Miguel Planas, CEO de Iris Venture Builder.

Miguel Planas, CEO de Iris Venture Builder.

Opinión LA TRIBUNA

Breve anatomía del 'postu-socio' en el ecosistema emprendedor

Miguel Planas
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Hace poco escribí sobre el fenómeno del postu-emprendimiento, ese virus silencioso que está perjudicando gravemente al sector y que cuenta con una serie de patrones fácilmente identificables: no asumir ningún riesgo real, cobrar un salario a pesar de no generar beneficios, adoptar un horario más propio de un funcionario, alardear de tener empleados, aunque estén en prácticas o sin rumbo, y celebrar las rondas sin importar la dilución y sin tener claro la viabilidad del negocio. Todo acompañado, naturalmente, de una marca cuidada al detalle y un deck brillante que promete mucho sin concretar nada.

Pero el postureo es contagioso, y este fenómeno no se limita a los fundadores. También afecta a los socios o, para ser más precisos, los postu-socios, otra especie singular que desaparece en agosto rumbo a la Costa Brava o los Pirineos y que exige un sueldo competitivo, coche de empresa, horario de oficina y fines de semana libres, como si estuvieran al frente de la próxima magnificent tech. Por supuesto, el postu-socio también quiere acciones: liberadas si puede ser, a valor inicial y vesteadas. En otras palabras, riesgo cero, a precio ridículo y con una responsabilidad difuminada.

Antes de que me lluevan las críticas, conviene aclarar que tampoco comulgo con el extremo opuesto. Una de mis socias dio a luz a finales de agosto y, lejos de ausentarse, trabajó hasta el último momento con jornadas de doce horas, pidió WIFI en la sala de partos, y, al día siguiente, ya estaba en videollamada con clientes. Ninguna de las dos versiones construye una empresa; ni el escapismo ni el martirio fundan compañías sostenibles. En el mejor de los casos, generan símbolos, pero estos, aunque puedan resultar atractivos, no necesariamente construyen valor.

Pero volvamos a poner el foco en los postu-socios, que es la tarea que nos trae. Este sector tan divertido permite a menudo, sin la necesidad de comprar una narcolancha, lograr un patrimonio en relativamente poco tiempo de manera legal, aunque no siempre ética. Enriquecerse sin asumir riesgos, a costa del dinero de otros y apelando a expectativas desproporcionadas que apenas resisten el paso por caja, puede sustentar el papel, pero no la honradez.

Vivimos en una sociedad donde los mecanismos clásicos de ascenso social están en crisis: tener un buen trabajo ya no garantiza estabilidad y estudiar en una buena universidad tampoco asegura un futuro próspero. El emprendimiento tecnológico constituye una de las pocas vías legítimas que aún permiten prosperar rápido y por méritos propios. Una buena idea, mucho trabajo y un poco de suerte pueden cambiarte la vida. El problema no es que haya oportunidades, sino que se las apropien quienes no están dispuestos a pagar el precio que supone aprovecharlas: esfuerzo, renuncia y un carácter resistente no apto para todos los públicos.

La trampa del postu-socio no es solo económica, es también cultural. Cuando se normaliza que el éxito se mide por el número de rondas, el tamaño del despacho o la foto en un evento, se pierde de vista el propósito real del emprendimiento: construir algo que merezca la pena. Muchos entran en este juego atraídos por el brillo del "founder lifestyle", sin entender que detrás de cada caso de éxito hay años de incertidumbre, renuncia y disciplina.

Esa narrativa distorsionada también pervierte a los que sí quieren hacer las cosas bien. Porque cuando el mercado premia más la visibilidad que la ejecución, el incentivo deja de crear valor y pasa a parecer valioso. Y así se alimenta una rueda donde todos fingen que todo va bien, mientras el foco se desplaza del cliente al inversor, del producto a la presentación, del equipo al ego.

El resultado es un ecosistema más preocupado por levantar capital que por levantar compañías, más centrado en captar titulares que en construir tecnología útil. Y eso, a la larga, erosiona la credibilidad de todos: de los emprendedores, de los fondos y de un sector que, si no se cuida, corre el riesgo de convertirse en una parodia de sí mismo.

El postu-socio genera una cultura peligrosa. No sólo hacia los inversores, también hacia los empleados. Porque estos saben quién trabaja y quién no; quién se moja y quién sólo aparece en las fotos. Y cuando los de arriba no se manchan en el barro, el talento tampoco se ensucia.

***Miguel Planas es CEO de Iris Venture Builder.