Vaya por delante mi particular fascinación por Noruega y el pujante ecosistema de startups que se está gestando en el país nórdico. Son ya cinco ediciones de la Oslo Innovation Week que tengo el placer de cubrir y, en todas ellas, no he dejado de sorprenderme con su decidida apuesta por reconvertir su economía basada en el petróleo hacia otra basada en la innovación y lo digital.

No es un cambio sencillo. Como comentaba en mi columna de la pasada semana, Noruega es un país tremendamente joven que ha crecido y consolidándose como una potencia económica gracias a los recursos naturales. Y, por el camino, la nación nórdica consiguió consolidar un Estado del Bienestar que es el ejemplo en que se miran el resto de países europeos, con permiso de sus vecinos del Norte. 

La clave ha estado, principalmente, en el modelo de capitalismo solidario que se impone en ese país. "Una estructura social fuerte en el sistema liberal", señalaron varios líderes del ecosistema digital en un evento de esta semana como la clave de Noruega. "Y para 2030 queremos ser la sociedad más sostenible e integradora del mundo".

En ese sentido, la propia estrategia innovadora noruega guarda enormes diferencias con la línea marcada por Estados Unidos o, ya no digamos, China. "Proponemos un modelo igualitario, basado en la sostenibilidad y el bienestar social frente a la innovación basada en los recortes de impuestos o la desregulación de la tecnología y de las fuerzas de trabajo", añadían otras voces.

Por el momento, parece que la fórmula noruega funciona. Tres de las diez economías más innovadoras según el Foro Económico Mundial son nórdicas (irónicamente, todas menos la que nos ocupa hoy). "Y eso lo conseguimos no sólo buscando el crecimiento económico, sino también la calidad de vida", afirman.

El propio ecosistema de startups de Noruega manifiesta esta premisa social: casi todos los proyectos impulsados en el país guardan relación con la sostenibilidad medioambiental, con la educación o la sanidad. "Partimos de una motivación clara que es conocer nuestra propia existencia humana y la relación tan especial que tenemos con la naturaleza aquí", añadía un emprendedor de Oslo. "Se nos ha dado tanto que tenemos la obligación de cuidarlo y mejorarlo para las próximas generaciones".

Un sentimiento de responsabilidad que, además de compartida, es integradora: "Tenemos un mercado basado en la transparencia y la confianza. Y una gran dinámica entre sindicatos, gobiernos y empresas que nos deja el tiempo suficiente para ser individuos fuertes dentro de una sociedad segura y colaborativa".

Por supuesto, hay amenazas claras a este Estado del Bienestar con la transición. Por lo pronto, con el auge de las economías de plataformas (la 'gig economy', con los falsos autónomos como estandarte de la precariedad), la propia desconexión de nuestra naturaleza humana con las redes sociales o la irrupción en escena de la inteligencia artificial y el desafío laboral que puede suponer en algunos sectores. 

Pero los noruegos lo tienen claro: la digitalización no debe afectar al corazón de su modelo, tan aspiracional y fantasioso como perfecto en su ejecución. Lo importante, y ahí está el reto en el que están inmersos ahora, es replicar sus valores en el nuevo tablero de juego. 

"Ya que no hay un orden mundial ni una regulación mundial, lo único que tenemos es el mercado. Por eso, debemos ajustarlo acorde a los valores que defendemos para podérselos transmitir al mundo", sentencian.