Felipe Romera, director general de Málaga TechPark y presidente de la Asociación de Parques Científicos y Tecnológicos de España (APTE)

Felipe Romera, director general de Málaga TechPark y presidente de la Asociación de Parques Científicos y Tecnológicos de España (APTE)

Opinión APTE / LOS PARQUES APORTAN

Renacimiento tecnológico

Felipe Romera
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La historia de la humanidad está marcada por una sucesión de revoluciones tecnológicas. Cada una de ellas ha transformado profundamente la economía, la sociedad y, sobre todo, nuestra manera de entender el progreso. Hoy estamos ante una nueva ola que no es una más, sino quizás la más determinante desde la aparición de la electricidad: la convergencia entre la microelectrónica y la inteligencia artificial.

La microelectrónica, el arte de fabricar lo infinitamente pequeño, es la base sobre la que se asienta esta revolución. Sin chips no hay inteligencia artificial, ni comunicaciones, ni movilidad inteligente, ni sostenibilidad real.

Durante décadas, el progreso de la microelectrónica se dio por hecho: los transistores se reducían, los procesadores se volvían más potentes y la tecnología avanzaba en silencio, como una fuerza invisible. Pero ahora su relevancia estratégica es más evidente que nunca.

La crisis de los semiconductores durante la pandemia fue una lección de dependencia global. De repente, comprendimos que el futuro de nuestra autonomía tecnológica y productiva se juega en nanómetros.

Y a la par, la inteligencia artificial ha dejado de ser una promesa para convertirse en una realidad cotidiana. Estamos asistiendo al nacimiento, si no ya en edad escolar, de una nueva capa de conocimiento capaz de interpretar, decidir y crear.

La combinación de chips cada vez más potentes con modelos de IA cada vez más sofisticados nos sitúa en el umbral de una transformación profunda en todos los sectores: desde la industria y la salud hasta la educación o el arte.

Sin embargo, también nos obliga a preguntarnos: ¿cómo orientamos esa transformación hacia el bien común? La velocidad y la concentración del poder tecnológico en unas pocas manos amenazan con ampliar la brecha entre quienes pueden aprovechar la digitalización y quienes quedan al margen.

Las tecnologías no son neutrales: reflejan los valores y las decisiones de quienes las diseñan y aplican. Por eso es esencial que el debate sobre la microelectrónica y la inteligencia artificial no se limite a lo técnico o económico, sino que incorpore una dimensión ética y humanista.

El progreso tecnológico debe ayudarnos a crear una sociedad más justa, sostenible y cohesionada. Eso implica reforzar la reindustrialización tecnológica en Europa y España, no como un gesto de soberanía, sino como una apuesta por el talento y la equidad.

Necesitamos ecosistemas capaces de generar innovación desde la colaboración entre lo público y lo privado, entre la academia y la empresa, entre lo local y lo global. Porque la tecnología, en última instancia, es una expresión de nuestra capacidad colectiva para imaginar el futuro.

Estamos entrando en una etapa donde lo humano y lo digital ya no son dos mundos separados. Los microchips serán cada vez más invisibles, pero su impacto será más profundo. La inteligencia artificial aprenderá de nosotros, y nosotros aprenderemos de ella. La frontera entre el pensamiento y la computación, entre la creación humana y la generativa, se difumina. Por eso, más que nunca, debemos mantener viva una mirada crítica y esperanzada a la vez.

Como sociedad, tenemos la responsabilidad de conducir el cambio, no de padecerlo. La microelectrónica y la inteligencia artificial no son fines en sí mismos: son medios para mejorar la vida de las personas. Si logramos orientar su desarrollo hacia la inclusión, la sostenibilidad y el bienestar común, estaremos no sólo ante una nueva revolución tecnológica, sino ante un auténtico renacimiento humanista impulsado por la tecnología.

El reto no es únicamente fabricar mejores chips o algoritmos más potentes, sino construir una sociedad que sepa usarlos con sabiduría, empatía y propósito. La tecnología puede ser una fuerza extraordinaria de progreso, pero sólo lo será si seguimos preguntándonos, con honestidad, hacia dónde queremos dirigirla.

*** Felipe Romera, director general de Málaga TechPark y presidente de la Asociación de Parques Científicos y Tecnológicos de España (APTE)