Ya tenemos presidente. Le ha costado pero lo ha logrado. Pedro Sánchez se va a instalar en La Moncloa, aunque está por ver cuánto tiempo va a durar allí.

No lo ha tenido fácil: fue elegido como hombre florero de su partido a la espera de que llegara Susana Díaz, que nunca llegó; perdió dos convocatorias electorales; fue despedido por sus compañeros y, después, reelegido por la militancia socialista para terminar alcanzando su objetivo vital: la Presidencia.

“Esa experiencia le ha curtido, ha aprendido, y ya sabe que no puede precipitar las cosas”, me decía un cliente con el que comía esta semana. “Con la moción de censura ha acertado absolutamente en todo, y eso es porque ha aprendido a medir sus fuerzas y sus apoyos”.

Mi cliente es una de esas personas que conoce bien los entresijos del poder. Nunca ocupó cargos en el Gobierno, pero sí sabe cómo funcionan estas cosas, tanto en la política como en la empresa.

“Los tiempos y el respaldo que tienes son fundamentales a la hora de plantear las cosas”, me decía. Y me ponía como ejemplo el caso de algunas compañías con las que tiene bastante relación en su día a día.

El primer ejemplo que me puso es el de una compañía en la que uno de los consejeros había expuesto un completo plan de negocio de cara a los próximos años. Según parece buena parte de sus compañeros comparte sus reflexiones y están convencidas de que en tres o cuatro años se llevarán a cabo. El problema, me decía, es que en una empresa familiar los cambios -sobre todo en el gobierno corporativo- tardan en calar; y no hablemos de la posibilidad de perder influencia por parte de los fundadores.

En la segunda empresa las cosas son similares, me decía. Siguen a vueltas con cambios en el gobierno corporativo. Uno de los consejeros los reclama insistentemente, una y otra vez, sin que le hagan demasiado caso. ¿Sabes por qué?, me dijo. “Porque el presidente y parte de los accionistas temen que su objetivo final sea hacerse con el control de la empresa”.

“¿Sabes lo peor de todo? Que en ambos casos tienen toda la razón”, sentenciaba.

¿Y si la tienen por qué no les hacen caso?, le dije. Él, sin pensarlo, me contestó muy serio: “Porque los tiempos y los apoyos son fundamentales. En ambos casos los consejeros no han medido ni los plazos ni sus fuerzas y han lanzado sus andanadas cuando no correspondía”.

Apurando los últimos sorbos de café me daba un consejo: “Si alguna vez formas parte de un consejo mide bien los tiempos y comprueba que tienes el respaldo suficiente para sacar adelante tus propuestas, de lo contrario fracasarás. Y no sólo eso, estarás haciendo un brindis al sol”.

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