
Steve Osler, CEO y cofundador de Wildix.
Europa tiene el talento, la infraestructura y los valores para liderar en tecnología a nivel global. Sus universidades forman ingenieros de primer nivel. Sus centros de investigación impulsan innovaciones clave. Su liderazgo normativo ha marcado estándares mundiales en privacidad y derechos digitales. Sin embargo, hacer crecer una empresa tecnológica en Europa sigue siendo uno de los desafíos más complejos y agotadores para un emprendedor.
No se debe a la falta de buenas ideas. El problema es que el sistema nunca se diseñó para escalar. No escribo esto como un crítico externo, sino como alguien que lleva dos décadas navegando por ese sistema.
Nuestra empresa da servicio a más de un millón de usuarios en más de 135 países, incluidos Estados Unidos. Pero nuestras raíces, y nuestro futuro a largo plazo, están firmemente en Europa. A pesar del crecimiento, seguimos enfrentándonos a obstáculos estructurales que han frenado a demasiadas startups prometedoras.
El mercado único europeo, solo de nombre
La Unión Europea promueve un mercado único, pero para los emprendedores, sigue siendo un mosaico de sistemas nacionales, interpretaciones dispares e incertidumbre regulatoria. Cada país aplica reglas fiscales, leyes laborales, y marcos de privacidad distintos. Expandirse de Italia a Francia o Alemania rara vez se siente fluido. A menudo, parece empezar desde cero.
Una vez recibimos dos valoraciones contradictorias del IVA por parte de la misma oficina tributaria: una decía que habíamos pagado de más; la otra, que debíamos más. Al pedir aclaraciones, el funcionario respondió: "Depende de quién lo mire".
En otra ocasión, Hacienda en Italia nos acusó de transferir demasiado ingreso al extranjero, mientras que en Alemania dijeron que no habíamos transferido lo suficiente.
Ambas exigían cambios. Regulamos como una unión, pero escalamos como un continente dividido.
Cuando la interpretación sustituye a la ley
El mayor problema es que muchas fricciones no provienen de la ley, sino de su interpretación. Los emprendedores no temen las normas; temen que no estén claras. La respuesta más habitual que recibimos al consultar expertos en distintos países fue: "Depende".
Esa ambigüedad incrementa el riesgo, ralentiza las decisiones y obliga a los fundadores a centrarse en el cumplimiento normativo en lugar de en los clientes. Las grandes empresas pueden amortiguar esa ambigüedad con abogados y contables. Los emprendedores no. En un continente donde el fracaso aún estigmiza, muchos simplemente dejan de intentarlo.
El coste estratégico de no actuar
Este reto ya es estratégico. Mientras Estados Unidos avanza a gran velocidad en inteligencia artificial, y China escala su infraestructura, Europa corre el riesgo de quedarse como una voz normativa sin una base competitiva.
Las tensiones en torno a los impuestos digitales y los aranceles evidencian el riesgo de dependencia tecnológica. Este es nuestro momento para liderar junto a EEUU y China. Pero para ello, debemos hacer que crecer sea posible, no castigar a quien lo intenta.
La política debe llevarse a la práctica
La Comisión Europea está haciendo las preguntas adecuadas. La Ley de Servicios Digitales, la Ley de Mercados Digitales y la estrategia de la Década Digital 2030 demuestran conciencia. Pero no funcionarán si no se cambian las realidades transfronterizas. Hay que armonizar las normas fiscales y laborales, simplificar la expansión dentro de la UE y eliminar la necesidad de crear entidades legales redundantes. Y, sobre todo, necesitamos claridad jurídica.
Europa no puede presumir de soberanía mientras sus mejores empresas necesiten crecer fuera para sobrevivir.
Escalar debe ser la norma
La ética, la privacidad y la equidad no son debilidades. Son ventajas competitivas. Pero los valores por sí solos no escalan empresas. El crecimiento transfronterizo debería ser la norma, no un milagro. Un emprendedor en Milán debería poder servir fácilmente a clientes en Praga o Valencia sin reconstruir su negocio.
En Europa, la ambición no muere en un garaje. Muere en la frontera. Muchas empresas se quedan pequeñas, se trasladan o se rinden. La ventana se está cerrando.
Sigo construyendo en Europa porque creo en su potencial. Creo en su talento y en sus valores. Pero creer no basta. Hay que demostrar a los emprendedores que pueden escalar aquí, no solo empezar. Si no lo hacemos, los perderemos, no solo hacia Silicon Valley, sino hacia la resignación. Dejemos de decir que Europa es el futuro de la innovación, y empecemos a hacerlo realidad.
***Steve Osler es CEO y cofundador de Wildix.