
Las empresas de Musk sufren las consecuencias de sus acciones.
La sombra de una nueva recesión y la resistencia
Trump aseguró estabilidad económica, pero los mercados empiezan a tambalearse.
En la carrera presidencial de Estados Unidos del año pasado, fuimos testigos de todo tipo de demagogia por parte de ambos candidatos en su intento por hacerse con la Casa Blanca.
En los últimos meses de la campaña, el debate se centró en el precio de los huevos. Trump culpó a Biden del aumento generalizado en los precios de los alimentos básicos, a pesar de que la economía seguía mostrando signos de recuperación tras la inflación provocada por la pandemia.
Trump logró convencer a la población de que su nueva administración traería una era de prosperidad económica para el país. Sin embargo, su primer mes de mandato refleja una historia completamente distinta.
Nada más asumir el poder, Trump dio carta blanca a su mayor donante durante la campaña, Elon Musk, para implementar todo tipo de recortes a nivel federal. La “limpieza” ha comenzado, y miles de empleados públicos han perdido sus puestos de trabajo debido a medidas impulsadas por una figura que no fue elegida democráticamente y que, además, posee una de las mayores fortunas del mundo.
El Departamento de Eficiencia del Gobierno (DOGE, por sus siglas en inglés) no ha sido ideado para combatir la corrupción. Los primeros en sufrir la crueldad de estos recortes han sido los veteranos de guerra y las clases más desfavorecidas.
Los demócratas temen que las tijeras de Musk y Trump lleguen a programas esenciales para el mantenimiento de la democracia, como la seguridad social y Medicare, que garantiza el acceso a atención médica para los más necesitados.
Como era de esperarse, el precio de los alimentos no ha bajado. Irónicamente, la docena de huevos está más cara que nunca y no hay señales de que la situación vaya a mejorar. La gripe aviar sigue su expansión por Estados Unidos, pero las agencias de salud han sido silenciadas.
El cúmulo de noticias económicas y la creciente tensión que Trump está generando con su política "America First", junto con la amenaza de imponer aranceles desmesurados a sus principales aliados, hacen crecer el temor a una nueva recesión.
La administración Trump ni siquiera intenta ocultarlo. El propio presidente ha reconocido esta semana que, para alcanzar su visión de consumir solo productos fabricados en suelo estadounidense, "habrá que atravesar primero una fase en la que las familias sufrirán".
Un suicidio económico con tintes nacionalistas que solo beneficia a las grandes fortunas, las únicas que saben cómo jugar sus cartas para evadir los efectos negativos y seguir aumentando sus cuentas bancarias.
La amenaza de una recesión afecta directamente al sector de la innovación. Un nuevo periodo de desaceleración económica pondría en jaque a aquellas startups en fase de crecimiento que dependen de inversiones para desarrollar sus proyectos.
La innovación sufriría uno de sus mayores golpes desde la recesión de 2008 y la burbuja digital de finales de los años 90, tras más de una década de crecimiento imparable.
El ciclo de noticias actual también desincentiva la inversión por parte de firmas de capital de riesgo y la creación de nuevos negocios. Nos enfrentaríamos a una etapa crítica con un futuro lleno de incertidumbre. La política económica nacionalista de Trump no es más que un experimento social.
Sin embargo, hay esperanza.
La presión de países como Canadá, México y los miembros de la Unión Europea parece estar surtiendo efecto. La mala publicidad de Musk y sus constantes ataques personales han provocado una caída en picado de las ventas de Tesla en Europa.
Magnates como Carlos Slim han cancelado contratos multimillonarios con el proyecto Starlink de la empresa espacial de Musk, después de que el dueño de X utilizara sus redes sociales para acusar al empresario mexicano de estar a merced de los cárteles.
La resistencia que comienza a surgir en estas regiones ofrece un rayo de esperanza. La historia no tiene por qué repetirse.