vino para, entre otras razones, usarlo en los oficios.

Seis siglos después, las cuevas excavadas hace más de 900 años siguen guardando vino. Y todo gracias a Julián Madrid y su mujer Teresa Castañeda, que rescataron del olvido (y de la ruina) dicho edificio que se conoce con el nombre de la Casa de la Primicia en la década de los 70 del pasado siglo XX.

Se trata del edificio civil más antiguo de la ciudad medieval de Laguardia. ¿Por qué ese nombre? Porque, en el siglo XV, la iglesia cobraba los impuestos a los campesinos. Por un lado, los diezmos (una décima parte de los frutos de la tierra debía entregarse a los sacerdotes para el sostenimiento del culto); por otro, las primicias (el primer fruto de cualquier actividad, para honrar y valorar a Dios). El nombre es un recordatorio de lo que allí se hacía.

De la Iglesia a manos privadas

En la historia del edificio hay otra fecha clave: 1836. Entonces, se produjo la desamortización de Mendizábal, por la que muchos bienes de la iglesia pasaron a manos privadas. Así pasó con este edificio años después, concretamente en 1860.

Y hay que llegar a los años comprendidos entre 1970 y 1980 para que Julián y Teresa rescataran un edificio que amenazaba ruina. Allí se establecieron de alquiler y, dada la precariedad del mismo, decidieron comprarlo a sus dueños. Eso fue, tras duras y arduas negociaciones, ya en 2005.

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Tras cuatro años de una cuidada restauración, con historiadores y arqueólogos en el proceso, se dejó de elaborar vinos en los lagares de piedra, y se quedó como lugar turístico, y como bodega de crianza. Los calados (túneles subterráneos) están a nueve metros bajo tierra, y tienen una temperatura entre 10 y 14 grados todo el año, y una humedad del 85%.

“Contamos con la bodega original en funcionamiento más antigua de España. Ya no elaboramos vino allí pero si lo criamos porque existen calados y hay barricas”, afirma Iker Madrid, gerente de Casa Primicia y tercera generación en el negocio.

Iker Madrid en el viñedo. Casa Primicia

La producción anual ronda los 500.000 litros anuales. Traducido a botellas, unas 750.000. Y la facturación se acerca a los tres millones de euros.

Lo que comenzó siendo un lugar donde se elabora vino para repartirlo por las iglesias de la zona para ser bendecido en misa, ha acabado dando el salto a 36 países. “Exportamos dos terceras partes de la producción”, especifica Iker Madrid. En la actualidad, Estados Unidos es el mercado más potente, “más ahora con el dólar fuerte”. El segundo es Alemania y el tercero Reino Unido. “Este ha bajado por el brexit. En China ha sucedido lo mismo pero a causa de la pandemia”, explica.

Las vacas ‘financian’ la bodega

Otro de los hechos curiosos que rodea a esta bodega es que los abuelos de los actuales gestores fueron los primeros que se fueron a vivir fuera de las murallas de Laguardia. Compraron vacas, vendieron la leche, y con el dinero conseguido compraron las viñas. Luego montaron un bar y más tarde compraron un almacén en Vitoria. Y siguieron comprando más viñas.

En la actualidad, Casa Primicia cuenta con 100 hectáreas de viñedo. De esa cantidad, una tercera parte es propio, y el resto de lugareños de Laguardia. Del viñedo propio destacan las cepas situadas en la laguna de Carravalseca. Una zona donde hay una laguna natural que se llena en invierno con el agua de lluvia y que se seca en verano.

Uno de los viñedos de Casa Primicia. Casa Primicia

“Carravalseca está a 605 metros sobre el nivel del mar, en una colina sin vecinos que puedan contaminar el viñedo con sus tratamientos y un microclima benigno con viento suficiente para evitar que puedan surgir enfermedades”, explica Iker Madrid. Condiciones perfectas para la obtención de uvas ecológicas.

Carravalseca también es la marca de una parte de la gama de los vinos que producen. Vinos ecológicos blancos, de maceración carbónica, crianza y reserva. La otra marca, como no podía ser menos, es un homenaje al impulsor: Julián Madrid. En este caso, se trata de un tempranillo.

Como curiosidad, y además de los reconocimientos obtenidos en certámenes internacionales como 28 medallas de oro y 2 grandes oros desde el año 2000, hay otro hecho que diferencia a los vinos Julián Madrid. Y es que su etiqueta fue seleccionada y expuesta en el Museo de Arte Moderno de San Francisco como uno de los 100 mejores diseños de etiquetas de vino de todos los tiempos. En la misma, algo tan sencillo y tan simbólico como la huella dactilar del fundador.