Rubén Nicolas-Sans, docente de UNIE Universidad.
Como docente e investigador, observo con creciente interés un fenómeno que se consolida tanto en las aulas como en mis investigaciones: la creciente conciencia sobre el tiempo que dedicamos a nuestras pantallas. Lejos de ser una moda pasajera, esta inquietud por el "tiempo de pantalla" ha impulsado el auge de aplicaciones y funcionalidades dentro de las propias plataformas que, paradójicamente, buscan ayudarnos a desconectar y gestionar nuestra presencia digital.
La cuestión no es trivial. Los datos, como los que se desprenden de artículos que analizan el tiempo de pantalla, nos confrontan con una realidad ineludible: pasamos una parte significativa de nuestras vidas conectados. Si bien el debate sobre el uso de dispositivos en niños ha ganado terreno, es fundamental reconocer que los adultos no estamos exentos de esta dinámica. ¿Deberíamos, entonces, autoimponernos límites? Mi experiencia me sugiere un rotundo sí.
La emergencia de herramientas como los bloqueadores de teléfono, los avisadores de tiempo o las estadísticas de uso integradas en nuestros propios sistemas operativos no es una casualidad. Responden a una necesidad inherente al ser humano de recuperar el control sobre su atención y su tiempo. Estas aplicaciones, lejos de ser simples artilugios, emplean una variedad de tecnologías para cumplir su cometido.
Desde la monitorización del uso de aplicaciones a través de APIs del sistema operativo, hasta la programación de bloqueos de acceso o la generación de informes detallados sobre nuestros patrones de consumo digital. Incluso, algunas aprovechan las notificaciones push para recordarnos nuestros objetivos de desconexión. La tecnología se convierte, en este sentido, en una suerte de "meta-herramienta" diseñada para mitigar los efectos de su propio omnipresente avance.
Un ejemplo de esta tendencia es TikTok, que ofrece opciones de control parental que permiten establecer límites de tiempo, como bloquear el uso de la aplicación para menores después de las 10 de la noche, como se detalla en sus políticas de bienestar digital. Esta funcionalidad subraya cómo las propias plataformas están integrando herramientas para fomentar un uso más saludable, especialmente entre los usuarios más jóvenes.
Desde una perspectiva académica, resulta fascinante analizar cómo se desarrollan algoritmos y funcionalidades para fomentar lo que podríamos denominar una "salud digital". No se trata de demonizar la tecnología, que sin duda ha transformado positivamente incontables aspectos de nuestras vidas. Más bien, la clave radica en encontrar el equilibrio.
Es aquí donde mis observaciones en el aula con los estudiantes se alinean con los hallazgos de mi investigación. Veo a diario cómo la hiperconectividad puede impactar en la capacidad de concentración, en la calidad del sueño y, en última instancia, en el bienestar mental. La fatiga digital es una realidad y la necesidad de "estar presente" en el mundo físico se vuelve cada vez más apremiante.
Las aplicaciones que promueven la desconexión no son solo recordatorios de cuánto tiempo pasamos en nuestros teléfonos; son una invitación a la reflexión y a la acción consciente. Nos ofrecen la posibilidad de redefinir nuestra relación con la tecnología, transformándola de un posible distractor a una herramienta que nos empodera para vivir vidas más plenas y equilibradas.
Como educadores e investigadores, nuestro deber es no solo comprender estas dinámicas, sino también fomentar en las nuevas generaciones la capacidad crítica para navegar en este complejo paisaje digital, promoviendo un uso consciente y saludable de la tecnología.
Más allá de las aplicaciones, otras estrategias efectivas para una desconexión digital saludable en el ámbito universitario y fuera de él incluyen el establecimiento de zonas libres de dispositivos, la planificación de actividades sin pantallas, el fomento de la interacción social en persona y la promoción de la conciencia plena (mindfulness) para mejorar la atención y reducir la dependencia tecnológica. La paradoja de la conexión nos invita a utilizar las mismas herramientas que nos enganchan para aprender a soltarlas y, así, reconectar con lo verdaderamente esencial.
***Rubén Nicolas-Sans es docente de UNIE Universidad.