La Tierra, vista desde el espacio. Imagen: NASA.
La economía del 'new space': de la carrera espacial a un negocio milmillonario de conectividad y explotación mineral
Los expertos hablan de una industria de 1,8 billones de dólares para mediados de la próxima década. Así se está gestando esta nueva era, en la que se priorizan los intereses comerciales a la mera curiosidad científica.
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Cuando Neil Armstrong pisó la Luna en 1969, a bordo de la misión Apolo 11, el espacio era un símbolo de poder nacional y pugna por la superioridad científica entre los dos grandes bloques políticos del momento (EEUU y la Unión Soviética). Medio siglo después, la escena se ha llenado de logotipos privados, rondas de capital riesgo y plataformas de software que beben datos de satélite a cada segundo.
Esta mutación tiene nombre propio, 'new space', y no sólo se materializa en los actores que lideran la exploración espacial, sino que hay cambios profundos en los propósitos, objetivos y métodos por los que alcanzarla. De misiones financiadas por los gobiernos con miles de millones de euros a constelaciones baratas y escalables, de grandes proyectos académicos a aplicaciones comerciales para el día a día de los ciudadanos. En definitiva, hemos pasado de las musas al teatro, de la mera investigación a la explotación económica del espacio.
McKinsey y el Foro Económico Mundial estiman que, de 630.000 millones de dólares en 2023, el negocio espacial podría rozar 1,8 billones en 2035 (1,8 trillones anglosajones), sumando tanto los “músculos” de la infraestructura -lanzadores, satélites, servicios básicos- como las aplicaciones “de alcance” que monetizan esos datos desde sectores no espaciales. Uber es el ejemplo canónico de estas últimas: señales GNSS y chips en el bolsillo convertidos en rutas y tarifas dinámicas.
La foto macro se corrobora por otra vía: Space Foundation calcula que la economía espacial mundial alcanzó los 613.000 millones de dólares en 2024, con un crecimiento interanual del 7,8%. Para entender la escala, es ya comparable en valor a los semiconductores de hace apenas tres años y la pendiente supera el crecimiento medio del PIB nominal previsto.
En esta expansión pesan la conectividad por satélite, la navegación ubicua y la ingesta masiva de datos de observación de la Tierra por la IA. Y, sí, la actividad se acelera: apenas pasa una semana sin un lanzamiento, una antena gigante desplegada en órbita baja o un alunizaje que vuelve a poner a la Luna en el mapa económico.
Qué cambia con respecto al “old space”
El old space era estatal, vertical y con tecnología a medida. El 'new space' mantiene a las agencias públicas como la NASA o la ESA, pero se apoya en fabricación en serie, componentes que respetan los estándares de mercado, fabricación aditiva, software cloud y modelos de negocio que buscan escala.
Estados Unidos fue el primero en abrir la puerta a proveedores privados tras desterrar el proyecto del transbordador espacial Space Shuttle 2, y lo que siguió fue una cascada de cambios estructurales: satélites pequeños, lanzamientos compartidos, costes de acceso a órbita desplomados (el Falcon ha marcado la pauta) y, sobre todo, la entrada de capital privado que antes rehuía plazos largos y riesgo tecnológico. Este viraje es el que convierte a la “industria espacial” en una plataforma habilitadora para otras industrias.
La misma ESA lo sintetiza en su último programa marco: la economía espacial no son solo cohetes y plataformas, sino una cadena con capas de infraestructura, distribución y aplicación que termina en servicios muy terrenales, desde seguros paramétricos a logística marítima o banca.
Inversión privada… y el vaivén del dinero público
El auge del 'new space' se financia con mezcla de contratos públicos y capital privado. La inversión venture capital se ha estabilizado tras el pico de 2021–2022: en 2024–2025, informes de referencia hablan de entre 7.800 y 8.100 millones de dólares invertidos en startups espaciales en el último año, con Europa alcanzando récord de compañías financiadas y con un repunte en series A y B.
La otra cara es la financiación pública, más volátil. La OCDE ha documentado que el gasto gubernamental en I+D+I espacial civil se ha vuelto desigual: caídas en Estados Unidos compensadas por subidas en Europa y Asia. En la serie larga, la proporción de la I+D+I espacial dentro de la innovación civil total cae desde los noventa, y 2026–2027 asoman como años de consolidación de fondos pospandemia en Europa.
El nuevo oligopolio
En lanzadores, 2024 y 2025 han sido el reacomodo. Europa volvió a tener acceso propio con el estreno de Ariane 6 en julio de 2024 —un debut exitoso en inyección y separación de cargas— y ya entró en servicio comercial en 2025. El objetivo político era obvio: no depender de terceros tras la pérdida del Soyuz en Guayana Francesa.
En Estados Unidos, ULA puso en vuelo el Vulcan Centaur en enero de 2024 y lo certificó en octubre, abriendo el abanico de proveedores para misiones de seguridad nacional más allá de SpaceX. Blue Origin alcanzó órbita por primera vez con New Glenn en enero de 2025: éxito en misión, fallo en el intento de recuperación del booster; la “entrada” en la liga orbital está hecha y el impacto comercial (Kuiper, misiones lunares) llegará al aumentar cadencia.
SpaceX, por su parte, no solo domina la cadencia con Falcon 9, sino que ha convertido a Starship en su programa de riesgo: 2024–2025 dejó hitos como el splashdown controlado de la nave, el primer “atrapado” del booster con los “palillos” de la torre y también reveses de vuelo que forman parte del método iterativo. Más allá de la épica de acero inoxidable, lo que está en juego es la economía: si Starship se vuelve plenamente reutilizable, el coste por kilo a órbita se derrumba otra vez y el modelo de constelaciones y cargas pesadas (incluida carga comercial a la Luna) muta.
Pero el verdadero tablero de juego del 'new space' está en las constelaciones. Starlink ya es infraestructuras en plural: decenas de “capas” orbitales, miles de satélites y una base de usuarios que, según la prensa estadounidense, supera los 8 millones este año. La compra de espectro a EchoStar y el roadmap de “direct-to-cell” apuntan a un salto más: del Wi-Fi vía terminal al móvil sin cobertura. T-Mobile lanzó la beta pública de mensajería por satélite con Starlink en febrero, y ha empezado a comercializarla en EE. UU. con planes propios; datos y voz llegan por fases. En paralelo, AST SpaceMobile ha encadenado demostraciones de 4G y 5G directas a smartphones sin modificar con AT&T y Vodafone. En el manual de estrategia, esto empieza a llamarse “NTN” (redes no terrestres).
Europa, mientras, mueve ficha con IRIS²: una constelación pública-privada para comunicaciones seguras y resilientes adjudicada al consorcio SpaceRISE (Eutelsat, SES e Hispasat) con un contrato de concesión a 12 años y en torno a 10.600 millones de euros entre financiación pública y privada. Más que un Starlink europeo, IRIS² es soberanía de comunicaciones, segmentación por misiones gubernamentales y servicios comerciales de alto valor, con primeras capacidades previstas a final de década.
De la Luna a la minería espacial
Podríamos pensar que este pragmatismo económico tan característico del 'new space' pudiera cerrar el tan querido capítulo lunar. Nada más lejos de la realidad: lo ha mercantilizado. El programa CLPS de la NASA abrió la puerta a “mensajeros” privados: Intuitive Machines firmó en 2024 el primer aterrizaje lunar estadounidense desde 1972. China, con Chang’e-6, trajo muestras del lado oculto de la Luna por primera vez en la historia. Japón demostró aterrizaje de precisión con SLIM. La geopolítica vuelve al regolito, pero ahora con un componente logístico, de exploración mineral y explotación comercial evidente.