Cuando me invitan a eventos fuera de Madrid suelo aprovechar para tomar el pulso a la realidad del territorio en el que me encuentro, no me suelo conformar ni con el discurso oficial, ni con los argumentarios que, en forma de discurso o titulares de prensa, aparecen por doquier.

Hace escasos días acudí a Tenerife a un evento para hablar de la ley de startups y de oportunidades en torno al emprendimiento innovador. Un encuentro que estaba enmarcado en una semana especialmente singular en la que se celebraba la Conferencia de Economía Digital de la OCDE en el archipiélago.

El caso es que me encontré con un debate sobre las bondades y problemáticas de la atracción de los llamados nómadas digitales, ya saben, esa suerte de bálsamo de fierabrás que nuestros gobernantes nos venden como si se tratase del descubrimiento de yacimientos de oro en épocas pretéritas.

Hay una creciente disputa en muchos países por las decenas de millones de trabajadores que pululan por el mundo sin rumbo fijo, trabajando en remoto con sus portátiles a cuestas y que no tienen intención de echar raíces en ningún lado. Muchos de ellos son autónomos que tienen proyectos ligados a contenidos en redes sociales, o trabajadores de compañías tecnológicas y startups que disfrutan del trabajo en remoto y de la flexibilidad laboral. La ecuación es sencilla: seamos tierra atractiva para que estos nuevos ejércitos laborales vengan a gastar sus rentas –que se encuentran dos o tres veces por encima de la media de muchas ciudades y regiones–, y habremos encontrado la piedra filosofal que resuelva una buena parte de nuestra incapacidad de impulsar la pujanza económica en nuestras desfasadas economías. 

Un cierto halo y anhelo de modernidad recorre también esta pulsión en forma de política pública: jóvenes amantes de la tecnología desembarcarán con sus nuevas formas de hacer y no sólo gastarán en nuestra tierra sus bolsas de maravedíes, sino que nos iluminarán con su modernidad en estas tierras con buenas conexiones a internet, pero ancladas en viejas tradiciones y hábitos empresariales. No me negarán que en la publicidad de estas actuaciones se puede ya detectar un cierto tufillo a “Bienvenido, Mr. Marshall”, mientras los gobiernos de todo el globo compiten por la atracción de esas nuevas masas obreras del bit.

Parece que hemos inventado el santo grial de la resolución a los problemas de las zonas más atrasadas de nuestras geografías, pero a poco que apliquemos una lupa más certera a estas nuevas realidades nos encontramos, como siempre, con viejos esquemas ancestrales. Etimológicamente hablando nómadas viene de la expresión griega, nomós, que significa pasto, y el nómada era el anciano de la tribu que dirigía la distribución de esos pastos. Y ahora la pregunta que habría que hacerse es: si los nómadas (digitales) son los que distribuyen los pastos (¿los contenidos?), ¿quién es el ganado al que guían en trashumancia? ¿Nosotros? Reconozco que esta cuestión rondaba mi cabeza y no me dejaba echar una cabezada en el vuelo de vuelta a Madrid y acabé buscando información con la que contextualizar las reflexiones que había compartido en las islas afortunadas.

Como siempre, el discurso oficial y la realidad de la calle van cada una por un lado. Mientras las normativas y los discursos ponen alfombras rojas a los llamados nómadas digitales, la gente se queja de los efectos perniciosos que ya se dejan notar en ciertos lugares donde se están concentrando: enorme subida del precio de alquiler y venta de las viviendas, así como de la oferta de ocio y restauración, amén de cierto impacto negativo, más difícil de cuantificar, en términos sociales y culturales. Hay otros lugares donde ya ha ocurrido algo parecido: San Francisco y sus legiones de trabajadores pobres que duermen en las calles o en sus coches, o el creciente impacto negativo de políticas de atracción de nómadas en lugares tan diferentes como Lisboa o Tulum en México. 

El gobierno canario cifra en más del doble el gasto en el que incurren los decenas de miles de nómadas digitales que han llegado en los dos últimos años a las islas, frente al de un turista tradicional, como el mejor argumento para seguir impulsando esa política de atracción de estos trabajadores. Sin embargo, comienza a haber una preocupación en muchos sectores canarios por el impacto negativo que conlleva en otros órdenes de la sociedad. Como cualquier cosa en la vida, nos dirán algunos. Y es cierto. Pero, ¿no sería mejor evaluar estos datos y al menos tener una aproximación a la rentabilidad social y económica de estas políticas? 

Desgraciadamente vivimos en un país donde todo intento de evaluación de las políticas públicas choca con la tozuda realidad. Ningún gobierno se ha tomado esto en serio, y los actuales no van a ser una excepción. Nadie quiere verse comprometido en el futuro con un titular que diga: “La política de atracción de nómadas digitales tuvo un impacto negativo en términos globales”, ni tampoco el titular opuesto: “La evaluación del impacto económico y social de los nómadas digitales es positiva”, genera suficientes incentivos y atractivos en el presente para comenzar a evaluar hoy estas cuestiones. 

Hay varias preguntas que resultan pertinentes en este contexto: ¿Hay que incentivar fiscalmente de la misma forma a quien viene simplemente a vivir a un territorio para aprovechar su clima o su buena calidad de vida, que a quien viene a invertir y crear negocios? ¿Cómo podemos separar ambas actitudes para poder decidir con criterio? ¿Cómo podemos garantizar que esta atracción de talento revierta en mejores condiciones de vida y oportunidades para los ciudadanos locales? ¿Hay que establecer algún mecanismo de compensación si se demostrara que existen externalidades negativas derivadas de esta llegada masiva de un nuevo perfil de consumidor? Alguien dirá que eso no se puede medir, pero es que señores, estamos utilizando dinero público que se podría dedicar a otras cosas, y necesitamos saber si merece la pena. 

Estamos tardando en construir instrumentos de medición y metodologías de análisis con las que aprender a calibrar esos efectos positivos y negativos, si es que existen ambos (ojo, porque a veces damos por cierto ciertas cosas porque una cosa se ha puesto de moda).. Puede que ciertas herramientas del análisis económico, como el análisis coste-beneficio y sus derivados, presenten carencias e insuficiencias para medir y evaluar rigurosamente las nuevas realidades económicas y sociales de nuestros días, pero es muy difícil seguir sin estar seguros, al menos de forma aproximada, de lo que está pasando. En general sabemos bien poco sobre digitalización y sus impactos, o sobre emprendimiento innovador y sus impactos: nos guiamos más por la imitación de lo que se ha hecho en otros lugares. 

Es hora también de hablar de innovación en las políticas públicas. De saber dirigir procesos complejos y llevarlos a buen puerto con el mayor impacto social posible. Uno tiene la sensación de que las variables más tradicionales no nos sirven ya de brújulas para saber si lo estamos haciendo bien frente a los cambios drásticos que se están produciendo en los mercados de trabajo y en la forma de producir riqueza. 

Por si cabe alguna duda: estamos a favor de eso que llamamos atracción y retención de talento. Y hay que aprovechar esa ingente marea que se mueve por el mundo, pero hay que saberlo hacerlo bien. El reto va a consistir en saber imbricar ese activo intangible con la realidad social de las ciudades y regiones con problemas de desarrollo. El talento es el gran activo de esta sociedad digitalizada, pero el talento encerrado en urbanizaciones al margen y de espaldas al conjunto de la sociedad de un territorio es probable que no de fruto alguno, y ese brillo que alimenta un espejismo desaparezca en cuatro otra isla o territorio del mundo se convierta en el nuevo destino de esta legión de nómadas.

***Agustín Baeza es director de Asuntos Públicos de la Asociación Española de Startups y coordinador del Grupo de Economía Digital en APRI (Asociación de Profesionales de las Relaciones Institucionales).