Uno de los referentes intelectuales de la izquierda, el lingüista Noam Chomsky, firmó hace unos meses un artículo en el New York Times cuyo título podríamos traducir como "La falsa promesa de Chat". Chomsky compartía firma con el profesor Ion Roberts, también filólogo en Cambridge, y el filósofo Jeffrey Watumull, matemático especialista en biología evolutiva y encargado de desarrollo de inteligencia artificial de la empresa Oceanit, con sede en Hawái.

Anarquista intelectual, experto en filosofía del conocimiento, además de fervoroso alborotador del debate público, Chomsky trataba de pinchar el globo del entusiasmo respecto a la IA al negar que el aprendizaje automático (la versión más popular y más de moda sobre la IA) sea tan revolucionario como se dice y, sobre todo, que esta tecnología se acerque a la manera en que los seres humanos razonamos o estructuramos nuestro lenguaje. La IA, dicen desde su perspectiva, no es una verdadera inteligencia.

El artículo, como pretendía el agitador norteamericano, avivó el debate sobre si los nuevos chatbots, los pintores digitales, programadores y otros robots generadores de contenido son algo más que proyectos de ingeniería impresionantes. Y si la humanidad debería preocuparse de la misma manera que una hipotética guerra nuclear, la catástrofe climática, el creciente autoritarismo o la amenaza de nuevas pandemias globales. 

Chomsky, Roberts y Watumull citan a Jorge Luis Borges para describir el tiempo actual como una época de grandes peligros y promesas, pero una oportunidad ideal para experimentar la tragedia y la comedia, un ejercicio que el escritor argentino aconsejaba para mejorar el conocimiento que los seres humanos tenemos de nosotros mismos. Nada mejor que reír y llorar para ir haciéndose a la idea de lo que hay. Mezcla de preocupación y optimismo, lo mismo que rodea a la IA. De un lado, el sueño de que las mentes mecánicas se parezcan a las humanas. De otro, la pesadilla de su impacto sobre la ciencia y sobre la ética.

No hay duda de que ChatGPT de OpenAI, Bard de Google y Sydney de Microsoft son maravillas del aprendizaje automático. Eso también lo admite Chomsky. Y su autoridad está fuera de toda duda. El agitador norteamericano fue investigador doctoral en la Universidad de Harvard y catedrático del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT, plazas desde las que lanzó sus teorías, ampliamente aceptadas, sobre que el cerebro humano posee un conocimiento innato, es decir, pre-programado, que es la base sobre la que se adquiere y se construye el lenguaje.

Precisamente por esto, deberíamos pensar que los humanos usamos el lenguaje con habilidad porque tenemos en nuestras mentes una facultad de lenguaje que incluye ciertas propiedades. Si no tuviéramos eso, o si nuestra facultad no fuera tan restrictiva como es, entonces seríamos más como pájaros o abejas, perros o chimpancés. Una forma segura de saber que otro sistema que utiliza un lenguaje no tiene una facultad lingüística con las características de la nuestra es si puede funcionar tan bien con un lenguaje no humano totalmente inventado como con un lenguaje específicamente humano, como el inglés o el japonés.

El artículo de opinión sostiene que los chatbots modernos son precisamente de ese tipo. Deduce que no pueden ser lingüísticamente competentes de la misma manera que los humanos lo son. El argumento es que los humanos tenemos una facultad del lenguaje, una facultad visual y lo que podríamos llamar una facultad explicativa que proporciona los medios por los cuales conversamos, vemos y desarrollamos explicaciones.

Los profetas de la IA proclaman que se aproxima el momento en que los cerebros sintéticos se asimilarán a los cerebros humanos. Tanto en velocidad de procesamiento y tamaño de la memoria (de esto no hay ya ninguna duda) como en términos de percepción intelectual y creatividad artística, unas facultades que son intrínsecamente humanas. Ese día, aseguran los más apocalípticos, probablemente llegue. Pero hoy, ni siquiera está amaneciendo, en contra de lo que se afirma en titulares exagerados que alimentan inversiones multibillonarias.

De momento, podemos decir que las facultades de nuestro cerebro nos permiten una rica gama de habilidades, pero también imponen límites a otras capacidades. Por el contrario, las IA actuales funcionan igual de bien con lenguajes que los humanos no pueden usar que con aquellos que sí podemos usar. Esto revela que no tienen nada parecido a la facultad innata del lenguaje humano ya que, si la tuvieran, descartaría los lenguajes no humanos.

Pero, el punto débil del artículo es que no responde a preguntas como las que siguen: ¿significa esto que las IA no pueden, en principio, alcanzar competencias tan amplias, profundas e incluso creativas como las nuestras porque no tienen facultades con las propiedades restrictivas particulares que tienen nuestras facultades? ¿Y que pasan cuando son capaces de aprobar un examen o componen canciones tristes o canciones felices, de reggae o de rock por encargo?

La duda que dejan los lingüistas es la siguiente: Decir que las máquinas no hacen lo que hacen los humanos, significa que no pueden lograr resultados de la calidad que logran los humanos. ¿Qué pasa si, como parece ser el caso, las IA actuales tienen características diferentes a las de los humanos, pero esas características diferentes le permiten hacer muchas cosas que hacemos de manera diferente a como las hacemos, pero tan bien o mejor que nosotros?

Para quienes hayan leído el artículo de Chomsky y para aquellos que puedan pensar que no está pasando nada muy importante (o que ni siquiera podría estar pasando, sin siquiera examinar lo que realmente está pasando), atención. Pero ¿qué pasa si algo muy importante está pasando? Y si es así, ¿importa?

La evidencia es que los programas capaces de realizar tareas lingüísticas basadas en información son muy diferentes a los tractores capaces de levantar más peso que los humanos; o a las calculadoras manuales capaces de manejar números mejor que los humanos. Y el gran riesgo es que OpenAI y otras empresas acaben explotando mano de obra barata para etiquetar imágenes para el entrenamiento visual de la IA.

Esto no debería ser una sorpresa si consideramos que, a lo largo de la historia, a medida que las máquinas se volvieron más capaces de levantar objetos por nosotros, los humanos nos volvimos menos capaces de hacerlo. Y, cuando las máquinas se volvieron más capaces de realizar cálculos matemáticos por nosotros, los humanos nos volvimos menos capaces de realizar cálculos matemáticos.

Ya no se trata únicamente de que vaya a subir el desempleo, con todas sus devastadoras consecuencias. La cuestión es si la IA reducirá el ámbito del trabajo creativo disponible de modo que sólo unos pocos genios podrán hacerlo. UIna vez que la IA se ocupe de la mayor parte de la escritura, la terapia, la composición, el establecimiento de agendas, etc, tiendo a pensar que los humanos acabaremos siendo apartados de estas tareas. Y, con ello, seremos menos humanos. Siguiendo los consejos de Borges, promesas y amenazas.