Antonio Navarro, presidente ejecutivo de Miriad Global. Miriad Global
Europa atraviesa un momento decisivo marcado por la aceleración tecnológica, la intensificación de la competencia internacional y una creciente presión sobre las cadenas de suministro. La capacidad de un continente para diseñar, producir y mantener sus propias tecnologías críticas condiciona cada vez más su prosperidad futura.
La inteligencia artificial, la automatización avanzada, las comunicaciones seguras o el análisis masivo de datos ya no son ámbitos experimentales: se han convertido en pilares de la competitividad y en factores esenciales para preservar la autonomía industrial.
Los últimos años han puesto de manifiesto que depender en exceso de proveedores externos introduce vulnerabilidades que antes se asumían como improbables. La pandemia expuso fragilidades profundas y reveló la urgencia de actualizar un modelo productivo que funcionaba bajo condiciones muy distintas.
Gobiernos y empresas han entendido que la innovación es la herramienta que permite anticipar necesidades, generar soluciones propias y reducir la exposición a decisiones de terceros. Reindustrializar Europa significa, precisamente, integrar conocimiento, ingeniería y capacidad de producción en cadenas de valor sólidas, capaces de sostener el crecimiento en un entorno volátil.
En este escenario, el campo de la defensa -ampliado más allá de su dimensión estrictamente militar- ha actuado como catalizador de tecnologías de frontera. Los conflictos recientes han evidenciado que los sistemas heredados no bastan para entornos donde la autonomía operativa, la coordinación distribuida y la analítica en tiempo real resultan determinantes.
Más que una cuestión de armamento se trata de software, algoritmia, sensores inteligentes y plataformas capaces de funcionar en condiciones complejas. Esta constatación ha impulsado a Europa a replantear prioridades y a reconocer la necesidad de desarrollar capacidades tecnológicas de nueva generación.
La evidencia económica respalda esta orientación. La investigación académica subraya que los países que destinan una proporción significativa de su inversión en defensa a I+D nacional -y no únicamente a personal o a importaciones- generan incrementos sostenidos de productividad, estimulan la innovación privada y fortalecen sectores civiles.
Los efectos de derrame son mayores cuando la tecnología es de origen propio y cuando los proyectos se mantienen en el tiempo. Por el contrario, el gasto que no potencia capacidades internas apenas deja huella industrial. Este matiz es crucial para entender el tipo de autonomía tecnológica que Europa necesita consolidar.
A pesar de este impulso, el continente continúa enfrentándose a obstáculos conocidos: fragmentación normativa, dificultad para escalar soluciones, un mercado de capitales poco integrado y una cultura empresarial que, en ocasiones, penaliza el riesgo tecnológico. Esta combinación ralentiza la llegada de innovaciones al mercado y limita la capacidad de respuesta frente a competidores que avanzan con mayor agilidad.
Sin embargo, están surgiendo señales que apuntan a un cambio de ciclo. Junto a los grandes actores industriales -indispensables para programas de gran escala- aparecen empresas tecnológicas europeas capaces de adaptar desarrollos civiles a usos duales con rapidez y precisión. Esa convergencia entre experiencia industrial consolidada y nuevas ingenierías ofrece una oportunidad para modernizar la base tecnológica europea sin rupturas.
A partir de este marco continental, es pertinente analizar dónde se sitúa España. Nuestro país dispone de capacidades de ingeniería contrastadas, centros de investigación competitivos y un ecosistema tecnológico en expansión que ya trabaja en ámbitos esenciales: algoritmia avanzada, ciberseguridad, autonomía distribuida, comunicaciones críticas o analítica intensiva de datos.
Ese talento es real y se proyecta hacia nichos donde Europa necesita avanzar con decisión. Convertirlo en una ventaja estructural exige visión de largo plazo, una estrategia clara y un entorno que conecte investigación, tecnología e industria.
El reciente incremento presupuestario que ha permitido alcanzar el 2% del PIB en inversión en seguridad y defensa abre una ventana singular. Su impacto dependerá de la orientación del gasto: cuando se dirige a capacidades tecnológicas propias, prototipos, software crítico o sistemas de alto valor añadido, se fortalece el tejido industrial, se impulsa el empleo cualificado y se generan externalidades positivas en sectores civiles.
En cambio, cuando se concentra en partidas de bajo contenido tecnológico, el retorno es mucho menor. España tiene la posibilidad de situarse en una posición relevante si aprovecha este esfuerzo para consolidar capacidades estratégicas que encajen en programas europeos de gran escala.
Para ello resulta esencial facilitar la participación de empresas tecnológicas nacionales en proyectos continentales de defensa y en programas nacionales de modernización de capacidades, promover mecanismos de financiación adaptados al riesgo tecnológico y reducir los obstáculos que dificultan el crecimiento de iniciativas innovadoras.
Europa necesita incorporar nuevos actores que aporten conocimiento propio, rapidez de ejecución y especialización, y España puede contribuir de manera significativa si articula un marco que acompañe a su talento científico y tecnológico hacia la producción.
La soberanía tecnológica ya no es una aspiración difusa: es la capacidad efectiva de diseñar, fabricar y mantener soluciones críticas en un entorno global cada vez más exigente. Europa ha reconocido la magnitud del desafío y España cuenta con los elementos necesarios para convertirse en un actor relevante de esta transformación.
Alinear ambición, tecnología y responsabilidad determinará si somos capaces de situarnos en la vanguardia de una Europa más innovadora, más resiliente y autónoma.
***Antonio Navarro Rodríguez es el presidente ejecutivo de Miriad Global