En una época de soluciones sencillas, ser consciente de que vivimos en un sistema complejo es incómodo. Sería más fácil empezar y terminar esta tribuna con una idea fácil de leer. Algo que no incomode, que no cuestione, que nos permita seguir unas líneas más sin sobresalto.

Sin embargo, hay momentos en los que es inevitable hablar de las cosas difíciles y este es uno de ellos. Todas las fricciones ideológicas, los reveses institucionales y las cábalas políticas que consumen la atención de nuestro país en estos días, hacen necesaria una reflexión sobre el papel que juega la política en el devenir de la tecnología y la innovación.

Aunque quisiéramos, es imposible disociar la innovación de los asuntos políticos, porque sin la arquitectura democrática, sin la participación de las instituciones y sin los procesos que estas habilitan, muchas de las condiciones que hacen viable la iniciativa innovadora no verían la luz. Un ejemplo de ello es el amplio consenso de la Ley de Startups.

Si algo pudimos constatar quienes tuvimos la oportunidad de diseñar ese conjunto de medidas que ambicionan facilitar y promover la creación de empresas emergentes y estimular las inversiones en innovación, es que el diálogo, la habilidad de negociar y la voluntad de llegar a acuerdos fueron determinantes para hacerla realidad.

Asistimos a todos los debates y abordamos todas las divergencias con la convicción de encontrar puntos de encuentro y, desde ahí, forjar consensos. Actuamos en aquel momento como los emprendedores hacen en el día a día: orientados a las soluciones.

Como es de suponer, no fueron años fáciles. Tuvimos que navegar la incertidumbre, trabajar siempre con el otro, tomar decisiones y construir redes con personas que pensaban de formas muy diferentes -porque hacerlo solo con quienes piensan igual es un absurdo-. Y salimos adelante. Logramos algo que todo el mundo creía imposible y, cuando se hizo realidad, se convirtió -ahora sí- en un éxito colectivo.

Esta experiencia puede ser útil para estos días en que las noticias retratan coyunturas muy relevantes para España y para el mundo, pero sobre todo, una oportunidad para que nuestras sociedades apuesten, ahora más que nunca, por el diálogo, por la negociación y, sobre todo, por la construcción de acuerdos, porque el futuro se erige sobre ellos.

Dialogar, negociar y acordar es una necesidad existencial en los tiempos que vivimos. La Presidencia española del Consejo de la Unión Europea, planteó en un documento titulado Resilient EU2030 un inventario de retos fundamentales y urgentes en materia de digitalización, transición ecológica y sociedad a los que estamos llamados a responder.

Acelerar la transformación digital y expandir la conectividad digital, gestionar el impacto de la IA en la sociedad, comprender y desarrollar tecnologías habilitadoras y ser capaces de innovar a través de la ciencia, son algunas de las tareas pendientes. Ninguna de ellas es abordable sin la convicción compartida de que nadie puede hacerlo en solitario.

Algo similar ocurre con los retos en el área de sostenibilidad. Hay un incremento de la tensión sobre los recursos naturales derivado del aumento de la población mundial. Los impactos del cambio climático son parte de la actualidad nacional, y esto ha puesto en evidencia la necesidad de acelerar la transición ecológica, descarbonizar las industrias intensivas en energía e implantar la economía circular.

¿Dé qué manera, si no es conjuntamente, se puede asumir esta misión determinante para nuestro planeta? Y finalmente, en materia social, ¿Cómo abordar el incremento de los desequilibrios demográficos, si no es abriéndonos a la oportunidad que suponen la diversidad, la migración y la juventud? ¿Cómo desafiar la polarización si somos parte de ella?

Hay una idea extendida en el ámbito de la innovación y es la idea de revolución. Un emprendedor busca una idea para cambiar el mundo, un tecnólogo nuevas aplicaciones para transformar la manera en la que se hacen las cosas, un investigador persigue un hallazgo que cambie la historia de la humanidad.

Todas son ideas de revolución. Sin embargo, lo más revolucionario que tenemos, más allá de todos los avances, es nuestra capacidad de dialogar, negociar y acordar incluso en los tiempos más difíciles, para forjar futuros mejores. Y eso, aunque nos incomode, es el papel de la buena política.