Hace poco, me topé por casualidad con un artículo muy curioso que traducía las tareas diarias en el tiempo que nos lleva realizarlas tomando la referencia de toda una vida. Invertimos 531 días vistiéndonos, 140 haciendo la compra, seis años cocinando. Pasamos 23 años durmiendo, ahí es nada. De media, nueve trabajando. Nueve años de nuestra vida con sus días y sus noches o, lo que es lo mismo, 3.285 días completos y, por tanto, 78.840 horas.

Ver los números impresiona e, incluso, puede hacer que te replantees hábitos o propósitos vitales. En mi caso, además de cuestionarme prescindir de alguna hora de sueño para no tener la sensación de que me pasaré alrededor de un tercio de mi vida durmiendo (bien muy necesario, por otra parte), la lectura me sirvió para reforzar la importancia de lo único y más valioso: ser feliz. ¿Cuándo? siempre, ¿dónde? en cualquier sitio.

Como responsable de la experiencia de empleados, no puedo negar la evidencia: 78.840 son muchas, una barbaridad. Y, por eso, el bienestar físico y mental de las personas en su entorno laboral es igual de importante que el que del ámbito privado. Lamentablemente, el último año ha expandido mucha desolación pero, también, innumerables muestras de humanidad y el cambio absoluto en nuestro orden de prioridades. A la familia y amigos, se le suman la salud y el tiempo.

Cómo planificar nuestra vida e integrar el tiempo que dedicamos al trabajo para que exista un equilibrio real y saludable es un asunto primordial en la nueva realidad.

Los líderes de la gestión de personas (y con ellas, situaciones, necesidades, sueños, objetivos, inquietudes) tenemos que promover y asegurar que esas 78.840 horas dedicadas al trabajo sean a cambio de ofrecer una propuesta de valor completa que tenga en cuenta todos los elementos necesarios para conseguir un equilibrio entre el bienestar físico, mental y emocional.

Nuestros empleados son quienes mueven la rueda de nuestras organizaciones y, a cambio de su tiempo, dedicación, conocimientos, actitudes y aptitudes; merecen un plan de recompensa total compuesto no solo por factores salariales sino por algo más intangible, pero igual de importante, como aprendizaje, desarrollo, flexibilidad y conciliación que compensen todo lo que recibimos de su parte cada día. Eso, además, nos hará mejores, más atractivos y capaces de captar y retener un talento que busca otros modelos de colaboración y ventajas competitivas. A cambio, conseguiremos un mayor compromiso y un valiosísimo orgullo de pertenencia que fomentará la colaboración dentro de un entorno en el que, además, es imprescindible sentirse reconocido y valorado.

Una muy buena forma de reconocer y valorar es propiciar un sistema en el que se brinde la oportunidad de moldear el tiempo de tal forma que se adapte lo mejor posible a tus necesidades. Desde que suena el despertador, nos metemos de lleno en una rutina con la que muchos no se sienten identificados pero que, por otra parte, resulta necesaria en un mundo lleno de horarios y obligaciones. Quieres desayunar con tranquilidad para empezar el día con energía, necesitas una ducha para desperezarte, tienes que llevar a los niños al cole o quieres librarte de la hora punta para evitar atascos o aglomeraciones en el transporte público.

Para mí, es justo que podamos tener la libertad de elegir cómo queremos que sea nuestro día y tener la confianza necesaria para planificar nuestro trabajo independientemente del momento o el lugar. Soy una de esas convencidas que cree que uno de los must have en el bienestar y la salud en el ámbito laboral reside en tener más flexibilidad y libertad para que las personas tengan la opción de acceder a una serie de medidas que hagan su trabajo más efectivo. En este sentido,

el debate, a menudo, se pierde en los mismos derroteros: qué medidas son las mejores, cómo ponerlas en marcha asegurando el buen funcionamiento del negocio. Pero, perdonad, creo que nos estamos saltando un punto primordial si no queremos empezar la casa por el tejado: no se trata solamente de trabajo flexible sino de un cambio cultural al nivel corporativo/empresarial.

Y voy más allá en el término de flexibilidad, esta vez, desde la perspectiva de la propia empresa. Estoy convencida de que los aspectos que van a prevalecer a la hora de seleccionar o gestionar talentos van a ser las habilidades, la experiencia y la flexibilidad de las personas. La pandemia lo ha arrojado sobre la mesa pero es una tendencia al alza que ha llegado para quedarse. Las cargas de trabajo pueden variar entre las áreas, aumentando en algunas y bajando en otras, y las compañías deben promover una cultura flexible basada en las habilidades y cambio de mentalidad haciendo valer la condición polivalente de las personas y equipos sin vincularse a un rol o puesto determinado.

En definitiva, procuremos ser felices y hagamos todo lo que esté en nuestra mano para que los que nos rodean también lo sean. Ser una persona y un empleado feliz aporta felicidad al conjunto y, por supuesto, también a la empresa haciendo que se note. Las malas vibraciones son muy contagiosas pero las buenas lo son aún más y, además, ayudan a tener mejor calidad de vida. Una vida que gastar en vestirse, comer, cocinar, hacer cola esperando ser atendidos (500 días, decía el artículo) pero, sobre todo, en hacer lo posible por lograr el equilibrio físico, mental y emocional.

*** Marije Scholma es subdirectora general y directora de experiencia del empleado (CHRO) de Nationale-Nederlanden. Miembro de la Asociación Española de Directores de RRHH