Pablo Manzano, CEO de eSave.
Durante décadas, las industrias tradicionales han operado sobre estructuras informativas densas, muchas veces construidas desde la lógica interna del sistema y no desde la experiencia del usuario. El resultado ha sido una complejidad técnica que, más allá de su justificación funcional, ha dificultado la comprensión, la autonomía y, en última instancia, la toma de decisiones informadas por parte de quienes dependen cotidianamente de esos servicios.
Hoy, ese modelo empieza a ceder. La irrupción de tecnologías especializadas —capaces de automatizar la lectura, interpretación y estructuración de grandes volúmenes de información— ha sentado las bases para una nueva relación entre sistemas y usuarios. Y es en ese contexto donde la inteligencia artificial actúa como un acelerador clave, potenciando la capacidad de estas herramientas para traducir datos complejos en conocimiento claro y útil.
El sector energético representa un caso ejemplar. La energía atraviesa todos los aspectos de la vida doméstica y productiva, pero su lenguaje ha sido históricamente excluyente. Documentos como las facturas eléctricas, suelen estar redactados con terminología técnica que resulta difícil de interpretar para la mayoría de las personas. Conceptos como el "término de potencia", los "peajes de acceso", la "discriminación horaria" o los "excedentes de potencia contratada" son elementos clave en la configuración del coste final, pero rara vez vienen acompañados de una explicación clara sobre su significado, su impacto real o sobre cómo podrían ajustarse a las necesidades de cada usuario.
Lo que estamos viendo ahora no es simplemente una mejora en la presentación de esa información, sino una transformación estructural. Las tecnologías actuales permiten no solo extraer datos de múltiples fuentes —facturas, contratos, históricos de consumo—, sino reorganizarlos para que respondan a preguntas concretas de los usuarios: ¿Estoy pagando por una potencia que no necesito? ¿Podría reducir mi factura sin cambiar mis hábitos? ¿Cómo optimizo mi contrato según la forma real en que uso la energía?
Cuando esta información se vuelve inteligible, personalizada y accionable, el usuario deja de ser un receptor pasivo y se convierte en gestor de su propia realidad. No hace falta que se convierta en experto. Basta con que el sistema le hable en un lenguaje comprensible, ajustado a su contexto, y le dé herramientas para decidir.
Este cambio, además, transforma la dinámica entre usuarios y empresas. Cuando las personas entienden su consumo, y las compañías pueden acompañarlas con datos precisos y adaptados, se genera una relación de mayor confianza, transparencia y colaboración. Ambas partes ganan: el usuario optimiza sus decisiones y reduce incertidumbre, mientras que las empresas fortalecen su vínculo con clientes mejor informados, que reconocen el valor de un servicio que se adapta a sus necesidades reales.
Desde nuestra experiencia, procesando a diario miles de facturas de energía, creemos que este principio es extrapolable a cualquier industria donde la complejidad de la información haya sido un filtro en lugar de un puente. Salud, finanzas, real estate o telecomunicaciones enfrentan desafíos similares: transformar estructuras opacas en ecosistemas de conocimiento compartido, donde la tecnología ya no actúe como una capa aislante, sino como una interfaz que conecta.
La inteligencia artificial, en este proceso, no sustituye el conocimiento humano, sino que amplifica su alcance. Combinada con tecnologías especializadas, permite construir sistemas que aprenden, se adaptan y ofrecen respuestas más precisas a necesidades específicas. Pero lo verdaderamente disruptivo no es la sofisticación técnica, sino el cambio de enfoque: del volumen de datos a la calidad de comprensión.
En el caso de la energía —un recurso esencial, íntimamente vinculado a la vida diaria— esta transición es más que necesaria: es una cuestión de equidad. Que una familia pueda entender qué consume, cómo y por qué, y ajustar su contrato para no pagar más de lo necesario, no debería ser una excepción. Debería ser la norma.
Porque democratizar no es solo abrir el acceso a la información, sino también garantizar su legibilidad. Y ese es, en nuestra visión, el sentido profundo de la innovación: permitir que cada persona, desde su lugar, pueda intervenir con criterio en las decisiones que configuran su entorno.
La tecnología que logra esto no solo optimiza procesos. Redefine relaciones.
***Pablo Manzano es CEO de eSave