Una de las peticiones más amargas de Draghi tuvo lugar en el simposio que el BCE organiza en Sintra a mediados de año. Allí, en 2015, se esforzó como nunca en que los países no se escudaran en la expansiva política monetaria del BCE para posponer las reformas estructurales que, a su juicio, la Eurozona precisaba.

¿En cada conferencia de prensa desde que soy presidente del BCE, he terminado mi declaración introductoria con un llamamiento para acelerar las reformas estructurales en Europa¿, expuso entonces el banquero italiano. Y continuó: ¿Lo que mejor define a las reformas estructurales es, en mi opinión, que alteran de manera permanente y positiva el lado de la oferta en una economía¿, impactos que sustanció en dos, al considerar que las reformas de ese tenor ¿elevan la senda del producto potencial¿ y ¿hacen que las economías sean más resistentes a las perturbaciones económicas¿. Con estos ingredientes, concluyó: ¿Un paquete de reformas estructurales amplio tenderá, por tanto, a aumentar la capacidad de resistencia y el crecimiento¿.

En el fondo, lo que Draghi reconocía en ese discurso -y en otros posteriores- es lo que ya expuso el expresidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke: ¿La política monetaria no es la panacea¿. Es decir, no es omnipotente ni lo consigue todo. Con suerte, puede ayudar a que vuelva el crecimiento, pero no a que sea consistente. Ni a que sea bien repartido.

¿La política monetaria puede hacer que la economía recupere su potencial. Y las reformas estructurales pueden aumentar ese potencial¿, admitió el italiano en Sintra. Por eso no dudó en hacer un claro llamamiento a los políticos europeos: ¿El debate sobre la importancia de las reformas estructurales conduce, en principio, a una sola conclusión: cuanto antes se lleven a cabo, mejor¿. Y para ello aconsejaba esfuerzos nacionales, pero también una implicación europea: ¿Existen argumentos sólidos para que la gobernanza de las reformas estructurales se ejerza conjuntamente a nivel de la zona del euro: para ayudar a que cada país alcance la capacidad de resistencia necesaria y para asegurar que mantengan dicha capacidad de forma permanente¿.

Incluso salió al paso de quienes le criticaban porque entendían que era su `alegre¿ política monetaria -entonces los tipos de interés oficiales estaban en el 0,05% y los de depósito se encontraban en el -0,20% y la entidad ya tenía en marcha el programa de compras de deuda en el mercado- la que estaba desincentivando las reformas. ¿Es incorrecto el argumento de que la política monetaria acomodaticia es una excusa para que los Gobiernos y los Parlamentos pospongan sus esfuerzos de reforma. En realidad, diría que rebaja su coste social y político, ya que reduce el tiempo necesario para que produzcan efectos positivos¿, expuso. Y remató: ¿Todo ello confirma mi idea principal de que, por sí mismo, el actual entorno no constituye motivo alguno para demorar las reformas¿.

QUE LO HAGA DRAGHI

Estas palabras sonaron el 22 de mayo de 2015. Draghi ya detectaba que el tiempo que sus medidas estaban `comprando¿, en forma de más liquidez en el sistema, progresiva reactivación del crédito y del crecimiento, menores primas de riesgo y bolsas al alza, se estaba malgastando. Por mucho que, en su opinión, las políticas del BCE alentaran suavizaran el impacto o la contestación social que toda reforma de calado estructural suele desencadenar, los líderes políticos nacionales y europeos se cobijaron en ellas, pero no como pretendía Draghi, para reformar, sino como el combustible que volvía a poner el motor de la economía en marcha sin tener que asumir los riesgos y los costes de emprender reformas.

Con los mercados apretando menos y el crecimiento y el empleo de vuelta, los líderes políticos se `relajaron¿. Asuntos europeos pendientes, como el de completar la Unión Bancaria, quedaron aparcados o se sumieron en debates interminables, y otros nacionales se acometieron, pero sin la profundidad ni la urgencia requeridas. Otros, como los relacionados con la desigualdad o los salarios, o quedaron relegados o ni siquiera se plantearon. También se ha ido posponiendo, en medio de un calendario electoral endiablado, trufado de referéndums como el que desembocó en el Brexit o en la salida precisamente de Matteo Renzi del Gobierno de Italia, el plan de reformas que la Eurozona exige para completarse, puesto que la crisis destapó las carencias aún existentes.

Draghi se comprometió en 2012 a ¿hacer todo lo necesario para salvar al euro¿. ¿Y créanme, será suficiente¿, aseguró. Y así era, con Draghi bastaba.

ITALIA, POR SUPUESTO

Pero tres años después Italia ha demostrado en los últimos días que no. Que con Draghi no basta. Que él, en efecto, puede volver a poner el motor en marcha con sus medidas, pero que la velocidad de crucero y la estabilidad de ese motor dependen de más cuestiones. Y la social es una de ellas.

Porque Italia está evidenciando que el malestar social no se ha evaporado por mucho que el crecimiento haya vuelto. Y es normal que esté pasando en el país transalpino, cuya economía acumula dos décadas, las que lleva conviviendo con el euro, de débil crecimiento. Italia ni siquiera vivió la -maldita- `fiesta¿ que la economía española sí disfrutó cuando se incorporó al euro. Entre 2000 y 2009, el crecimiento italiano se limitó al 0,5%, frente al 1,4% de la Eurozona y el 2,7% de España. Pero sí pasó la 'resaca', con una dura recesión en 2008 y 2009, primero, y en 2012 y 2013, después. Y ahí sigue, porque la salida de la crisis también está arrojando bajos ritmos de crecimiento y para este año el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé un crecimiento del 1,5% en Italia, inferior al 2,4% de la Eurozona o el 2,8% de España.

"Estamos en un momento de cambio de ciclo político", subraya Fernando Aguado, director de inversiones de Fonditel. Un cambio de ciclo, precisa, marcado por el hartazgo y el enfado de la sociedad, molesta con el desigual reparto de la recuperación, que desemboca en que "los ciudadanos votan contra el sistema". Es decir, a favor de los movimientos populistas o nacionalistas que prometen otro escenario. Y sea posible o no lo que prometen, logran ese apoyo porque el caldo de cultivo es el propicio.

Como se está viendo en Italia, con dos movimientos antagónicos, con el antisistema Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Liga, han logrado el apoyo suficiente como para plantearse una formación de gobierno que, tras varios días de incertidumbre, parece que ahora ya ve la luz de manera definitiva. Ninguna de las dos formaciones mira con entusiasmo a Europa, un sentimiento que los sintoniza con buena parte de la sociedad italiana, con lo que Bruselas tendrá que esforzarse para retener las ansias que ese nuevo Gobierno, sobre todo a través de la figura del líder de la Liga, Matteo Salvini, puede tener de romper definitivamente la cuerda con el proyecto europeo, euro incluido.

Porque todo indica que habrá tensión. "Esperamos que el nuevo gobierno italiano trate de implantar políticas fiscales que en última instancia provocarán rebajas de calificación crediticia, ya que la deuda pública volvería a crecer", apuntan desde Goldman Sachs. Y añaden: "Ademñas, esas mismas políticas, aunque sean aplicadas en menor intensidad, podrían conducir a una peor relación con la Unión Europea, que provocaría a su vez que los inversores se preguntaran periódicamente sobre el compromiso del nuevo gobierno con el euro". "Creemos que la probabilidad de que Italia salga del euro es muy baja, pero el riesgo de que una serie de eventos desafortunados pueda conducir a un 'Italexit' accidental ha crecido", previene Nicholas Wall, gestor de Old Mutual Global Investors.

Consciente de este riesgo, el gobernador del Banco de Italia, Ignazio Visco, ha sido muy claro esta semana. "El destino de Italia es el destino de Europa", ha afirmado. En Roma parecen tenerlo claro. Habrá que ver si en Bruselas también. Porque de Fráncfort, de Draghi, no se puede -ni se debe- esperar más.