La Fundación COTEC estima que el valor de la economía digital en España ronda los 163.900 millones de euros. O lo que es lo mismo, alrededor del 15% de nuestro PIB. Adigital y Boston Consulting Group elevan esta cifra al 22,6% del PIB. Más allá de la disparidad de criterios y mediciones, hay una verdad absoluta que subyace a ambas cifras: la digitalización es un activo económico sin parangón, quizás el más importante del siglo XXI.

Por eso resulta fundamental trasladar los discursos públicos, tanto de empresas como de gobierno, a realidades que impulsen esta industria en nuestro país. España ha sido, históricamente, cliente de la tecnología, usándola en mayor o menor medida (la economía de escala hace que nuestras pymes lo pasen mal en estas transiciones) para modernizar el tejido productivo. Y tenemos grandes ejemplos de compañías referentes a escala internacional en el uso de los servicios digitales, como BBVA o EVO en banca, Repsol y Cepsa en energía, Sacyr en infraestructuras, HM Hospitales o Sanitas en el sector de la salud... Incluso nuestro Gobierno aparece en los indicadores europeos como uno de los más digitalizados.

Sin embargo, esto no es suficiente. Ser destinatarios de la tecnología nos deja al margen de protagonizar la revolución digital. Debemos ser creadores de innovación, padres de los avances digitales de nuestra era. Y comercializar ese trabajo no sólo hacia nuestras propias empresas, sino hacia el exterior. Convertirnos, en palabras llanas, en un actor relevante de la industria tecnológica mundial.

No es tarea fácil: nuestro país y Europa en su conjunto llevan librando esta batalla desde los años 2000 sin demasiado éxito. Que Estados Unidos y China nos aventajan no es ninguna novedad, tampoco que otras naciones como Taiwán o Corea del Sur han conseguido labrarse un hueco en nichos específicos de este jugoso mercado. Incluso Bélgica y Holanda, en algo tan sensible y crucial como los semiconductores, juegan un rol esencial. Alemania al menos cuenta en su haber con un tractor global de la economía digital -SAP- y Francia ha elevado su 'marca país' como un referente en startups y emprendimiento tecnológico.

¿Dónde está España en ese tablero de juego? Por el momento, viendo los toros pasar desde la barrera. A pesar de los encomiables esfuerzos de Administraciones, patronales (Ametic, Adigital o la propia Adigital) y empresas por fomentar el tejido tecnológico, nuestra posición sigue siendo la de un mero espectador. El anterior Ejecutivo, comandado en estas lides por Nadia Calviño y Carme Artigas, hizo especial hincapié por aprovechar las oportunidades de nuevas olas de innovación como la inteligencia artificial o la computación cuántica, pero sus resultados aún tardarán en ver la luz.

De ahí que sean tan relevantes dos elementos que, querido lector, habrá podido constatar esta semana en D+I - EL ESPAÑOL. Por un lado, el empuje destacado y creciente de la industria de los centros de datos, corazón neurálgico de todo lo digital, en nuestro país. Por otro, la vocación del nuevo ministro -José Luis Escrivá- por hacer empeño en que las inversiones del Ejecutivo en estas lides tengan aplicaciones industriales que contribuyan a generar economía nacional. Ojalá que así sea.